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    [Cultural] La Bitácora del Barquero


    Morón


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    [Cultural] La Bitácora del Barquero - Página 2 Empty Re: [Cultural] La Bitácora del Barquero

    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 10:50

    Valencia 15mar2016

    Por solo dos euros se vende en la librería de la Beneficencia, en la calle Corona, un librito que en 1999 editó la Asociación de Vecinos del Barrio de Carmen sobre una idea, feliz, de un tal Marc Granell Artal. La Diputación de Valencia subvencionó el librito, 34 páginas nada más. primorosa encuadernación. Es la historia en trazo breve pero agudo del único barrio marginal de la Valencia antigua, la árabe y romana. El centro histórico de Valencia está levantado sobre una isla fluvial, dice textualmente el primer capítulo, "en una difluencia del Turia" . Río con dos brazos, que suelen ser peligrosos. De ahí la abundancia de riadas. Temible Turia. El libro se lee muy bien, no solo por lo sucinto de los textos, sino porque enseña a amar la ciudad. Convendría conocerse de antemano el callejero del Carmen. Entonces gana peso el libro, que se elaboró para celebrar que, al fin, y tras casi un siglo de abandono, los poderes públicos decidiera invertir dinero en la rehabilitación del barrio. Nunca terminará de rehabilitarse el Carmen. Es sencillamente imposible. Pero no haberlo dejado morir es un consuelo. De las torres de Serranos a las de Quart, de la plaza del Tossal hasta Na Jordana y Blanquerías. Los nuevos museos, el convento del Carmen -de donde el nombre- y el callejero de ascendencia árabe o morisca. El patriarca Juan de Ribera llevó a cabo a finales del XVI y principios del XVII una labor de exterminio de moriscos que ha dejado de discutirse por no se sabe qué razón. El pasado escuece. Y el presente: parece que van a meter en la cárcel a unos cuantos dirigentes de la ciudad, la provincia y la Comunidad.

    En el Museo de la Ciudad he visto la exposición de la Modernidad en la Valencia republicana, entre 1928 y 1942. Los carteles de Renau son extraordinarios. Y los de Arturo Ballester, también. La Litografía de Ortega -tan singular en la historia de los carteles taurinos- hacía maravillas. En la exposición hay unos cuantos carteles de toros, pero todos fieles a la convención: pintura expresiva de Ruano Llopis, tipografía que marcó época. En una ciudad tan castigada por bombardeos, fuegos y riadas sobrevivieron piezas de frágil papel. Hay tallas modernistas excelentes de Rafael Boix y una muestra corta y tímida de pintura. No está Sorolla. Renau, que fue hombre de principios severos, castigó mucho a los discípulos e imitadores de Sorolla. Pero pasa que la obra de Sorolla y la de Renau han sobrevivido tan frescas. Un cartelista magistral este Renau, a quien trajeron a morir a Valencia desde su exilio en México. Los artistas urbanos del Carmen no tienen nada que ver con uno ni con otro. Hay muchos solares vacíos, derrumbes de fincas viejas, pero en las medianeras han pintado de casi todo. No he visto en Mossén Sorell el puesto de melones de otros años. En el desayuno del Bristol, María la de Castellón sirve un batido de naranja y melón muy estimulante. Los carteles de los años de la guerra del 36 recogen a menudo el asunto de las naranjas. Las naranjas son oro, dice una cartela. Una bendición.

    TOROS. Crónica de la corrida de Valencia
    Valencia: 5ª de Fallas
    Triunfo de ley de Juan del Álamo
    Dos buenas faenas del torero de Ciudad Rodrigo: notable madurez y despacioso toreo de calidad con la mano diestra. Tarde muy fría, zalduendos cinqueños, herido Adame
    Valencia, 15 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Valencia. 5ª de Fallas. 4.500 almas. Cubierto, frio, desapacible. Dos horas y veinticinco minutos de función. Joselito Adame, cogido por el segundo y corneado en el muslo, fue operado en la enfermería de la plaza. Se cambiaron los turnos de salida de los dos últimos toros.
    Cuatro toros de Zalduendo (Alberto Baillères) -1º, 2º, 3º y 5º- y dos de El Ventorrillo -4º y 6º bis.
    Iván Fandiño, ovación tras un aviso, silencio y silencio. Joselito Adame, ovación tras un aviso. Juan del Álamo, una oreja en cada toro.


    ESTABAN ANUNCIADOS SEIS toros de Zalduendo, pero solo pasaron reconocimiento cuatro. Cinqueños los cuatro, astifinos de cepa a pitón, más ofensivos que descarados. El segundo de sorteo, que hirió a Joselito Adame cuando se proponía descabellar –arreón inesperado, artera gota fiera- estaba para cumplir en mayo el tope reglamentario de los seis años. Un toro con el cuajo propio de la edad. El primero, badanudo y rizado, pechuga frondosa, y el que iba a ser último pero jugado de quinto por el percance de Adame, fueron toros con plaza. Y también el tercero, que, poco más de 500 kilos, fue el más ligero.
    Los cuatro zalduendos dieron juego. Con mejor son que cualquiera de los otros el que iba a haber cerrado plaza pero hizo bueno por una vez el no haber quinto malo. Los cuatro tuvieron bondad, pero al abuelo de los casi seis años, que galopó de partida, le acabó costando venir y terminó haciéndolo con la cara alta y, por tanto, sin entrega. Cuando hizo presa de Adame por la pantorrilla, se resistió a soltarla. El celo certero de la fiereza. La reservonería con que dio en resolverse el toro era, al cabo, sentido. Como era y estaba tan astifino, el desgarro de la banda de la taleguilla pareció un corte de bisturí. Joselito no se dolió. Ni ademán de hacerlo. Pero salió herido seguramente del primer zarpazo y sangraba. Parece que el torero de Aguascalientes quiso salir a torear como fuera. No consintieron los médicos.
    De rebote cambió el signo de la tarde y Juan del Álamo, que había sabido acoplarse por la mano buena del tercer zalduendo, la derecha, y llegar a torear despacito y compuesto, se vio favorecido por el destino. A la hora de soltarse el quinto, se sentía en la plaza ese frío de marzo en Valencia tan traicionero. Y estaba la gente fría. Fandiño se había pasado de metraje con un primero algo apagado pero de claro aire, galope en banderillas incluido, castigo tangencial en varas. Faena de las de más de diez tandas, calcos casi todas unas de otras. Faena plana, por tanto. Una ovación de cortesía. No más fuerte que la que subrayó un gracioso quite por chicuelinas de Adame en su turno. Al toro de la edad casi cumplida lo libró de salida Joselito con larga cambiada de rodillas en tablas, y siete lances a pies juntos bien trazados, media de rodillas y revolera. Del Álamo quitó a pies juntos, dos lances, una chicuelina y revolera de remate. Prueba de las intenciones del torero de Ciudad Rodrigo: no estaba ni de visita ni de trámite. Todo lo contrario.
    Solo que costó no poco romper la barrera de hielo creada tras la cogida de Adame. La apertura de faena –de largo, en los medios, sin pruebas ni rectificaciones- apenas se celebró. Muy justo el eco de dos tandas ligadas, algo despegadas pero meritorias en el tercio y por la diestra. En una plaza donde se pide música a las primeras de cambio casi por sistema, dejaron de momento descansar a la banda. Pero fue entrar la banda en harina y cambió el ambiente. Después de un intento baldío con la zurda –entrada desganada y salida distraída del toro, dos acostones-, Juan halló el punto donde no molestaba el viento, entre rayas y cerca de la puerta de cuadrillas, cuadras y arrastre, que en Valencia es la misma y una sola.
    Bastaron dos tandas templadas –el toro acariciado y no forzado- para caldear la cosa. Y dos molinetes de rodillas, y el doble cambiado por alto para abrochar la tanda más gustosa. Antes de la igualada, manoletinas. Y una estocada contraria pero de pasar con todo. Una oreja. La agarró con ganas Juan, que iba vestido, impecable y tal vez de estreno, con un terno de bordados mexicanos y seda azul prusia. La vuelta al ruedo, con el capote recogido en el brazo izquierdo, como debe ser. Y diligentemente.
    Al otro toro de lote, que tuvo mucho mejor son que el tercero pero salió flojeando, lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas en tablas. De rodillas también la apertura de faena –tres primeros muletazos de hinojos, un cuarto ya solo genuflexo, y mejor así porque el toro estaba frágil- y, enseguida, a la raya del sol donde no revolvía el viento. Tres tandas de torear despacito: buena colocación, firmeza, el toque a punto, ligazón. Facilidad, no solo oficio. Toro a menos a pesar del trato tan generoso: ni un tirón, ni un paso en falso, ni un enganchón.
    Solo que, igual que el tercero, este último zalduendo fue toro de mano diestra. Por la izquierda se rebrincó. Cosas del manejo. Seguro de todo, venido arriba Juan, listo para rematar faena con una trenza de las que puso de moda Perera hace ya tiempo: el redondo ligado con la rosca cambiada y la rosca abrochada con dos de pecho. Un laberinto. Bramó la gente, que pareció sentirse regalada. Una estocada, una oreja, pidieron la segunda. Y más nada o casi nada más. A Fandiño le tocó lidiar y matar dos toros de El Ventorrillo sin fuerza ni ganas, y se aburrió en seguida. No era para menos. Guantes, bufanda y gorro: muchos desfilaron antes de soltarse el sobrero. No todos eran japoneses amantes de la pirotecnia.
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 10:52

    Valencia 16mar2016

    Las calles, tomadas por las comisiones falleras, que desfilan con sus bandas. El desfile informal, ensayo general de las dos marchas de ofrenda. Alguna fallera suelta y sola, no importa la edad. Como estrella errante del ocaso. Sin flores en la mano no se es nadie en esta tierra. Las fallas, "plantás" desde anoche. Pero hacía tanto frío que no se animó la gente. Si uno no lee los libretos de la falla, no entiende nada de lo que la falla representa. Hay cicerones que explican el significado de la falla al que sea al recién llegado. Solo que las redondillas y otros ripios son de traducción nada sencilla. Y, luego, la gracia es un arcano para quien no conozca la vida política de la ciudad. Las fallas de primer nivel, sobre todo la del Ayuntamiento, no necesita explicación. Un desnudo colosal. Arderá.

    Si se entra al Mercado Central por la puerta de los Santos Juanes, te desvela el olor del pescado ya casi vendido. Eran cerca de las 2 de la tarde. Dejan los mostradores de la sepia limpios como patenas. Mucho hielo. Los puestos del marisco pecan por desordenados. Son de interés los montones de morralla fresca. Con la morralla se hace buena sopa. Pero hay que saber hacerla.

    Y, luego, las luces callejeras. También hay premios para la iluminación. La de la calle San Vicente es este año bastante convencional. Peinetas de tocado fallero. La de la calle de la Paz, grecas geométricas, laberintos egipcios, está bien discurrida, pero siempre se ha dicho que el azul y el verde no casan bien. He visto en Irlanda playas de hierba batidas por el mar. Hace muchos años. Las playas celtas. Nada que ver este Mediterráneo arrugado y viejo.

    TOROS. Crónica de la corrida de Valencia
    Valencia: 6ª de Fallas
    Otro torero del cambio: Román
    Notable reaparición tras un año de ostracismo del joven torero de Benimaclet, que resuelve con frescura, ideas, valor y ambición. Corrida muy armada de Pedro Capea
    Valencia, 16 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Valencia. 6ª de Fallas. 5.000 almas. Nubes y claros, fresco, algo de viento. Con luz artificial los dos últimos toros. Dos horas y veinte minutos de función.
    Seis toros de la familia Capea. Primero y sexto, con el hierro de Carmen Lorenzo. Segundo y cuarto, con el de San Pelayo. Tercero y quinto, con el de El Capea.
    El Soro, pitos y silencio. Jesús Duque, saludos y palmas tras aviso. Román Collado “Román”, vuelta al ruedo y una oreja.


    LA ÚLTIMA CORRIDA en puntas que Pedro Capea lidió en Fallas fue antes del año 2000. El siglo pasado, dicen. Entonces salió un toro particularmente agresivo. Lo mató Morante. Al cambiar el siglo, los Capea pasaron de golpe a lidiar solo en festejos de rejones todos los toros de sus dos hierros. El de la C mayúscula, de Carmen Lorenzo, y el del ancla de Moreno Santamaría, anunciado a nombre de los hermanos Pedro y Verónica Gutiérrez Lorenzo, los hijos del ganadero. Y de la ganadera. A esos dos hierros vino a sumarse un tercero, el de San Pelayo. La ganadería de los hermanos se anuncia ahora como El Capea, el apodo de Pedro hijo, matador de toros.
    Todos los toros capea, cualquiera que sea o haya sido el hierro, proceden de una fracción de Urquijo-Murube que se ha ido transformando al cabo de tres decenios. El toro murube acarnerado clásico –tan visible en Bohórquez- es ahora rara avis en casa de los Capea. Y, en cambio, las cabezas chatas, los cuellos melenudos y las cuernas en corona tan de Urquijo se dejan por norma ver en Lorenzo, en San Pelayo y en Capea. Y cuando Miguel Ángel Perera y Verónica Gutiérrez se decidan a debutar como ganaderos, cuarto hierro de la familia, se multiplicará la fórmula.
    Convertidas en ganaderías predilectas y casi de cámara de Pablo Hermoso de Mendoza, sus camadas de cuatreños se venían lidiando despuntadas. Juego perfecto para las galanuras del toreo a caballo: resistencia, movilidad, celo en general bondadoso, ritmo, el tranco apacible del toro de Murube. Llevaban tiempo tratando de convencer al ganadero para salirse de los rejones y volver a los orígenes. A las corridas en puntas. Ésta de Valencia fue la primera.
    Lo primero que se vio fueron precisamente las puntas de una corrida de impecable y afiladísima arboladura. Muy astifinos los seis. No hizo falta ni buscar el hierro –entraron en liza los tres- porque la corrida fue de parejo escaparate y, además, de condición relativamente similar. El reestreno o segunda salida de Pedro Capea con toros en puntas y en compromiso mayor no fue brillante. No solo por comparación con el promedio tan alto de las corridas de rejones de los últimos diez o quince años. Sino que ninguno de los seis toros del envío cumplió con el canon de la ganadería, que es el ir de menos a más, de la fría salida a la pelea templada y hasta caliente. Fue común a los seis la nobleza, solo que la del toro que abrió fiesta quedó inédita –El Soro no se dio la menor coba, pidió la espada a los cuatro viajes y se acabó- y la de los demás tuvo el contrapunto de la falta de motor o empuje. Más salidas sueltas y menos ganas de luchar de lo previsible.
    La vuelta de los Capea a las lidias ordinarias y el regreso de un joven torero del país, Román, que, tras un par de brillantes cursos de novillero puntero, se vio condenado en 2015 a un inexplicable ostracismo sin haber cumplido ni el primer año de alternativa. Esta corrida fue, sobre todas las cosas, la del rescate de Román: su frescura de antes, su valor sin aparato, su capacidad de discurrir. Su ambición, que parecía de pronto haberse estado rumiando durante el año de condena prematura al olvido.
    Muy hermosos los lances de recibo del toro de la reaparición: una verónica de rodillas en el saludo –gesto mayor- y en seguida lances de exquisita calidad, las manos bajas, el vuelo sutil, el ajuste, la manera de dejar llegar al toro, la firmeza. Un galleo de frente por detrás antes de varas y, después de picado el toro, un gran quite de cinco saltilleras o valencianas –el quite invención del primer Vicente Barrera- abrochado con una airosa brionesa. En el mismo platillo.
    Y ahí arrancó una faena de encender la traca con uno, dos y casi tres cites de rodillas a los que el toro acudió acostándose y soltándose, hasta que, en la vertical, ligó Román el natural con dos de pecho auténticos. El segundo de ellos, soberbio. El toro, que se abría tanto como se acostaba, hizo amago de rajarse. Y casi del todo. Buen trabajo de Román. Sin método aparente, pero en el tercio, primero, y en tablas después acertó a sujetar al toro, a pegarle con la izquierda una segunda tanda de refinado trazo. No volver la cara al riesgo, atreverse con casi todo, ni un temblor. Sin ser faena redonda, trabajo más que brillante. Una estocada contraria sin muerte, dos descabellos. No cundió la petición de oreja.
    No había perdonado Román ninguno de sus quites en los dos primeros. En el primero de todos, tres puyazos y quite de tercer espada, por tafalleras; en el segundo, por tafalleras y chicuelinas, con revolera y brionesa, lance que traza con peculiar maestría. Tampoco perdonó el quite en el quinto, por villaltinas.
    Al sexto de corrida se fue Román a esperarlo de rodillas frente a toriles, más cerca del platillo que de la segunda raya. Lo libró de larga cambiada con caída o derribo en plancha; y al momento, otra larga de rodillas en el tercio, y una tercera, y una cuarta. Y fue un clamor, que subrayó esos alardes tanto como dos delantales ajustadísimos y el floreo de una serpentina. Está siendo feria de mucho toreo de capa y Román se apuntó a la antología, que será extensa. Este sexto hizo hilo en banderillas y parecía guerrero. No tanto. Deslumbrado por los focos, sin cuello para descolgar, de empujar más con los pechos que con los riñones, se aplomó demasiado pronto y cabeceó después de puntear. La cara arriba. A pesar de todo, el tesón de Román para apurar como fuera los medios viajes regañados y siempre provocados del toro. Por aquí y por allá, mucho ajuste, sin sufrir. Valiente, valiente. Y una formidable estocada soltando el engaño. Un éxito cabal. Otro torero para el cambio.
    El Soro se sintió desamparado ante el primero de corrida pero se pegó el gustazo de pegarle al cuarto dos mandiles perfectos en el saludo y, a compás abierto, cuatro verónicas revoladísimas, preciosas, de ir ganado terreno. Y la revolera sacada por debajo de las rodillas. No le convino el toro en la muleta porque tomaba adentros al paso y esperaba en el viaje afuera. Jesús Duque se llevó en el sorteo los dos toros de mejor condición: un segundo más manso que bravo pero de particular bondad y un quinto más de combatir, que sería, quién sabe, pariente remoto de aquel otro del siglo pasado. Dos trabajitos desiguales: desigual el asiento, desigual la fe, a ratos confusas ideas. Un punto de precipitación, otro de ligereza, cierta machaconería. No esperaría tanto toro el torero de Requena. Le fue fiel su gente.
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 10:54

    Valencia 17mar2016

    En la sala más importante del Carmen hay una exposición de óleos de distintos tamaños, carboncillos, dibujos a lápiz, apuntes y esbozos de Sorolla sobre solo dos temas: la playa y la pesca. Más de cien cosas que ver, y casi la mitad de ellas, pese a parecer obra menor, muy deliciosas. La exposición está montada con fondos del Museo Sorolla de Madrid y el patrocinio de l Fundación Sorolla. Era la hora de comer y eso de ser único visitante resulta un lujo. (El Museo Sorolla en Madrid está siempre hasta los topes, de colegios, turistas, visitas guiadas y ruido y más ruido). Resulta que esta pintura de tanta luz, tantos claros y tantos azules y blancos necesita el silencio como la que más. Se llama "Apuntes en la arena". Se supone que se moverá. Hay una tablita -"Esperando la pesca"- de 1907 que me parece una obra maestra. Y otro óleo más pequeño todavía de la playa de Biarritz: tres bañistas en un toldo moruno -carpa con faldones- y la arena y el aire y el agua del mar. La espuma de unas olas diminutas. Maravilla. Las velas de los barcos de pesca fascinaron a Sorolla desde niño. Cuesta pensar en nadie que las haya pintado mejor. Un apunte en óleo de una vela verdiazul muy claro que luego se incorporó a un cuadro de los mayores de la exposición se me ha quedado en la retina. Cosas de las obras maestras.

    Y, luego, de la arena de Sorolla al barullo del barrio: un gentío en Tossal, Bolsería, Quart y la zona de Caballeros-Catedral. Acababa de empezar la ofrenda y ya estaba cortada la ciudad. Oigo pasar las bandas por San Vicente. Hace frío. Dentro de nada se pondrán a llorar las falleras. No los falleros.

    (Ni la merluza ni menos aún el lenguado: lo bueno de esta pesca cercana es la morralla, el congrio de aguas calientes. Cuidado con la espinas. Y el bacalao. Bacalaítos. Mejor las berenjenas, las gloriosas alcachofas de Benicarló. Y la horchata. Llaman a las chufas mandorlas no sé si en francés o en italiano. Un zumo de acelga, col y zanahoria desintoxica. Con algo de naranja)

    Habrá que bajar a la Malvarrosa antes de primavera.

    TOROS. Crónica de la corrida de Valencia
    Valencia: 7ª de Fallas
    Deslumbrante Roca Rey
    Exhibición de poder, valor y cabeza del torero limeño, que entra en Valencia como un terremoto y pone la feria cara. Talavante, primera víctima de un sonado desafío
    Valencia, 17 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Valencia. 7ª de Fallas. 8.500 almas. Entoldado, fresco, desapacible. Dos horas y cuarenta minutos de función. Santi Acevedo, cogido al prender el primer par de banderillas de la corrida. Herida de 25 cms. en el glúteo.
    Seis toros de Victoriano del Río. Primero, cuarto y quinto, con el hierro de Toros de Cortés.
    Mano a mano. Alejandro Talavante, saludos tras un aviso, silencio y una oreja. Roca Rey. Saludos tras petición, dos orejas y una oreja.
    Notable en banderillas Iván García.


    SIN CONTAR EL DUELO menor del 5 de marzo en Castellón –López Simón y Roca Rey de protagonistas emergentes- el primer mano a mano del año fue este de Valencia. Mano a mano de verdad. Talavante, en su trono libertario, y Roca Rey, aspirante. Aspirante de aspirar a todo: a destronar al primero que se ponga por delante. El primero fue Talavante. Nada más y nada menos.
    Antes de soltarse el cuarto toro, a mitad de corrida, ya llevaba ganada Roca Rey la pelea con claridad. El mejor de los tres toros jugados había sido el primero; el más complicado, y el más difícil de la corrida toda, el segundo; el tercero, uno de tantos, ni sencillo ni de atragantarse. Hubo desafío del aspirante desde la primera entrada en quites. En el primer toro, un cinqueño de finas puntas del hierro de Toros de Cortés. Talavante no se había acoplado a la verónica luego de una sorprendente tijerilla de recibo. Roca Rey se hizo notar con tres tafalleras muy ajustadas. Fue el primer aviso.
    El segundo toro, engatillado y astifino, salió abanto y frío. No fue fácil sujetarlo ni fijarlo. De una de las rayas hasta casi la raya opuesta le fue enjaretando Roca Rey lances de ganarle la cara por pasos en lances suaves que lo despabilaron. Bellas las formas de los lances, pero todavía mejor su fondo. El toro se blandeó en el caballo, salidas escupidas de las dos varas, aire incierto, y Talavante renunció a su quite.
    No se confió Talavante en el recibo del tercero, que se soltaba –los toros corridos en el campo suelen hacer eso-, pero quiso lucirse en un quite por chicuelinas. El viento molestó, el toro se soltó tras la primera reunión, tardó en llegar la segunda chicuelina y por eso el quite estaba chafado ya entonces. Muy pocos se esperaban que, tras un segundo puyazo trasero, Roca Rey fuera a salir como lo hizo: a quitar en los medios por saltilleras, que fueron cuatro y cosidas las cuatro, de ajuste mayúsculo y suave vuelo, y dejándose en todas llegar el toro sin mover una pestaña. El broche fue de revolera y brionesa –todo el toro por delante- y a Talavante no le pareció oportuno replicar. Una fiera el aspirante.
    La primera faena de Roca Rey, al toro hueso, de formidable arrojo seco, aguante más que relevante y manejo más que por encima de las circunstancias, no fue valorada en todos sus méritos. En los momentos de gravitación se asustó la mayoría, pero, tras una estocada ligeramente desprendida, no cuajó la petición de oreja. Se había celebrado más la primera faena de Talavante, abierta con el cartucho de pescado desde el platillo y dos tandas de naturales rapidillos pero muy gobernados. Fue faena declinante, la banda la castigó con una versión vertiginosa del Amparito Roca, y el empeño de Talavante por torear de frente al natural no cuajó, el toro protestó a veces y el trabajo de pasó de metraje.
    Los estatuarios sin enmienda con que Roca Rey abrió faena con el segundo fueron tremendos. Los cosió con tres impecables trincheras y el de pecho. Todavía por verse claro el toro, cuatro cambiados por la espalda y una tanda de cinco en redondo que fueron pura sutileza porque quiso ya irse a tablas el toro y hubo que sujetarlo con toques precisos. Otra versión aceleradísima del Morenito de Valencia puso sordina a esa faena tan seria. Roca Rey acertó a esgrimir en tablas un arreón de manso del toro sin soltar el engaño sino volviendo a buscarlo en ese mismo terreno. Espléndido el final: manoletinas a puro huevo –si no, no vale-, un cambio de mano, la trinchera y el de la firma. Recursos, encaje natural. Parecía hasta sencillo.
    Talavante abrió por estatuarios también la faena del tercero y se echó la muleta a su mano mayor, la zurda, solo en la segunda tanda. No siempre vino el toro, algo brusco, metido en el engaño. Sonrisas de Talavante para la galería, pero paseos para refrescar ideas, que no fluían en catarata precisamente. Se acabó parando el toro. No entró la espada. Silencio.
    Y se soltó el cuarto, que iba a decidir la partida. Un toro colorado muy cabezón –en el hierro de Cortés los hay, no en el de Victoriano del Río- que salió apagadote. A pies juntos Roca Rey en la toma primera, una revolera superior. Dos picotazos, apenas marcados, de los dos escupido el toro. Tras el segundo, quite de Talavante. Era obligado. Por delantales, pero se le soltó el toro, y media discreta para rematar. Y entonces salió Roca Rey a replicar: el quite mixto por tafalleras y caleserinas que El Juli desempolvó un día del repertorio mexicano, sacado el quite a pulso casi y una media verónica antológica. Ahora cayó toda la gente en la cuenta.
    De pie la inmensa mayoría al cabo de solo tres muletazos. Cambiados por la espalda los tres, muletazos templados a pesar de ser por arriba y, de imposible más cerca. La mecha prendida y la faena en vuelo constante desde entonces. Sin pausas, pruebas ni paseos. El toro, noble y entregado, pero con ganas de irse del campo de batalla. Lo sujetó Roca Rey con toques al hocico bien calibrados. Con la zurda, una tanda de extraordinaria autoridad. Cuando el toro pareció aburrido, más madera. Muletazos enroscados, larguísimos, de dominio apabullante; un postre de temerarias arrucinas; torero en estado de ebriedad. Lo que le dio la gana a Roca Rey. Rugía tanto la gente que hasta tapaba la música. Un sopapo monumental soltando el engaño. Dos orejas de golpe, pidieron el rabo. Fantástico. Un clamor la vuelta al ruedo. La gente se frotaba los ojos y las manos. Esperando al sexto toro.
    El quinto, grandullón, gruesas mazorcas, atigrado, chorreadito, cara de bueno, desarmó a Talavante en el saludo, romaneó y derribó en la primera vara, empujó en la segunda. Roca Rey salió a quitar: a la verónica y despacito, solo dos, y la media. Talavante lo vio desde la boca de la tronera. Toro de mano derecha solamente –por la otra se rebrincaba o se volvía desbordante- y un Talavante algo nervioso y embarcado en uno de esos trabajos desordenados que son tan de su marca pero aquí inconvenientes. La cosa había arrancado con una tanda brillante de redondos de rodillas. Un jaque. La gente animó. Una estocada caída. Una oreja.
    Por si quedaba alguna duda, Roca le pegó en el recibo al sexto hasta siete lances variados, cuatro de ellas capote a la espalda. Un galleo de frente por detrás. Y ahora se animó Talavante con un quite cortito al lance. Tras una bandera, Roca abrió faena de rodillas y en redondo, cinco muletazos templadísimos, uno de ellos de trinchera, y, en pie, el natural y el de pecho. Se vino abajo la plaza. Deslumbrados el toro y el público. Toro rajado, escarbador, muy de no pelear. El manso de la tarde. Estuvo Roca Rey por montarse encima. Le pegó con la zurda pases, no se cansó de lucirse en ese muletazo suicida que es la arrucina pegada a tablas. Muchos sustos. Otra estocada. A hombros. ¡El rey Roca!
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 10:56

    Valencia 18mar2016

    No irse de Valencia sin llevarse metido en las fosas nasales el aroma de aceite de los puestos de buñuelos. Los churreros de Valencia, que ahora son menos que antes. El buñuelo es una exquisitez de la fritura. Tierno, recién escurrido, se rompe en la boca con un crujidito de porcelana rota. A diferencia del churro. Son masas distintas. El secreto está en la masa, enseñaron los romanos al resto del mundo. El olor de freír, los puestos churreros parecen casetas de tómbola, como las del desaparecido tiro al blanco. Escopetas de perdigón. El blanco, bolas de anís.

    Ese puesto de la calle Játiva en la embocadura de Pintor Ribera era uno de los más concurridos del centro. Pero he visto este año más gente en los de Lope de Vega, la plaza de la Reina, el cruce de Ruzafa y la Gran Vía y, por supuesto, en el corazón mismo del barrio de Ruzafa, que convendría frecuentar. Se puede ser adicto del Carmen y volver a Ruzafa no tan de tarde en tarde. Lo hice poco después de mediodía. Suenan muy bien las campanas de San Valero y San Vicente, los dos protomártires de Huesca. En Huesca se venera a los dos. La iglesia de Ruzafa es de traza aragonesa y, por tanto, mudéjar, que en Valencia capital es raro de ver. La torre hexagonal viene fundida con un templo de tres fachadas, una noble y dos no. Las puertas de las iglesias viejas de la ciudad son de influencia morisca indiscutible. El tachoneado de clavos dorados. Las cerraduras. Ese aire hermético.

    No abundan las parroquias crecidas a la sombra de un mercado. O viceversa. El Mercado de abastos de Ruzafa es un hermoso edificio. Nada que ver con las formas bizantinas ni con las columnas de forja ni con las cúpulas, bóvedas o vidrieras del Mercado Central, que es como una catedral modernista. El de Ruzafa es un ejemplo de construcción racionalista. Los vándalos grafiteros han castigado bastante el exterior; el interior, con techo plano visto de tubaje pintado de blancos y verdes y tragaluces de hormigón, es puro racionalismo. Todo lo racional que puede ser un mercado en esta tierra.

    Hay que resistir a Mercadona. Ruzafa resiste. Bolsas de caracoles, sobrasadas caseras, cabezas de cordero, rapes muy ventrudos de la lonja de Denia, rábanos de rosa fortísimo, puestos de calabazas asadas. El puesto de Amparo Montroy, de fruta y verdura, las anuncia "asadas en horno de leña" como las hacían sus abuelos. Calabazas abiertas en dos mitades, con sus pipas asadas al tiempo; pimientos rojos; y berenjenas de las rayadas enteras también. Y boniatos dulces, nueces pecanas, mermeladas artesanas de la sierra de Espadán, fruta tirolesa de Val Ventosa. Jamón de Teruel. Cecina de potro, vinos de Vicente Gandía. Y sepia, sepia y más sepia.

    Aquel barecito de la calle Ruzafa justo antes de llegar a Colón donde se vendían y servían solo productos de Teruel -cerámicas, vinos, embutidos y quesos del Tronchón- ya no existe. La ley Boyer ha sido devastadora. Pero Sarrión es tierra de trufas muy buscadas y ponderadas. No tanto como la de Turín.

    Y de postre El Juli asevillanado, con registros de Domingo Ortega y, por tanto, de Curro Romero también.

    Viendo a López Simón pensé en la célebre anécdota del mano a mano de Silverio y Manolete en la Plaza México el año 42 o 43. "¡Ánimo, Silverio, y no te rindas, y dale respuesta a ese gachupín tan triste...!" Y molestaban a Manolete, que estaba barriendo. Y dice Silverio volviéndose a los de los ánimos y las afrentas. "¡No me lo enojen, por Dios, no me lo enojen....!" Don Álvaro Domecq decía que no había visto torear a nadie mejor que Silverio.

    No me lo enojen a El Juli. Y ahora, el 27 de marzo, en Arles. El Juli y Roca Rey, mano a mano.

    TOROS. Crónica de la corrida de Valencia
    Valencia: 8ª de Fallas
    Cumbre de El Juli
    Desatado, inspirado y renovado con un gran toro de Domingo Hernández, firma la faena de la feria. Primoroso con el primer toro de corrida. Mano a mano sin color. López Simón, a la sombra de un Juli agigantado
    Valencia, 18 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Valencia. 8ª de Fallas. 12.000 almas. Lleno. Entoldado, templado, Dos horas y veinte minutos de función.
    Cuatro toros de Garcigrande (Concha Escolar) -el cuarto, jugado de sobrero- y dos -5º y 6º- de Domingo Hernández.
    Mano a mano. El Juli, saludos tras petición, oreja y oreja. López Simón, oreja, oreja tras aviso y aplausos.
    Dos pares soberbios de Javier Ambel al quinto. Buena brega de Álvaro Montes. Notables a caballo Diego Ortiz y Óscar Bernal.


    LA PRIMERA DE LAS TRES faenas de El Juli fue primorosa: tras cuatro lazos de muletazos de bandera, de ida y vuelta, y en las rayas, que es donde conviene a esa suerte, una tanda en redondo en el tercio –tomado el toro con suavidad, lento gobierno de mano baja- y otra al cabo en los medios igual de redonda. Pidieron música los paganos. Pero El Juli hizo con la mano gesto de que todavía no. Estaba por catar el pitón izquierdo. Una tercera tanda en redondo todavía mejor que las dos previas, el de pecho y un recorte sevillano. De la misma fuente de la que ha bebido Morante. Un desarme en el primer y único intento con la mano izquierda. No quería el toro.
    La solución adecuada: tres naturales apurados, el molinete y el de pecho cosido en la misma baza. El ritmo del primor. Ahora llegó la música: Churumbelerías. Y El Juli, en circulares cobrados en dos tiempos, la mano baja, mayor ajuste en el segundo tiempo que en el primero, asiento impecable, figura compuesta, trazo despacioso. A cámara lenta, que fue el sello de la faena toda. Incluido un final de juegos malabares. El toro, mimado en el recibo de capa con verónicas de manos bajas, se fue al desolladero más acariciado que toreado. Un pinchazo, una estocada trasera al salto. No hubo mayoría de pañuelos, sí reclamo sonoro a voces. Oídos sordos del palco.
    Ese primer toro de Garcigrande, que no llegó ni a rozar las bambas del capote ni los flecos de la muleta de Julián, fue de pastueño fondo. El tercero, no. Un duro puyazo trasero, un picotazo más. A la hora de resolverse, toro con su guasa: algo rebrincado, también se apoyaba en las manos, un aire reservón que se tradujo en embestidas regañadas. Después de la primera faena tan balsámica y plácida, El Juli parecía impaciente, que no suele. Faena de atacar, pero al primer ataque en serio, casi en los medios, la muleta en la zurda, el toro, la cara alta, instinto predador, soltó un gañafón avieso. El Juli salió prendido por la chupa de la chaquetilla y derribado. Qué listo para salir por su propio pie de la cogida. Al quite todo el mundo. Pero ya no estaba El Juli, que volvió al ataque con más ganas que antes y sacó ahora el guante de hierro. Gazapón, el toro buscó presa. Le ganó por la mano El Juli todas las veces. Muletazos de castigo que no lo parecían pero lo eran. Buen pulso. Faena sufrida. Una última tanda soberbia. Una estocada trasera, ladeada y mortal. En tablas se echó el toro. Se celebró más este agrio trabajo que todas las lindezas del primor primero.
    Y, en fin, el quinto toro –era mano a mano, y a tres por cabeza- y con él la faena de la feria. No se sabe si porque El Juli quería ajustar las cuentas con alguien o porque le salió del alma ponerse a torear como lo hizo. Probablemente por lo del alma. El mano a mano de vísperas –Talavante y Roca Rey- había sido de rivalidad rampante, zarpazos terribles del torero peruano. Este otro de Julián y López Simón no tuvo más enredo que el del marcador: antes de asomar el quinto, dos orejas López Simón y solo una El Juli.
    La manera de parar y fijar El Juli al toro, alto de agujas, muy juampedro en estampa y remate, fue pura ciencia. Ya fijado el toro, dos lances a pies juntos en los medios preciosos. Ni un olé, pero esos lances contaron entre los prodigios de la tarde. Bien picado el toro –brazo y puntería de Diego Ortiz, un recorte sevillano de Julián para dejarlo en suerte, bravura aquilatada entonces-, y entonces López Simón entró a quitar. Lo había hecho en los otros dos toros de Julián sin mayor relevancia, pero las revoleras de remate da uno y otro quite se habían festejado.
    El tercer quite –quite de aspirante, marcador a favor- fue más atrevido que los anteriores: un farol de rodillas –casi un acontecimiento- y chicuelinas muy discretas. Sonaban las palmas todavía cuando El Juli ganó el mismo platillo para replicar. Se encendió el ambiente. De frente y despatarrado El Juli en el cite de largo, asido el capote por la esclavina y ya mecidas las manos, y el viaje templado pero poderoso del toro librado con un lance perfecto de los del Zapopán. Un clamor. Y otros tres más de parecido efecto, encarecidos por la manera de envolverse en los dos últimos. El remate fueron dos medias impecables, distintas. Un volcán la plaza rendida.
    El toro, bravo de verdad, arreó en banderillas, dos pares soberbios de Javier Ambel y, con la plaza en llamas, vivo aún el eco de una diana floreada, ya estaba El Juli en los medios brindando la que iba a ser faena magistral de principio a fin. El principio, dos muletazos por delante entre rayas, y el celo del toro –muchos pies- embalado hasta los medios, donde El Juli cortó tan rara tanda con un molinete de rodillas. Tras él, en redondo, tres muy despacito y el de pecho.
    La mano derecha de El Juli parece nueva. Con ella vino a ahormarse y someterse el toro sin perder su gana. Toreo de rico compás, un desplante tras la tanda que pareció dejar sentenciada la pelea. Y ahora la docena larga de naturales –la izquierda de El Juli- que no se habían dejado pegar ni el primero ni el tercero. El ritmo de la faena fue extraordinario: por la unidad de terrenos, que marcó El Juli y no el toro, por su continuidad –ni pausas ni paseos gratuitos-, por su garbo tanto como por su autoridad. Se puso en pie la gente unas cuantas veces. En los de pecho se venía abajo la plaza. También en el último alarde de una serie de esos circulares de nueva versión que parecen repertorio fresco. Empujó la gente cuando El Juli atacó con la espada dando espaldas a toriles. Un pinchazo arriba. Una estocada trasera luego. El Juli se sacó el toro a la segunda raya para descabellar sin ayuda de nadie, yo solo, yo solo. Un solo golpe.
    A López Simón le costó superar el golpe –no solo ese, sino el quite de réplica, las dimensiones y el color de la faena- pero tuvo arrestos y amor propio suficientes como para echarse adelante con el sexto, un toro grandísimo pero de excelente son. Con él hizo la faena de mejor argumento de las tres firmadas. Solo que a la sombra de los golpes. Demasiado desigual el combate si es que se había planteado como tal. Desiguales las tres faenas: de recorrer demasiada plaza, de romper por sistema el sentido de una tanda antes de tiempo, de pautas demoradas, de quietud indiscutible y brazos lacios que dan impresión de pesar en la mano la muleta. Excesos de muletazos de abajo arriba. Y en fin la indiscutible seña de la ambición: el toreo de rodillas. Un cúmulo de cosas sin ordenar. Fe con la espada.
    FIN


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    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 10:58

    Valencia 19mar2016

    En el 32 desde Poeta Querol hasta el final del Paseo Marítimo. Los cielos, como papel de estaño. Una de las tablas de la muestra de Sorolla en el Carmen se titula "Un día gris en Valencia". Es de 1904. Pues casi igual. Las calles estaban desiertas. Las once y pico. La resaca de La Nit del Foc, la lluvia de estrellas.

    Antes se iba al Cabañal por el puerto y su avenida. Antes y antesísimamente. Sorolla tuvo un estudio en el barrio cuando El Cabañal era un barrio de pescadores. Desde la antigua estación de ferrocarril del Cabañal, caseta de enfoscado rosa, se enfila la calle del Mediterráneo y al fondo aparecen el primer horizonte de mar. El 32 toma la calle Pavía hasta el límite de la Malvarrosa. Ahí empieza la caminata por la senda enlosada que al cabo de dos kilómetros termina en el balneario y la playita de Las Arenas, donde están todos los hoteles y los restaurantes todos también. Todos salvo los muchos chiringuitos ahora uniformados en casetas de dos pisos con sus terrazas acristaladas y sus salidas de humo. El humo de la leña donde se posan las paellas.

    No todas las casitas de pescadores del Cabañal se han podido preservar, pero las de la primera línea han resistido mal que bien. El edificio del Hospital es muy hermoso. El cuartel de la Guardia Civil, un bonito ejemplo de arquitectura militar, tan mal tratada en la España de los últimos cuarenta años. (En Madrid, por ejemplo, la llamada Operación Campamento se cargó de la noche a la mañana cuarteles de excelente construcción. Los casos de Getafe y Leganés, cuarteles rehabilitados para albergar dos universidades, son excepcionales).

    Las cartelas a lo largo del paseo -hileras de palmeras desde el mirador de las columnas hasta las tapias de Las Arenas- son de dos clases: las náuticas -información del Instituto Isabel de Villena- con el código de baños y las literarias de un llamado Itinerari Blau, la Ruta Azul, que son creo que cuatro o cinco. Las citas de una novela de Flor de Mayo, novela de Blasco Ibáñez ambientada en El Cabañal, son de una cursilería estomagante ("haraposas faldillas" y cosas así); no sale mejor parado Gabriel Miró, un párrafo muy hueco de "Años y leguas", tal vez el peor de sus libros. En la información a pie de página se aprende que el nombre de La Malvarrosa fue el de un vivero que un perfumista llamado Robillard -¿francés...?- instaló en la senda de La Carrasca, una de las acequias que vienen hasta el mar. Cervantes está citado pero traído muy por los pelos. Un cachito del Viaje del Parnaso donde se cita "la escombrera playa de Valencia, por arte hermosa, y por naturaleza". No está mal.

    Hay un hipopótamo que sirve de tobogán para los niños. Está prohibido mariscar tellinas y chirlas en la zona de veda. El área para vuelo de cometas estaba tan desierto como la playa y el paseo. No corrían los grifos de la fuente de los vientos. Los ocho vientos de la rosa valenciana. Tramuntana, Grégal, Levante, Xáloc, Migjorn (viento Sur), Llebeig, Ponent y Mestral. Soplaba sur ligeramente. Por eso llovió en los toros. Poco viento, poca lluvia.

    Y recordé mis cuatro años de Fallas en La Pepica vieja. Me hice cabañalero militante. Nada que ver ese barrio de Las Arenas con el de entonces: 1996 al 2000.

    Y un paseo por la Marina Real que contaré otro día. El autobús en la calle de la Reina, frente a la Policía. Un edificio gracioso, compañero del mercado de Ruzafa. Y a comer a La Utielana. Lleno.

    TOROS. Crónica de la corrida de Valencia
    Valencia: 9ª de Fallas
    Una corrida muy frágil de Cuvillo
    Espectáculo pobre pero interminable, el de menos contenido de toda la semana fallera, dos sobreros, toros apagaditos, ni una sola faena de verdad relevante. Y algo de lluvia
    Valencia, 19 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Valencia. 9ª de Fallas. 10.000 almas. Entoldado, templado, lluvia salpicadita en la segunda mitad de corrida. Dos horas y cuarenta minutos de función.
    Seis toros de Núñez del Cuvillo. Primero y tercero, sobreros.
    Enrique Ponce, saludos y oreja tras un aviso. Sebastián Castella, silencio y silencio tras aviso. David Mora, vuelta y silencio.


    EL PASEO FUE A LAS CINCO. A las seis y diez ya había tenido que saltar dos veces la parada de siete cabestros berrendos de la plaza de Valencia. Con sus cencerros serranos. Y un vaquero en traje corto campero. Tronchado por un ligero puyazo, se derrumbó el primero de los seis toros de Cuvillo sorteados. Un segundo picotazo todavía más ligero, inocultable invalidez, pañuelo verde. El segundo de sorteo, hermoso retinto, salió quebrado de la primera vara pero resistió antes de afligirse. El tercero, lindo cromo colorado, remató de salida –o sería un porrazo-, se entregó en una gavilla de lances de David Mora –cinco verónicas, dos medias, dos largas- y perdió las manos luego. Un segundo puyazo lo dejó desencuadernado. Volvieron a salir los mansos.
    Las dos devoluciones, el poder menguado del primer sobrero y los trabajos planos y triviales de Ponce –el Ponce paripé- y de Castella –el Castella terco- dejaron marcado el comienzo de festejo: iba a ser larga la cosa. La más larga de las siete corridas jugadas en la semana fallera. La de menos interés.
    El segundo sobrero, sin embargo, picado muy trasero, la boca abierta ya en banderillas, tuvo una docena y pico de viajes ganosos en la muleta. Y la nobleza general de la corrida toda. Era la primera vez que David Mora se veía anunciado en el cartel, siempre caro, de la tarde de San José en Valencia. El día de la cremá. Dos tandas en redondo de buen ritmo, acompasadas, ligadas; la segunda, a suerte cargada y casi en los medios.
    Se puso a llover. Un calabobos nada más, cuatro gotas, pero se abrieron muchos paraguas. David le cambió al toro terrenos sin razón aparente y de pronto se apagó el invento. Inseguro el torero con la zurda. El toro hizo dos o tres amagos de rajarse, muletazos solo a favor de viaje o de inercia, una estocada valerosa y concluyente. Cariñosa la gente con el torero de Móstoles. Ponce le había brindado el primer toro y entonces recibió la primera ovación. La segunda, durante una vuelta al ruedo que tendría su carga de emoción. Hubo quienes quisieron sacar a saludar a la terna después de romperse filas, pero no cuajó la operación.
    Los toros de la segunda parte no fueron precisamente dechado de fortaleza ni entrega. El cuarto, trastabillado de partida, estuvo a punto de sentarse dos veces, y Mariano de la Viña le pegó capotazos terapéuticos. Si no, se va al suelo. Claudicó unas cuantas bazas y no es que fuera toro de menos a más, pero se tragó vivo un trasteo de diez minutos y pico. Un aviso a Ponce antes de pensar ni en cuadrar.
    Los dos últimos fueron cromos de la colección de jaboneros de Álvaro Cuvillo. No los jaboneros barrosos de hace quince años, sino jaboneros claros, albahíos, de palas y pitones blancos, rabicanos, calceteros. Como mimetizados con la arena dorada y pulida de la plaza. Si no es por la sangre de las varas, se habrían quedado sin perfil esos dos toros.
    El quinto, codicioso pero sin fuerza ninguna, resistió en pie gracias al capote y los pies de José Chacón, lidia muy competente. Toro en constante tembleque de banderillas en adelante. El sexto, que pareció en razón de la pinta el más terciado de los seis, se dejó el corazoncito en un primer puyazo empotrado pero sin apretar y estuvo parado antes de llegar al décimo viaje. Toro sin celo ni secreto. Hace dos semanas lidió Cuvillo en Castellón una corridita terciada pero bastante más viva que esta otra. La de Castellón también la mataron Ponce y Castella. Con más fortuna entonces.
    Ponce se embarcó en largo destajo con el cuarto Cuvillo, que tuvo por la mano izquierda bastante buen aire. Faena de vender humo a modo –pausas, gestos al tendido- y no sin cautelas –el vicio de abrir tandas con molinetes, o de perder pasos-, pero con la guinda de una tanda de tres naturales despaciosos, enroscados y ligados, precedidos los tres de uno de esos molinetes de seguridad. A toro parado y rendido, sedicentes péndulos. Un pinchazo en los bajos y una estocada delantera cobrada en la suerte contraria, que es en Valencia el terreno mejor si se ataca con la espada desde la sombra.
    Castella, espectacular en su habitual apertura de largo y con cambiados por la espalda, acortó en exceso distancias con el primero de los jaboneros, se dejó ver, tiró un par de tandas buenas en redondo. Solo dos. Muy agobiante la pelea en zona cero. Pelea sin golpes. Tres pinchazos, la espada no anda. La gente estaba cansada de todo cuando casi a las siete y media se soltó el torito jabonero que tan pronto iba a pararse. Una estatua. David Mora abrevió aburrido y mató por arriba.
    FIN


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    Mensaje  Morón Miér 23 Mar 2016, 11:00

    Madrid 20mar2016

    Vi en Huércal Overa, provincia de Almería, por primera vez una corrida de Gavira en directo. Era la última de la temporada. La alternativa de un torero venezolano cuyo apodo no recuerdo ahora, José Antonio Campuzano y Galloso. Eran toritos enanos y dulces como los del cuento de Blancanieves y los siete gaviras. Era octubre de 1984, parecía primavera en aquel pueblo remoto cuya plaza de toros, de tapias blancas y poca altura, parece escondida, O un almacén de frutas. Con un toro de Gavira tan cornalón como el tercero de esta tarde vi a Litri hacer su faena más emocionante en Sevilla una tarde de abril. Antes de los toros me crucé con su padre, Litri padre, por el Paseo Colón. Y más gaviras que ahora no cuento. Una ganadería distinta. Serán los aires del estrecho, que tanto confunden.

    El toro de Madrid.

    TOROS. Crónica de la corrida de Madrid
    Madrid: Inauguración de temporada
    Curro Díaz, por la puerta grande
    Favorecido por un lote excelente, el torero de Linares redondea su mejor tarde de siempre en Madrid. Impresiona el joven David Galván, herido pero autor de una faena sobresaliente
    Valencia. Corrida de Inauguración. 4.500 almas. Entoldado, frío. Dos horas y media de función. David Galván, operado en la enfermería de la plaza de una cornada en la pantorrilla con destrozos musculares en soleo y gemelos. Se intercambió el turno de salida de quinto y sexto toros.
    Cinco toros de Gavira y un sobrero de Torrealba (Hermanos Revesado) jugado de segundo bis.
    Curro Díaz, oreja, oreja y silencio en el que mato por el percance de Galván. Salió a hombros. David Galván, una oreja tras dos avisos. Herido de pronóstico reservado. Juan Ortega, que confirmó alternativa, ovación y silencio.


    EN LA INAUGURACIÓN de temporada en las Ventas una corrida de Gavira de trapío y cuajo despampanantes. Cinqueños los dos primeros. Con uno, descarado, vuelto de cuerna, noble pero pegajoso y de puntear cuando se apagó, confirmó alternativa Juan Ortega. Torero formal, capotero de buen aire, muletero de buena compostura. El otro cinqueño, el toro de la devolución de trastos, 550 kilos, muy finas cañas, fino hocico de toro Tamarón, se empleó bien de salida y en varas. Casi letal un primer puyazo. Lances cumplidos de Curro Díaz por la mano izquierda, un segundo puyazo apenas señalado y un quite de David Galván que iba a marcar el festejo. Chicuelinas, en la tercera se quedó debajo el toro, desarmó y casi al tiempo se derrumbó. Estaba algo pesado el piso. Devolvieron el toro.
    Salió un sobrero también cinqueño. De los hermanos Revesado y del hierro de Torrealba. Castaño, carifosco y ojalado, largo y hondo, soberbias hechuras, armado por delante, ligeramente tocado. Una hermosura. Fue un toro extraordinario. Galope, fijeza, elasticidad, prontitud, entrega, ritmo. Todo eso tuvo el toro, Impetuoso, número 7. Suelto de un primer puyazo severo, cobró en la puerta un segundo certero y medido. Volvió a quitar por chicuelinas graciosas David Galván. Era toro de brindis y al público brindó Curro Díaz una faena de buena resolución y muchas luces. Ni en tablas, donde el toro apretó en una trinchera antes de tiempo, ni tampoco en el tercio, donde probablemente se habría venido arriba el toro. Sino entre rayas.
    La figura gentil, juncal del torero de Linares, su garbo de siempre. Muleta pequeña pero de buen vuelo. Una gota de gitanería y un trabajo algo más largo de lo que tiene por costumbre. Muy jaleados el prólogo y tres tandas en redondo bien cosidas. En la segunda, tres muletazos de desmayo, y el de pecho a pies juntos. En la tercera, de cuatro ligados abriendo siempre al toro lo justo y enganchando un poco por fuera, la mano baja, un remate inspirado: la trinchera y el de la firma. El código de la pinturería, amparada además en las embestidas tan templadas del toro de los Revesado. Volcada la gente. Los fieles estaban guarecidos de una fina llovizna en gradas de sol o sol y sombra. No fue igual el compás, del torero y no del toro, por la mano izquierda. Cites a la voz y no a los vuelos, hasta que la gracia de una madeja de muletazos cambiados –la trincherilla, el kikirikí, el desplante ligero- puso a todos de acuerdo. Media estocada trasera, rueda de peones, dos descabellos. Una oreja con el toro ya enganchado en las mulillas.
    Ya no saltaron más cinqueños, pero sí dos toros de los Gavira de muy buena condición. El tercero, cornalón y cornipaso, bizco, dos garfios jamoneros, percha brutal, se escupió del caballo de pica, no paró de correr como los purasangres. Como no se fijaba, estaba por ver. Galván abrió faena fuera de las rayas –y el toro también- con un escalofriante cambiado por la espalda. Del lance salió medio atropellado y derribado. Una cornada, se supo después, que atravesó la pantorrilla derecha. De machos a zapatilla de la pierna, una mancha de sangre que fue haciéndose bien visible a medida que ganaba altura, categoría y dimensión una faena de rica verdad por su ajuste y su calma, su acento sencillo incluso en el alarde un circular de última hora.
    Faena templada, de una seguridad sorprendente. Toreo bien rematado. Por una y otra mano. Clasicismo. La cornada, precio de la temeridad, multiplicó el valor de la cosa toda. Manoletinas antes de la igualada. De pasarse Galván el toro cerquísima. Una valiente estocada trasera pasando el fielato. Había sonado un aviso antes de entrar a matar Galván. Y otro cuando, recostado contra las tablas pero no aculado en ellas, dobló el toro. Oreja de las caras. El año del cambio y de los toreros nuevos, ha vaticinado Simón Casas, muñidor de carteles refrescantes. Pues otro más en la nómina de las novedades. Proyecto claro de torero mayor este Galván. Bien de verdad.
    El cuarto fue el otro toro de Gavira de buena nota. Castaño, armado, amplio. Tambaleante de partida, asentado después de picado en tres viajes. Y aquí vino Curro Díaz a dar su golpe mayor y a firmar su más redonda faena de siempre en Madrid. Primero, por apostar tan enseguida por el toro, que no se sabía. Luego, y otra vez, por la listeza para elegir terrenos, medir la faena, pautarla, ligarla y salpicarla del repertorio casi completo de las pinturerías, como las del catálogo de Finito de Córdoba, el torero de ahora que mejor las conoce y ejecuta. Al hilo del pitón la faena, que, sin ser de altibajos, tuvo calibres desiguales. Los muletazos con la izquierda, casi frontales, fueron de largo trazo; más recortado el toreo en redondo. Espléndidas las trincheras. Un par de antológicos pases de pecho. Y una estocada. La punta de la espada apuntando al cielo. Y un volapié en parábola. Cierto delirio a pesar del frío, Una oreja, casi dos.
    Y más nada. El quinto gavira –sexto de sorteo- hondo, incierto y tardo, reservón pero listo para arrear, se defendió con seca violencia. Paciente, el joven Juan Ortega no se arrugó. Le costó pasar con la espada. Lo esperaba el toro. Curro Díaz estaba en una nube cuando se soltó el segundo del lote de Galván, que escarbó y solo vino con la cara alta. Brevedad. Dos horas y medio de corrida. Frío pelón. Esperaba la puerta grande.
    FIN
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    Mensaje  Morón Sáb 26 Mar 2016, 22:59

    Arles 26mar2016

    La Torre de Frank Gehry se propone ser el Guggenheim de Arles. Algo tardío el propósito. Poco a poco va creciendo la torre sobre lo que fueron los grandes talleres ferroviarios de la ciudad. Los talleres eran como un parque fantasma. Lo empieza a ser la torre. Llevo en Arles desde el jueves y he visto de noche el titilar de luces verdes, rojas y amarillas en dos grandes brazos de grúas que deben de verse desde el otro lado del mar. Cuánta grandeza, cuánta grúa y cuánta torre. Y cuánto paro desde que desmantelaron en Arles los talleres. No habrá artistas suficientes como para llenar la torre de titanio. O sí.

    El enlace del AVE/TAV de Nimes con el Intercitis de Burdeos a Marsella se ha fastidiado por un cambio de horarios. Y el transbordo de Nimes a Arles se lleva dos horas y pico de espera. Mi deporte favorito en entrar en la página web de la SNCF, los ferrocarriles franceses. Descubrí que el tren regional de Montpellier a Avignon me dejaba en Tarascón a la 1 y media -llegada a Nimes a la 1 menos diez- y hasta Tarascón para esperar el autocar que en veinte minutos te deja en la place Lamartine. Ahí vino a vivir Van Gogh. Ya no está la Maison Jaune que hizo célebre uno de sus óleos cegadores. La plaza de la estación de Tarascon es triangular, como tantas de esta zona de Provenza. Una espera deliciosa contemplando la luz de primavera.

    La plaza Antonella, la que da paso a la Roquette, el precioso barrio pesquero de Arles, es también triangular. Un fantástico plátano ahora pelado en la rue Gambetta parece un monumento. La floristería de la plaza, en manos de jardinero árabe, tiene macetas de camelias, tulipán, buganvilla, prímulas y jazmín. Ahí estuvo desde 1750 la gran fábrica de salchichones del país. Son célebres. Enfrente, los grandes almacenes París, de finales del XIX, que parecen ahora mismo una de las muchas ruinas de Arles, pero la más descuidada. Se podría haber hecho un teatro. Hacer algo.

    Los muelles de la Roquete y la ciudad romana, que estaban en obras interminables desde 2014. ya están reparados. El paseo a pie de Ródano es misterioso: el blanco de las losas de suelo, el gris granito de la piedra de muro y dique, el verde del agua del río bravo. En la plaza de la Pescadería, corazón de la Roquette, han cerrado tres o cuatro comercios. Sobreviven un vivero que solo vende flores blancas -jazmines embriagadores-, una pastelería tunecina y una farmacia decimonónica. Y un café años 60. En el centro de la plaza un almez llamado el Árbol de la Libertad.

    Muy largos los toros. Me esperaban dos amigos italianos: un lombardo de Brescia y un romano. No me gusta quedar. Menos dar plantones. Pero tres horas de toros...

    TOROS. Crónica de la corrida de Arles
    Arles: 1ªde Pascua
    Notables garcigrandes, corrida interminable
    Corrida de tres sobreros, los tres de última hora. Una faena brillante y firme, pero larguísima, de Castella a un buen toro. Manzanares, sorprendido por el más bravo. Firme y valiente López Simón
    Arles (Francia), 26 mar. (COLPISA, Baquerito)
    Arles. 1ª de la Feria de Pascua. Casi lleno. 9.000 almas. Soleado, templado, primaveral. Tres horas de función.
    Cinco toros de Garcigrande (Concha Escolar) –el quinto, jugado de primer sobrero- y uno de José Luis Pereda, corrido en sexto lugar como sobrero tris.
    Sebastián Castella, oreja tras aviso y oreja tras dos avisos. José María Manzanares, saludos y saludos tras un aviso. Alberto López Simón, una oreja en cada toro.
    Tito Sandoval picó a sexto, sexto bis y sexto tris, y con los tres se agarró certero en suertes que rozaron la perfección de doma y castigo. Fue ovacionadísimo.


    LOS CUATRO PRIMEROS de Garcigrande fueron parejos en tipo: la cara, el peso, el remate, las pintas. Toros hermanos, lindas hechuras, el juampedro culopollo de cañas finas. Escaparate de ganadería larga, ejemplo de regularidad. De esos cuatro el cuarto fue el de más caro galope, mejor ritmo y mayor entrega, el de mejor nota en el caballo –dos puyazos buenos de Pepe Doblado, y un primer picotazo corrido- y el que más lances y muletazos se llevó en todas las distancias posibles porque Castella no escatimó: tanteo en el saludo de capa, tres lances en línea tirados despacito y abrochados con chicuelina y una media muy airosa, frontal, a pies juntos. Es novedad en el repertorio del torero de Beziers.
    Ya picado el toro y cambiado el tercio, un quite mixto de regalo: tres tafalleras y tres gaoneras, pero al rematar la tercera sufrió Castella un desarme. Y entonces, un requite de propina, la misa gama pero en menor dosis: la tafallera, la gaonera y la revolera inversa. Encaje impecable en las nueve bazas. Buen son del toro en banderillas y faena de hasta tres tramos, igual de largos los tres. En todos parecido descaro: firmeza impasible, los pies posados más que sujetos, brazos sueltos.
    En el primer tramo, dos tandas sello de la casa: la apertura del cambiado por la espalda preludio de un lazo de seis muletazos más, cosidos todos sin solución de continuidad, sin perder posición ni paso. Hubo un desarme en el remate de esa última tanda de tramo. En el segundo tramo Castella abundó en el toreo de lo que Cañabate llamó “de los dos pases”: dos tandas en redondo con su cambiado de remate, tres con la izquierda de llamativa calma, estupenda caligrafía, ligazón, y sus remates de pecho. Y el tercer tramo, que fue no espectacular sino lo siguiente: circulares cambiados por las dos manos, hilvanados entre sí, y, cuando el toro empezó a apagarse –llevaba encima los dos puyazos, quince lances, treinta y tantos muletazos-, Castella se enredó en péndulos resueltos en distancia inverosímil pero sin que hubiera ni un enganchón. Todo eso se llevó su tiempo: la Orquesta Chicuelo le dio tres vueltas al Manolete, de Orozco, y, con retraso, sonó un aviso antes de cuadrar Castella.
    Hubo amago de provocar o proponer el indulto. Castella citó a recibir en los medios, cobró una estocada ladeada y desprendida, el toro se recostó en tablas, y antes de decidirse Castella a descabellar sonó el segundo aviso. La agonía del toro, Errante, fue acompañada de un coro de palmas gansas. Fue la faena de una tarde de toros interminable –tres horas en la dura piedra del Anfiteatro, controles severos de seguridad a la entrada- pero no el único acontecimiento.
    El propio Castella anduvo plácido y seguro con el toro que partió plaza, pero también entonces cayó un aviso antes de la igualada. Manzanares le pegó muchas voces al segundo, el de más pobre empeño de todos, y lo toreó de abajo arriba. Faena trabajosa. Y una estocada sin puntilla. López Simón, recibido con expectación particular, toreó con ajuste impertérrito al tercero de corrida, noble toro del que hubo que acabar tirando al cabo de cuatro tandas estáticas, verticales, con esa carguita dramática –gesto doliente- que tanto llega. El final de faena, en ovillos y cambiados por la espalda, fue desigual pero prendió en la gente. Un gran pase de pecho a pies juntos. A lo Talavante. Un pinchazo, una estocada, rueda de peones. Una oreja.
    Arrastrado el cuarto, empezó un espectáculo de montaña rusa. El quinto, colorado, acapachado, ancha culata, parecía de otra corrida, y fue devuelto por renquear pero sin haberse llegado ni a caer ni a amenazar con hacerlo. El primer sobrero, de Garcigrande también, estaba mejor rematado que el renco. Bizco del pitón izquierdo, fue el de más bravo son en la muleta, una formidable manera de emplearse. A ritmo vivo, hacía el surco. Pedro Chocolate le había pegado dos puyazos arriba, pero el toro, Cuentagotas, se vino arriba. Ataques prontos, mucha fijeza. Manzanares, muy exigido, fue sorprendido en un descuido: dos volteretas, fea caída. Solo el susto. Muchos nervios. Esperaba la corrida de Sevilla. Se notaba. Media estocada.
    Y un final disparatado. El sexto se salía del cuadro: 600 kilos. Justo antes de banderillas, se partió una mano. El segundo sobrero, octavo garcigrande en asomar, acapachadito, muy lindo, se rompió una pezuña después del tercer par de banderillas y ya a tercio cambiado. López Simón se apalancó en tablas, junto a la barrera. Mientras, crecía una protesta general para que devolviera antirreglamentariamente el toro. Habría procedido montar la espada y acabar. El palco se saltó el reglamento por las bravas.
    Un tercer sobrero. De José Luis Pereda. Salió bueno, noble, codicioso, ganoso y con gasolina. Todos esos sextos toros, que fueron tres, se llevaron al otro mundo tres puyazos y tres picotazos magistrales de Tito Sandoval. El toro de Pereda, un trabajito de López Simón de quietismo casi sin mácula, algún muletazo de inercia acabado con el torero asido al lomo, muchos pases a pies juntos y el torero descalzo. Un final atosigante, una estocada. Otra oreja. Dentro de diez días, un mano a mano en Sevilla de pronto encarecido: Castella y López Simón. Con sobreros o sin ellos. Caben apuestas. De Arles sale Castella favorito.
    FIN
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    Mensaje  Morón Dom 27 Mar 2016, 21:47

    Arles 27mar2016

    A pesar de la lluvia me he acercado hasta el Parc des Ateliers, lo que dentro de dos o tres años será el Guggenheim de la Provenza. No todo el mundo cree que a la Provenza le hiciera falta un macromuseo. Arles es una ciudad museo. Ella sola. Y, luego, al cabo de grandes años de trabajo, esta ciudad, que es tan pequeña, se convirtió en la gran cita de la fotografía moderna. La foto en blanco y negro, la de verdad. Lucien Clergue, fotógrafo de arte, profetizó antes de morir hace poco más de un año que ese "guggenheim" de la Provenza iba a suponer la muerte del Arles de los Encuentros Mundiales de la Fotografía. Y, de paso, una negación de la Camarga. Visión apocalíptica. Con la voz suave y humilde, y el tono convincente del maestro Lucien Clergue, por quien Picasso sintió especial devoción. El Picasso de verdad: el que se levantaba a pintar y trabajar a las seis de la mañana todos los días.

    En paredes de las calles hay miniguías que ilustran sobre Arles. Se renuevan con frecuencia. En una junto al Foro he leído que la Rumba Catalana es la música de los gitanos de la Camarga -Gipsy Kings, Manitas de Plata, Chico...- y hasta ahí de acuerdo. Solo que un párrafo sostiene que los rumberos catalanes vinieron a la Camarga huyendo del régimen de Franco. Y eso es engañar a un gitano, que es casi imposible, y, además, hacer de menos a los cientos y hasta miles de exiliados españoles de la guerra del 36. Muchos de ellos se instalaron aquí. Yo conozco a descendientes de unos cuantos. Ninguno de ellos, rumbero.

    Cuando llueve. no se ve volar ni a una paloma. Las chovas se refugian en los nichos de las Termas de Constantino, que es una de las ruinas más bellas de Arles.

    TOROS. Crónica de la corrida de Arles
    Arles: 3ª de Pascuas
    El Juli pone las cosas en su sitio
    Una faena de temple y otra de genio, ciencia y arrebato a toros distintos de Daniel Ruiz sentencian el mano a mano con un Roca Rey ambicioso pero todavía en agraz
    Arles (Francia), 27 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Arles. 3ª de Pascuas. Tres cuartos de plaza, 6.500 almas. Soleado, fresco. Dos horas y diez minutos de función. Jeremy Banti, sobresaliente, inédito.
    Seis toros de Daniel Ruiz.
    Mano a mano. El Juli, saludos, ovación y dos orejas. Roca Rey, oreja, oreja protestada y palmas. A hombros los dos.


    SE ESPERABA UN MANO a mano estelar, pero... Toda la mañana lloviendo en Arles y en la Camarga. Agua fría que batía en ráfagas. Parece que llueve de lado. Se suspendió la clásica novillada matinal del domingo de Pascua. Las fanfarrias de fiesta tuvieron que refugiarse en los soportales del antiguo asilo –el Espace Van Gogh- y en el vestíbulo del Ayuntamiento. Estaban desiertas la plaza de la República y la del Foro, recogidas las terrazas al aire libre, cerradas las furgonetas de comida del Bulevar des Lices. Se suspendió el encierro camargués, ni una paella callejera, ni un alma por la calle. Ambiente helado apenas roto por las campanadas de la Pascua florida.
    Dos horas antes de los toros dejó de llover. La corrida de Daniel Ruiz pareja en pesos y alzada –cortos de manos los seis toros- salió desigual. Primero y sexto, castaños, cortos de cuello, más hondos que los cuatro restantes, fueron los de más plaza. Los dos, con un punto de aspereza. El Juli pulió la del primero como si la muleta fuera cepillo, garlopa o papel de lija. No es que se quedara de seda el toro, abisontado, seria la expresión, pero el pulso fino y poderoso de Julián bastó para limar esos dos o tres viajes bruscos, protestones y rebrincados con que se retrata un toro a punto de plantarse.
    Las tres faenas de El Juli, a toros distintos, tuvieron un detalle en común; las tres fueron en un ladrillo, es decir, en un espacio mínimo del ruedo oval del Anfiteatro. Como si hubieran sobrado nueve de las diez partes de la arena de torear. Las tres fueron, sin embargo, faenas pródigas. Pródigas que no largas ni espesas. De ciencia las tres. La primera, la del toro tan sin cuello –la cabeza encajada en el morrillo, pechuga peluda, morrillo frondoso-, la de más calmada seguridad. Sorprendió en frío a los paganos, se escuchaban los ecos de una fanfarria que tocaba en la vecina Place Voltaire. La música de la Orquesta Chicuelo se lo estuvo pensando. No todas las delicadezas de la faena, unas cuantas y muchas, traspasaron la pasarela. Un final con péndulos, desplantes, circulares cobrados como con compás, la versión julista y renovada de la trenza que puso en escena hace unos años Daniel Luque, un molinete vertical ligado con el de pecho: todo eso contó más que la pureza ajustada del toreo en redondo a suerte cargada y mano baja. Una estocada ladeada, tres golpes de descabello.
    La tercera de esas tres faenas de El Juli, al quinto toro, el más ofensivo de los seis, fue la más rotunda. A toda vela y toda máquina, despliegue de repertorio, de frente para torear en redondo, muleta arrastrada en tres tandas al natural de particular cuajo, tandas de cinco y seis ligados sin perder un solo paso ni pasito, remates de pecho de autoridad irresistible. Con la faena cumplida, la sorpresa de ver a Julián torear por alto y por libre antes de volver a enredarse en esa especie de carrusel de toreo sin manos que pone nerviosa a la gente: las cosas de Luque, aumentadas y mejoradas. Imponente el gobierno del toro. Una estocada perdiendo el engaño y una rara manera de morir el toro: recostado contra el estribo hasta el momento de doblar sin puntilla. Dos orejas. El tercero de corrida, derrengadito, malos apoyos, poca gana, fue protestado. Contó poco la faena, que tuvo tanta ciencia y la misma economía de terrenos que las otras dos. Pero la gente se puso del revés. Dos tandas de látigo con la zurda a última hora se celebraron.
    Como era mano a mano, el más caliente de lo que va de curso, se dejó sentir un fondo de rivalidad. La primera faena de El Juli marcó distancias, pero Roca Rey había salido en ese toro a quitar con buen aire por chicuelinas, tafalleras, media excelente y revolera. Gran ovación. Estaba la gente con el aspirante. Tremolaban unas cuantas banderas del Perú en las gradas altas del Anfiteatro. No replicó El Juli, que tampoco salió a quites en toda la tarde. Su toreo de capa, siempre al lance, fue de calidades y oficios distintos. Con el quinto toro se embraguetó en serio.
    Roca abundó en palos que domina: las saltilleras, recibidas sin apenas eco, las variantes de tafalleras y roscas de El Calesero, las largas, elegantes largas de todos los colores. De las tres faenas de Roca fue la primera la mejor con diferencia. La mejor armada y ligada, la más variada y segura, la de mayor confianza. Y la más atrevida también: muy valiente el ataque entre pitones y colosal el remate de rodillas. Un pinchazo, una entera a capón. Un aviso. Larga faena, de recorrer mucha plaza.
    El cuarto toro fue protestado por flojo y claudicante. Aunque se dejó Roca ver en cambiados por la espalda y en algún invento de muletazos mixtos, a la faena le faltó criterio para mantener el toro en pie y en la mano. No bastó con la pasión y la ambición. Cuando se soltó el sexto, El Juli había dejado las cosas muy en su sitio y a Roca Rey le costó superar la prueba. Alguna sorpresa –la arrucina intercalada, los cambios por la espalda en el momento menos pensado- pero el toro de Daniel Ruiz estaba pidiendo lo mismo que habían pedido el primero y el quinto. Y eso todavía no.
    FIN
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    Mensaje  Morón Lun 28 Mar 2016, 21:58

    Arles 28mar2016

    Las dos plazas triangulares de la Roquette y las dos cuadrangulares de la zona noble: la de la Repùblica, con su obelisco y sus cuatro leones de bronce en la basa, y sus cuatro bocas de fuente que son caperuzas de león sobre un rostro de Neptuno fiero; y la del Foro, con la estatua de Mistral -la estatua mejor puesta del mundo-, el Café La Nuit tal como lo dejó Van Gogh (han tapizado el terciopleo escarlata de las sillas, han barnizado el piso y las barras, han cambiado el tiro de cerveza, han subido los precios) con sus toldos amarillos, el Hotel Nord Pinus, tal elegantón, con su esquina romana, y el Hotel del Foro, más llevadero. Las dos calles más tranquilas del centro: la de la Libertad y la del Foro. Un par de restaurantes de apetecer, pastelerías, galerías de arte.

    El sol parece un huevo frito. Por el halo de clara blanca que vio Van Gogh antes y mejor que nadie. Las mujeres de cualquier edad se tiñen de negro azabache sus ricas melenas. Entre las tallas del pórtico de San Trofimo hay más leonas que leones. Por eso será. También hay mujeres con el pelo rojo o azafranado. Las de pelo blanco parecen teñidas por el halo de sol o las lunas llenas de este país.

    TOROS. Crónica de la corrida de Arles
    Arles: 5ª de Pascuas
    Un fantástico toro de Pedraza, gran triunfo de Joubert
    Corrida de gran porte y brava de los hermanos Uranga, con un quinto excepcional. Reaparición feliz y afortunada del joven torero arlesiano tras dos años en el olvido
    Arles (Francia), 28 mar. (COLPISA, Barquerito)
    Arles. 5ª de Pascuas. 5.000 almas. Nubes y claros, templado. Dos horas y cincuenta y cinco minutos de función.
    Seis toros de Pedraza de Yeltes (Hermanos Uranga). Vuelta al ruedo en el arrastre para el quinto, Dudanada, número 20.
    Manuel Escribano, saludos y palmas tras un aviso. Thomas Joubert, aplausos y dos orejas. Juan del Álamo, una oreja tras dos avisos y silencio tras dos avisos.
    Buenos puyazos de José Manuel Quinta, Óscar Bernal, Mathias Forestier y Paco María.


    UN TORO SOBERBIO de Pedraza de Yeltes. Hermosísima prenda de 600 kilos. Colorado, ancha popa, armoniosas proporciones, la cuerna en corona, muy finas las puntas. Un galope sueltecito de partida. Hasta fijarse en el platillo mismo y enfilar desde ahí uno de los caballos de pica de Alain Bonijol. En el Anfiteatro solo sale un picador. Un primer puyazo memorable por la manera de meter los riñones y encajarse. Un segundo en ataque de largo y la misma entrega en el peto. Un quite de Juan del Álamo por tafalleras, dos, y la verónica vuelta de Jesús Córdoba. Réplica valerosa de Thomas Joubert por saltilleras. Galope bravo en banderillas y dos pares excelentes de Raphael Viotti. Y un brindis parsimoniosísimo al público de Joubert.
    El primero de lote, encastado, guerrero, noble pero no siempre metido en el engaño, había sido el de su más que decorosa reaparición en Arles, su plaza y su patria. Este otro vino a ser algo así como el toro de su vida. Apuesta mayor: por la categoría del toro, que había empezado a ver y paladear casi todo el mundo en varas y después de varas, y porque, después de dos y casi tres temporadas apartado del toreo, el joven Joubert estaba obligado por la ley del ser o no ser. Fue que sí.
    Una faena de larga y original trama, abierta con una inesperada pedresina, que fue como un cohete, y, empalmados con el cohete y el cartucho, el cambiado por la espalda, un excelso natural a pies juntos y dos de pecho amplios, largos, precioso el dibujo. Firme y encajado el torero, planta juncal, verticalidad natural, sueltos los brazos. Un clamor en la plaza. Una segunda tanda más en clásico: el molinete de entrada, cuatro en redondo y el cambiado por alto. Vino planeando el toro a la velocidad perfecta. Templada muleta. Un paseíto enojoso de Joubert entonces. Para tomar aire, para dejarse querer, para pensar, para creérselo del todo.
    Y vuelta al toro. Tercera tanda: una arrucina de apertura, tres en redondo, un cambio de mano, el de pecho. Como a resorte el toro en todos los viajes. Todos de aliento, prontos, largos. Una ligera duda de Joubert al echarse la muleta a la izquierda. El pase de las flores ligado con el de pecho. Solución de la tauromaquia de Nimeño II tras su primer viaje a México. Y una segunda cumbre de la faena: al natural de frente sin prueba previa, dos naturales. Y un farol, que no salió, pero lo ligó Joubert con tres más seguidos, y el de pecho. Ya estaba toreando sin espada.
    El toro estaba para lo que fuera preciso. Habría admitido hasta veinte viajes más. Incansable el fondo. Sin saberse, el tono de la faena había perdido intensidad. Los adornos a pies juntos se celebraron. No tanto como el toreo de mano baja. Pero hervía el público. De toda la ola de émulos de Juan Bautista –unos cuantos matadores arlesianos de alternativa- tal vez Joubert sea el de mayor sensibilidad. Media estocada. Parecía que sin muerte, pero en el último ataque el propio toro se tragó la espada entera y rodó sin puntilla. Clamor monumental. La vuelta al ruedo al toro. Las orejas para Joubert, que, cuando las tuvo en la mano, se fue a buscar al callejón a Paquito Leal, su maestro y mentor, torero ya retirado, patriarca de los Leal de Arles, lo hizo salir al ruedo, le entregó las orejas y lo abrazó con fuerza. Como hacen los náufragos al sentirse rescatados.
    Con todos sus atributos y su volumen, la de Pedraza fue una señora corrida de toros. No se esperaba menos. Los seis fueron bravos en el caballo, nota sobresaliente de la corrida sin excepción. Al sexto, que pareció querer blandearse, le puso las tuercas en varas Paco María. Los seis fueron de largo. El sexto, que por hechuras desdecía de los demás, fue el garbanzote negro: ni un viaje regalado, no descolgó ni una baza. Juan del Álamo, poderoso y entonado con el tercero de corrida, se empeñó en recibir a ese sexto con la espada y no hubo modo.
    El primero, cinqueño, de una hondura extraordinaria, fue toro noble pero escarbador, algo tardo y de los de sujetar porque quiso irse varias veces. Tenía, sin embargo, una golosa embestida humillada. Se extendió más de la cuenta Escribano en faena marinera. El propio Escribano quiso lucir al cuarto en el caballo como si se tratara de corrida concurso. No terminó de funcionar el invento, y no por culpa del toro, que fue en varas tan bravo como el que más, sino por otra razones. Demasiado sangrado en tres puyazos, el toro pecó de pegajoso en el último tercio. No pasó apenas nada. Si el toro quinto llega a jugarse de segundo y viceversa, es probable que Joubert se hubiera entonado más. Los toros bravos dan alas y parecen tenerlas.
    FIN

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    Mensaje  Morón Dom 03 Abr 2016, 21:47

    Madrid 3abr2016

    Menú del día de un adolescente -14 o 15 años, pesito más pesado que pluma, anorak azul marino con banderas de España- que estaba sentado delante de mí esta tarde de frío en Madrid. Tres bolsas de pipas de calabaza, una bolsa de piñones y dos de maní frito en aceite de palma. A bolsa por toro. Botellla de agua. Refresco americano. Teléfono móvil en la mano. Ha dejado el piso de la fila 5 del 2 bajo hecho un estercolero. De cáscaras, bolsas y botellas.

    TOROS. Crónica de la novillada de Madrid
    Madrid: 1ª novillada de la temporada
    Pablo Aguado, un novillero hecho y derecho
    Novillada armada y voluminosa de Sánchez Herreno, desigual y nada propicia. Pero el torero sevillano acredita recursos y talento. Paso discreto del sobrino nieto de Curro Romero
    Madrid, 3 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Madrid. 1ª novillada de la temporada. 3.500 almas. Encapotado, frío y desapacible. Lluvia durante los dos últimos. Clima. Dos horas y veinte minutos de función
    Seis novillos de Hermanos Sánchez Herrero.
    Miguel Ángel León, silencio tras un aviso y silencio. José Ruiz Muñoz, silencio y palmas. Pablo Aguado, vuelta tras dos avisos y saludos tras un aviso. Ruiz Muñoz, de Puerto Real (Cádiz), y Aguado, de Sevilla, nuevos en esta plaza.


    UN MIGUEL ÁNGEL LEÓN sevillano de Gerena, 23 años, y de cuyo debut con picadores se cumplirán tres años dentro de dos meses y es, por tanto, novillero a punto de pasarse. Tres tardes en Madrid el curso pasado pero ha toreado demasiado poco. Y dos debutantes en Madrid muy distintos: un José Ruiz Muñoz, gaditano de Puerto Real, 20 años, sobrino nieto por vía materna de Curro Romero, y un Pablo Aguado sevillano de Sevilla, 25 primaveras.
    Ruiz Muñoz, apuntes caros al componer. Vertical, cuello estirado –clave en el toreo de compostura-, lacios brazos. Entre decidido y cauteloso. Impecablemente vestido de verde musgo y oro, pañoleta y fajín encarnados. Aire artista: los genes. Hay fotos del Curro Romero juvenil –ya novillero prodigio- que pueden dar una pista de la traza de este vástago. La impresión de que ha toreado mucho, muchísimo más de salón que de verdad. Una durísima cornada en Navalcarnero, no lejos del llamado Valle del Terror, le cortó las alas en el momento en que había empezado a volar. Septiembre de 2014.
    Volvió. Era obligado estrenarse en Madrid. Sin contar con que el novillo de la presentación se derrumbó no menos de quince veces y que eso encendió una bronca cerrada contra el palco. El otro novillo de lote, escupido y huido del caballo, distraído y frenado, probón también, no era el ideal para una idea de toreo casi de espejo, que precisa embestidas ganosas, claras. Interesante mano diestra. Un desplante agitanado y camero. Y una facilidad afortunada con la espada.
    Aguado está tan hecho, y tiene tantas tablas y tanto oficio, que en esta primera salida en Madrid parecía estar pidiendo el toro. Los dos novillos de lote estaban para cumplir los cuatro años en mayo. El tercero, el de mejores hechuras de los seis, el único de pinta castaña, frágiles apoyos, tuvo nobleza, dulce son. Muy capaz Pablo Aguado para sostener al toro, lo que no dejó de ser mérito mayor, y, luego, exhibición en toda regla de toreo templado, de notable colocación: la facilidad. Encaje seguro y ajuste en el toreo de perfil, una seguridad muy llamativa. Hacía mucho que no asomaba un novillero novel tan puesto por Madrid. Pero una faena larguísima, castigada con un aviso antes de la igualada y con un segundo aviso después de una estocada de muerte lenta. Vuelta al ruedo. Con algunas discrepancias.
    A porta gayola de rodillas con un sexto de buen cuajo, larga bien librada y, luego, lances amplios, de concepto antiguo –el dibujo, lineal, de abajo arriba, metidos los riñones, sueltos los brazos- que se jalearon. Lo antiguo es ahora mismo original. Esa manera de torear de capa, por ejemplo. Y una faena bien cosida y rematada, con acento campero en las improvisaciones, calidad y listeza en el toreo de frente por las dos manos –muletazos sueltos, no repetía el toro- y momentos de cadencia nada comunes. No entró la espada. Pero quedó la sensación de torero cuajado, hecho. Por la manera de estar, de andar. De salir de la cara del toro. Y de llegar hasta ella.
    El novillo más aparatoso de los seis se soltó para partir plaza. Toro codicioso, casi celoso, muy llorón, castigado por una segunda vara durísima. No se afligió Miguel Ángel León. Y no era sencillo estar delante sin miedo y sin cansarse: capote de aceptable vuelo, decisión en una faena de muleta ambiciosa –tandas de cinco y seis ligados- pero de acento declinante, pasada de tiempo. Faltó la astucia de ahormar al toro, que se movió más que cualquier otro. Una estocada y diecisiete golpes de verduguillo, porque el toro no se descubría. Estaba herido muy atrás. El cuarto fue novillo pegajoso y mirón, incierto por la mano buena, que es la mejor de las dos de León. Toro sin gobernar. El alarde de dos cambiados por la espalda en la apertura. Un sentido plástico ortodoxo.
    FIN


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    Mensaje  Morón Mar 05 Abr 2016, 00:33

    Sevilla 4abr2016

    La lluvia. El frío húmedo de Sevilla. Primer viaje en un vagón Silencio del AVE. Vagón de cabeza, siempre el más ruidoso de un tren. No cerraba bien una puerta, no tanto silencio. Luz de penumbra. No se ha visto el sol en todo el trayecto de Atocha a Santa Justa. Goteras en la estación de Córdoba. Charquitos en Santa Justa. Diluviaba al salir del último túnel de Despeñaperros. Sin agua no tendríamos luz ni nada, oí decir. En la Maestranza, mientras se jugaba el cuarto toro, se oía caer el agua en la arena. Uno de tantos sonidos inexplicables de esta plaza de toros. Como si lloviera despacio en el campo y lo esponjara. Una música. Suave percusión. Tocar el tambor con las uñas de los dedos.

    Tengo balcón en calle silenciosa del Centro, entre el Museo y San Pablo. Dos hileras de naranjos en la calle González Abreu, donde Radio Sevilla. Si abro el balcón, escucho Radio Sevilla en directo. Lo cierro. El Europa ha cambiado de dirección y de carta y de vinos, La Trastienda cierra los lunes. Ya no dan queso de los Balanchares en un sitio donde lo tomaba antes. Esto no ha hecho más que empezar.

    Muchos cuernos, algo de miedo.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 3ª de abono
    Jiménez Fortes se juega el tipo
    Faena angustiosa del torero malagueño con un toro extraordinariamente ofensivo e incierto de Tornay. Corrida astifina, muy deslucida. Capaz y valeroso Esaú Fernández.
    Sevilla, 4 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 3ª de abono. 5.500 almas. Encapotado, frío y desapacible. Lluvia durante la lidia de primero, tercero y cuarto. Dos horas y veinte minutos de función.
    Seis toros de Manuel y Antonio Tornay.
    Esaú Fernández, saludos y silencio. Jiménez Fortes, silencio y saludos. Borja Jiménez, silencio y palmas tras un aviso.


    SOLO UNO DE LOS SEIS TOROS de los Tornay sacó claro son y dio juego. Fue el primero de corrida, negro, alto, estrecho, remangado y muy astifino. Astifina fue la corrida toda. De traza y hechuras desiguales; conductas dispares también. Ese primero bramó mucho, tuvo un punto frágil, se empleó con nobleza por la mano izquierda y el final fue más de irse que de quedarse. Esaú lo había recibido a porta gayola con una larga cambiada de rodillas. Lances, después, de seguro son y buenos brazos.
    Jiménez Fortes le hizo un quite muy redondo por chicuelinas. Raro el lance en torero tan espigado y flaco, brazos tan largos y capote tan grande. Pero fue el quite de la tarde. El propio Fortes salió a quitar en turno con el cuarto de corrida y lo hizo por gaoneras de más ajuste que acople. Ese cuarto no tuvo el aire franco del primero. Para nada.
    La desgana de un segundo distraído, noblote pero rebrincado, y el estilo defensivo del tercero, que punteó y se apoyó en las manos antes de venirse abajo, estaban marcando en negativo el debut de los Tornay en el abono de Abril con una corrida de toros tan ofensiva. Ajeno a todo, ese cuarto solo pegó topetazos y dejó sentenciada la cuestión. Esaú Fernández le había brindado la muerte del toro a Saúl Fortes. El brindis bíblico. Fue imposible honrar el brindis.
    Al primero, el toro bramador, en cambio, lo aguantó Esaú casi en los medios y se lo trajo con desenfado por la mano zurda en cites de aliento. Por frágil no consentía el toro tirones. Una tanda despaciosa de naturales se celebró de verdad. No tanto un arrimón de última hora. Ni un desplante frontal y vertical tirando los trastos. Una estocada delantera y perpendicular, un descabello.
    Costaba pensar que ese toro y esa faena contarían al cabo como la conjunción más redonda de la tarde. Al hilo del pitón, y en distancia corta, Fortes le sacó al segundo de corrida algún muletazo bien cortado. Ni descolgado ni encogido, el toro dejó de emplearse. Fue, por eso, ingrato. Con el quinto, veleto, todavía más astifino que el primero, cortísimo de cuello, Fortes firmó un trabajo memorable por dos cosas: por la demostración de valor, absolutamente insuperable, y por el riesgo supino de consentirle al toro de todo. Los pitones –desmesurados ganchos- le pasaron a Saúl rozando el vientre, el pecho, el cuello. En un arreón impensado el toro estuvo a punto de llevárselo por delante.
    Fue el único momento de rectificación obligada. Ni teniendo al toro debajo y rebañando le temblaron las piernas a Saúl, que llegó a ligar un cambiado por la espalda con uno de pecho en un momento imposible. La gente empezó a pasar miedo porque se estuvo mascando la cogida de mitad de faena en adelante. Pero se cansó más la gente de pasar miedo que el propio torero de plantarse desafiante en terrenos del toro sin pestañear. Por eso fue memorable esta sorda batalla que Fortes abrochó de difícil estocada. Pitaron con fuerza al toro en el arrastre, sacaron a Saúl a saludar hasta la segunda raya.
    Borja Jiménez abrió faena con el tercero con un lazo de cambios por la espalda más temerario que logrado. La trinchera de broche fue excelente. No fue sencillo el toro. Ni demasiado difícil. Solo que más pronto que tarde metió la cara entre las manos en señal de rendición. Porfió con ganas el joven torero de Espartinas. Un pinchazo, una entera tendida soltando el engaño.
    El sexto, castaño chorreado, fue el de menos cara de la corrida, pero el de más cuajo. Casi 600 kilos. Papada de pavo, que ninguno otro tuvo. Poderoso, volvió dos veces un espectacular caballo tordo de pica, pero no peleó. Estaba por verse el qué y el cómo cuando al tercer viaje de muleta el toro enterró pitones y cobró a cámara lenta un volatín que lo trastornó. Luego, no hizo más que pegar cabezazos y trallazos. Un trágala. Borja no volvió la cara. Digno esfuerzo. Al tercer intento con la espada, con el toro casi recostado contra tablas y en la suerte contraria, Borja cobró una estocada de grabado antiguo.
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 06 Abr 2016, 00:08

    Sevilla 5abr2016

    En la calle donde vino hay tres viejos hostales reconvertidos en hoteles de buena condición y pocas estrellas. Buen precio. El Londres, el Petit París y el Madrid. Enfrente del Londres, en la esquina de Bailén y San Pedro Mártir, hay una placa de azulejo que recuerda que en una casa de la calle San Pedro nació Manuel Machado, poeta y dramaturgo, escritor de lance también. El teatro lo escribieron a medias Manuel y su hermano Antonio. La poesía, no.

    No se pueden comparar los dos poetas hermanos. Ni la personalidad ni la influencia ni casi nada. De Manuel Machado es un elogio fúnebre de otro poeta sevillano, Alejandro Sawa, que nació en esta misma calle de San Pedro. Sawa fue un poeta maldito y bohemio. Murió en Madrid quemado en su propia casa de la calle del Conde Duque, junto al cuartel magnífico que hizo levantar un sevillano tan ilustre como el Conde Duque de Olivares. Sawa fue tomado por Valle-Inclán como figura inspiradora de Luces de Bohemia. La poesía de Sawa no ha pasado la criba del tiempo. Otros dislates literarios sí. Como la muerte de Sawa fue todavía más trágica que su vida, Machado le dedicó este epitafio: "Jamás hombre más nacido para el placer fue al dolor más derecho". Un poco retórico el lema. En la esquina de San Pedro y Gravina, en la otra punta de la calle, una placa recuerda que en esa casa nació Sawa. Y en la placa, el epitafio. Con una observación chocante: se avisa al lector de placas que Manuel Machado "tiende una mano" a Sawa desde la entrada de la calle.

    La calle es corta y silenciosa. Casas de no más de tres alturas, ni ancha ni estrecha. Luminosa. No todas las calles del centro de Sevilla lo son.

    El tríptico de Curro Romero en La Flor de Toranzo sigue reluciente en su altarcito sencillo. El natural interminable y luminoso. Las anchoas en mariposa del Trifón, que es como se conoce el bar entre sevillanos y forasteros, son una de las mayores delicias de la ciudad. Buenos caldos. Los tintos acompañan a la anchoa bastante bien. Hay dos clases de anchoas según calibre y según calidad del aceite. Elegid las más caras. En pesca no conviene escatimar. El arroz caldoso de mediodía en el Barbiana, calle Albareda, en el ángulo opuesto del Trifón en el entorno primero de la Plaza Nueva, se va espesando a medida que pasa el día. A la 1 y cuarto parece que está sin cuajar. A las dos menos cuarto, demasiado caldoso. A las dos y cuarto, perfecto. Son los tiempos del arroz. Es muy de Sevilla la tapa de arroz. Ninguna como la del Stratos en la calle Murillo, que está de esta otra de poetas de otra época.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 4ª de abono
    Un toro tremendo y una corrida variadísima de Torrestrella
    Brava pelea de Miguel Ángel Delgado con un toro fiero, dos armoniosas y prometedoras faenas de Javier Jiménez y un triunfo legítimo de Pepe Moral
    Sevilla. 4ª de abono. Soleado, fresco, algo de viento. 5.500 almas. Dos horas y veinte minutos de función.
    Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro Domecq y Díez)
    Miguel Ángel Delgado, saludos y silencio. Pepe Moral, silencio y una oreja. Javier Jiménez, saludos tras dos avisos y una oreja.


    EL TORO QUE rompió el fuego, fiero y agresivo, cuajado y astifino, fue pura dinamita. De mucha emoción. La agresividad se tradujo en movilidad; la fiereza en embestidas revolucionadas. Toro de sangre caliente, muy pendenciero. Crudo de una primera vara, castigado por un segundo puyazo trasero, ya pegó en el estribo del caballo tres cabezazos; hizo desistir a Pepe Moral de un intento de quite; se dolió en banderillas y cortó por las dos manos. Difícil de torear. Y, sin embargo, lo toreó cumplidamente Miguel Ángel Delgado.
    Con sencillez y descaro casi candorosos, sin arrugarse ni asomo de hacerlo, ajustado a pesar de haberse levantado viento. No volver la cara, sino darla. Faena casi torrencial que encarecieron los problemas del toro, que iba cortando paulatinamente viajes, adelantando por las dos manos, y volviéndose y derrotando. Un desarme, una colada escalofriante. No hubo ni tiempos muertos. Tal la intensidad. La cosa había empezado con Delgado a porta gayola –salida a cañón del toro librado en larga cambiada de rodillas- y una gavilla de lances revolados y caros, media buena y revolera de remate. Y el final: un pinchazo sin soltar y una estocada trasera. Desde el tercio recogió el torero ecijano una ovación de gala. No perder esa pelea fue un triunfo.
    No se pareció ninguno de los cinco toros restantes de Torrestrella a ese bólido primero. Tampoco entre esos otros cinco hubo demasiadas semejanzas. Ni en pinta, ni en hechuras, ni en lámina. Ni en la manera de ser. Era costumbre en la ganadería presentar corridas abiertas de sementales. Y también justamente lo contrario. Esta de Sevilla, relegada a un cartel menor, fue de las abiertas. Para bien. Pues el primer toro resultó para el ganadero de gran valor: garantía de reserva. Como el fuego sagrado.
    Los demás se avinieron a términos mucho más razonables. El segundo, que se estiró bien de salida, se puso a recular y casi rajarse al cabo de veinte viajes y entonces sacó inesperadamente aire cobardón. Un punto precipitado el ataque de Pepe Moral. No era toro de pelea sino todo lo contrario. El cuarto, casi 600 kilos de toro, no llegó a descolgar –altote, pechugón, sin cuello- y fue casi la cara opuesta del que acababa de matar media hora antes el propio Delgado. Demasiados enganchones en los momentos de más arranque. De la inercia eléctrica del primer toro de función a la pasiva renuncia de este otro. Y, sin embargo, faenas de parecido empeño. Al primero le pegó Delgado una tanda temeraria de bernadinas antes de la igualada. Con este cuarto, antes de pinchar sin fe hasta cinco veces, se pegó un arrimón entre pitones sin trampa ni cartón.
    Los dos toros de mejor son fueron los dos últimos. El tercero, feble y quebradizo, el único que escarbó –dos veces-, sacó en la muleta un son casi dulce. Pepe Moral toreó con regusto a la verónica al quinto por la mano derecha: lances de formal empaque. Javier Jiménez, brillante en un breve quite al quinto por verónicas de compás, le pegó al sexto lances muy despaciosos en el recibo. Ese último toro, de gruesas mazorcas y tronco escurrido, ligeramente tocado, berreó escandalosamente. Bramidos que retumbaban por toda la plaza.
    Las dos faenas de Javier Jiménez tuvieron varias virtudes. En primer lugar, la de ser distintas y, por eso, adecuadas a la condición y las mutaciones de los dos toros de lote. Las dos, faenas de menos a más. Temple y suavidad para conducir casi a pulso los viajes del tercero, pero enroscándose con él en bellos remates de tanda. Y temple de otro calibre, más de poder, con el temperamento del sexto, que fue toro de mucha fijeza por bien gobernado. Las pausas entre tanda fueron de inteligencia y no de capricho. El final de faena, cinco muletazos de inspiración, precioso. Al tercero se resistió a descabellarlo tras media cobrada en la suerte contraria, el toro se refugió en tablas de toriles y tanto se resistió a doblar que llegó a sonar un segundo aviso. Al sexto lo tumbó de excelente estocada. No podía írsele el toro. No se le fue.
    De estocada sin puntilla tumbó Pepe Moral al buen quinto, toro de declinante poder pero regular ritmo. Toro de series cortas –igual que los hay de largas- y por eso la faena del torero de Los Palacios, severa, pecó de convencional, o de forzar la máquina. Muchas voces también. Espectaculares pases cambiados por alto al pecho contrario en los remates. Una extraordinaria tanda de naturales tirados con bigotera y compás. La gente lo pasó bien.
    FIN
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    Mensaje  Morón Jue 07 Abr 2016, 10:10

    Sevila 6abr2016

    El escaparate de Casa Moreno en la calle Gamazo es una tentación. Hay gente que pica dentro. Yo prefiero la contemplación resistida: la penitencia de San Antonio. Hay conservas de una Sierra Cazorla -nombre de marca- que deben de ser pecado mortal. Un timbal de rabo de toro, un moje de verduras, el pisto antiguo. Latas hermosas y bien pintadas de melva canutera. Grandes cajas de galletas Birba, las de Camprodón, el pueblo prepirenaico de la provincia de Barcelona donde nació Isaac Albéniz. Albéniz, hijo de aduanero. En muchas de las cajas de Birba se ve el puente sobre el río Fresser, que es muy fragoroso. Enfrente de Moreno, el Becerra, con sus papas aliñás.

    El arroz tardó en salir en el Barbiana y yo tenía prisa. Es admirable la tapa de albóndigas de choco. No solo por las albóndigas y por las patatas panadera que las acompañan con su salsa marinera. Sino por el toquecito de perejil. Si os ponéis enfrente de la ventanita de la cocina y junto a la caja registradora, contemplaréis una de las cosas de más arte de todo el entorno de la Plaza Nueva: la manera en que el pinche o el maitre espolvorean el pellizquito de perejil. Parece muy fácil, pero. Mientras sale el arroz, cabe contemplar una foto mayúscula de Morante. Foto de Arjona. No es un desplante pero casi. Una salida de la cara del toro. No cabe más armonía. La foto, encima del ventano del perejil.

    En el Trifón, la sorpresa feliz de encontrar a dos maravillosos amigos de Bayona. Marido y mujer. Vieja amistad. Hicimos una evocación de aquel Charly Forgues que pudo haber sido alcalde de Bayona, pero no quiso, y quiso ser divo de la ópera -cuatro cursos en el Conservatorio de Toulouse- pero no pudo porque sus padres le tenían comprada una farmacia. En Bayona, En Toulouse conoció Forgues a Manolo Chopera, que estaba haciendo un doctorado en Química, y ahí comenzó una historia de los toros de Bayona que ha llegado hasta hoy. Sin Charly ni Manolo. Por los dos hemos brindado. He sabido que Forgues hacía llegar a La Flor micuit de la mejor calidad, y que esa era su parada favorita en el centro. La plaza de toros de Toulouse es ahora un barrio periférico. Con parada de metro. El Sol de Oro. El diario izquierdista de Toulouse, La Republique, tuvo siempre críticos taurinos de primera fila. Inmejorables.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 5ª de abono
    Joselito Adame anda fino
    Una bella faena al último toro de una corrida muy desigual de Las Ramblas. El Cid, sorprendido por el son bravo del penúltimo. Una soberbia estocada de Abellán
    Sevilla, 6 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 5ª de abono. 5.000 almas. Primaveral. Dos horas y cuarto de función.
    Seis toros de Las Ramblas (Daniel Martínez).
    Miguel Abellán, silencio en los dos. El Cid, silencio y vuelta. Joselito Adame, silencio y vuelta.


    HASTA LA SUELTA DEL quinto toro de Las Ramblas no hubo apenas cosa relevante. Por delante, dos toros sacudidos, astifinos pero justos de trapío. Breve Miguel Abellán con el primero, que protestó a modo en el caballo, se rebotó al embestir con el celo justo, tropezó engaño más de la cuenta y murió de manso. Habilidoso y cauteloso El Cid con el segundo, que, frito a lances de doma, quiso pero no pudo en dos varas y estuvo a punto de herir a Alcalareño a la salida del primer par de banderillas.
    La cogida de Granero: en la carrera perseguida, perdió pie Alcalareño y casi bajo el estribo estuvo a merced del toro, que lo buscó en el suelo como dueño de la presa. La paliza fue tremenda. Salió ileso el torero, que tuvo arrestos para cuartear en el par que cerraba tercio. Demasiado abierto, el toro lo vio venir, lo esperó con la cara alta y no se dejó prender más que un palo. Y salir otra vez trompicado. La faena de El Cid tuvo más oficio que aire o estilo. Cuando el toro se puso celoso, lo abrió exageradamente: el toreo por fuera. Y el toro se rajó. Esos dos primeros rodaron tras sendas estocadas.
    Tercero y cuarto rondaron los 600 kilos. Chorreado el uno, castaño albardado el otro. Al tercero, templado en el saludo por Joselito Adame, lo picó perfecto Óscar Bernal; el cuarto fue el clásico bravucón, de los de dolerse y blandearse al sentir la puya. No pudo con los kilos, no le interesó nada, se fue suelto. El de peor nota de todos. El tercero sacó un son tan pacífico y tan aplomado que no parecía ni res de lidia. Adame toreó compuesto y seguro, pero antes del décimo viaje ya había pedido la cuenta el toro. Se fue sin pagar. Abellán tomó la cuerda decisión de abreviar con el cuarto mole y no mollar. La estocada con que lo tumbó fue soberbia. Fiel a su vieja costumbre, no perdonó quites Miguel. Inoportuno el del tercer toro, que claudicó al segundo impulso. Mucho más logrado el del sexto, por chicuelinas y una serpentina forzada porque el toro atacó en los medios con ganas.
    Los dos últimos toros, en tipo y hechuras distintos a los cuatro primeros, cambiaron el signo de la corrida. Decorado muy distinto. Dos toros colorados: rechonchito y recortado el quinto, que fue el toro de la tarde y el más alegre de los vistos en toda la semana; muy bien hecho –engatillado, astifino, corto de manos- el sexto, que, fijo en el engaño, humilló y repitió con suave ritmo. Toda la pelea en los medios. La una y la otra.
    El quinto tuvo el fondito picante de la bravura y se vino arriba de mitad de faena en adelante, y cuando El Cid pareció sentir que estaba toreando sobre seguro, siempre a muleta puesta, la mano baja, desigual el ajuste. La banda hizo del Amparito Roca una versión melódica y modélica. Un regalo para los oídos. Sorprendido por el toro, a El Cid se le fueron los pies cuando trató de gobernar con la zurda. Faena a menos, pero celebrada. Sin particular pasión. Media estocada defectuosa soltando el engaño y una salida desairada, porque el toro persiguió a El Cid hasta la boca de riego. La media no bastó. El Cid estuvo con el verduguillo tan certero como siempre. Aplaudieron al toro en el arrastre con fuerza.
    Estos toros pizpiretos –ese quinto, y el sexto- parecen refresco creciente de la ganadería de Daniel Martínez. Colorado, calcetero, ojo de perdiz, el sexto hizo honor a las hechuras: pronto, fijo, ganoso. Banderillearon con riesgo y acierto Roberto Jarocho y Fernando Sánchez. Jarocho con el cuarteo clásico y salida casi al paso, sobria fórmula tan del gusto de los cabales de la Maestranza; Fernando, con su espectacular par de pitón izquierda cuadrado en el mismo balcón, los brazos arriba de repente, mejor la reunión que la salida. La entrada en suerte, al paso.
    Adame brindó al público la que iba a ser faena de la tarde. Siete estatuarios en tablas y el del desdén para abrir boca. Un runrún de asentimiento. Y a los medios sin demora para ligar despacito en redondo cinco, y el cambiado por alto. Después de la versión concierto de Amparito Roca, el Cielo Andaluz, de Marquina, que tanto entraña para los toreros mexicanos. Soberbia la banda de nuevo. Y rica la faena por todo: por su temple, la ligazón, la suavidad. Cuatro tandas, no más. La facilidad para tener en la mano el toro y medirlo cuando fue perdiendo gasolina. Excelente el trazo de Adame por las dos manos. Y de aire magistral los cinco muletazos cambiados con que, la espada de acero ya en la mano, quiso dejar cuadrado al toro entre rayas. En la suerte contraria, a toro arrancado, Joselito cobró una estocada que hizo guardia al toro. Un final impropio. Un descabello. Se hizo querer el torero de Aguascalientes. Una vuelta al ruedo muy jaleada.
    FIN
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    Mensaje  Morón Jue 07 Abr 2016, 23:37

    Sevilla 7abr2016

    La rehabilitación de La Moneda se ha parado en seco. Han cubierto la fachada con una suerte de gasa gris.Como una enorme tela de araña. Aunque parezca mentira, el velo realza la silueta del edificio, la primitiva ceca de Sevilla. El orden de la fachada, italiano, más renacentista que barroco, es de un equilibrio singular. Muchos palacios en Sevilla, la más palacial de las ciudades españolas, pero ninguno con la majestad de La Moneda. También la fachada entera del asilo de la Caridad ha sido sometido a la cura con gasas cenicientas. Pero lo hermoso de la Caridad es la iglesia, muy portuguesa, y ni tanto el asilo. El patio del asilo cuenta pero no se ve. Y la Maestranza de Artillería, que me parece un cuartel medieval y arabizante. Como mi padre fue artillero de carrera -de la Academia de Segovia, en su Alcázar- siento por el cuerpo de artilleros la devoción propia del caso. Si la Maestranza de Artillería llega a edificarse después de la de Caballería, o sea, en primera línea del río y no en la segunda, no habría habido seguramente toros hoy en Sevilla. La Monumental de San Bernardo, derruida en 1920 o así, habría resistido o sobrevivido a sus sucesivas ruinas. Pero la clave de los toros de Sevilla es que la Maestranza de Caballería es el auténtico punto central de la ciudad. Y de la provincia.

    Colas y colas de turistas de toda condición -escolares, jubilados, gente de dinero...- en las puertas de pago de la Catedral: masas en la plaza del Triunfo y a las puertas del Alcázar; hormigueo interminable por Santa Cruz. El Mercado del Arenal, en reforma permanente, no remonta el vuelo. El de Triana ha ganado clientela y ambiente: bares, restaurantes, una escuela de cocina donde enseñan a hacer arroz en paella a turistas de habla ingleses. Comprobé ayer que las ocho damas sentadas frente al fuego eran australianas. ¡Venir desde Sidney a Sevilla para hacer un arroz! La vuelta al mundo. Si Manolo Domenech no hubiera enseñado a la gente de Sevilla a hacer el arroz a la manera de Castellón, las ocho damas de Sidney estarán haciendo un safari. O en Granada, en las colas para la Alhambra.

    En el Flores de San Pablo se vende una conserva de nombre original: bacoreta de almadraba. En frasco de vidrio. De una conservera llamada Gadira. En unos de los dos escaparates del Flores se expone el traje de luces pistacho y oro que Curro Romero vistió en la que fue su última tarde en Sevilla. El año 2000 Es el mismo traje del trípitco del Trifón. Muchos vinos del mundo en las estanterías del Flores. Dicen los que saben que la mejor carne de Sevilla se come en La Barra del Almansa y en el Almansa, en la calle de Zaragoza tocando ya con Bilbao. He visto a cinco buitres lanzarse sobre el chuletón más grande que jamás tuve delante en esta ciudad. No dejaron ni el hueso. Buen precio.Hay de postre una torrija borrachita. Tal vez de ron.

    Sí, sí, el Almansa, donde estaba la Bodega Casablanca. La sucursal. La vieja Casablanca sigue enfrente de La Moneda. Y al lado de Hacienda. Etcétera.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 6ª de abono
    Reválida de López Simón
    El torero de Barajas sella con un costoso triunfo la primera de sus tres tardes de abono en Sevilla. Corazón, entrega, faenas tobogán pero de menos a más. Y la suerte: los dos mejores toros de la corrida de El Pilar
    Sevilla, 7 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 6ª de abono. 7.000 almas. Primaveral. Dos horas y media de función.
    Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile).
    Mano a mano. Sebastián Castella, silencio tras un aviso, silencio y silencio. López Simón, silencio, una oreja y oreja tras un aviso.
    Fernández Pineda, sobresaliente, aplaudido en un quite por chicuelinas al sexto. Brillantes banderillas de Vicente Osuna, Domingo Siro y Jesús Arruga, tercero de López Simón, que saludó en los tres toros.


    LOS SEIS TOROS de El Pilar, de armoniosa cara, fueron muy astifinos. Los dos últimos, cinqueños, los más serios. El cuarto, que apenas superó la barrera de los 500 kilos, el de mejor condición, el de más codicia y entrega, y el de mejor asiento también. Detalle mayor el asiento, porque la cruz de la corrida fue su fragilidad. O lo irregular de su asiento.
    Un primero que parecía prendido con alfileres y, sin embargo, se sostuvo en una faena cadenciosa, templada y, ay, larguísima de Castella. Un segundo que romaneó y hasta derribó en la segunda vara porque Tito Sandoval se limitó a señalar el picotazo, y López Simón no se decidió a bajarle la mano. Un tercero que perdió las manos antes de ver caballo y metió los riñones en una primera vara que lo dejó como anestesiado y sin fuelle.
    Incluso el cuarto pareció desencuadernarse después de banderillas. Falsa alarma. Llevaba dentro más carbón de lo presumido y aguantó entera una faena tan larga como todas las demás. El quinto se afligió repentinamente, amenazó con echarse una y dos veces, y lo acabó haciendo tres. No el infarto que revienta un toro –y en Sevilla y en feria ha habido algún caso- sino una insólita congestión porque el toro había pecado por celoso.
    Y, en fin, un sexto que salió galopando pero también trompicándose, que apenas sangró en varas, fue bravo en banderillas, se fue al suelo al quinto viaje de muleta y terminó haciendo de todo un poco: pararse y tardear y, al cabo, venir y repetir sumisamente. Este último fue el más largo de los seis trasteos y a López Simón le mandaron un aviso cuando estaba cuadrando al toro, el más sencillo de la corrida. Por sumiso.
    Era más una corrida de dos espadas que un mano a mano propiamente. Castella, sin nada que perder ni ganar pero obligado porque está anunciado en el abono de Sevilla tres tardes, y en esta primera, con tres toros. López Simón, con mucho más que ganar que perder porque la prueba de Sevilla iba a tener bastante más peso que la de hace tres semanas en Valencia. De manera que la rivalidad estaba difuminada antes de empezar el duelo.
    Duelo sin dolor. Ni en quites, aunque López Simón salió en los tres toros de Castella. Sin mayor gloria. El quite de la corrida, imperfecto pero gracioso, fue el del sobresaliente, Fernández Pineda, sevillano capitalino. Al sexto toro, en los medios. Tres chicuelinas de las que Morante repescó del repertorio puro de su creador –Manuel Jiménez “Chicuelo”- y que son lances infinitamente más complicados que las otras chicuelinas de diario, convencionales, meras variantes del lance de costadillo. La media que cerró el quite fue excelente. Castella renunció a quites. El saludo al primero de corrida, con lacias y verticales verónicas bien encajadas, fue casi redondo.
    Función sin competencia, pero en manos del azar, que puso en manos de López Simón los dos toros de la corrida. Con el primero que mató anduvo de partida muy acelerado el torero de Barajas. Abusó de torear no a la voz sino de chillarles mucho a los toros. A ese segundo de la tarde, con el que buscó antes de tiempo la distancia corta, y a los otros dos también. Toros sorpresa, de dos faenas dentro de una. Mucho más brillantes las segundas partes que las primeras. Un punto revolucionado el arranque del trabajo con el cuarto –muletazos embraguetados- pero rica la solución de dar, a base de tenacidad, con la mano izquierda del toro, que era un filón. Dos tandas severas, ligadas, desplazando en una al toro pero enroscándose con él en una última que puso caliente la cosa. Los momentos más rumbosos de la tarde. Los más felices. La faena de reválida, porque, igual que Castella, López Simón tiene firmadas tres tardes de abono en Sevilla.
    La del sexto vino a ser una segunda reválida menos redonda que la primera. Una faena algo caótica, muy chillona –y la acústica de la Maestranza es muy chivata-, desigual en todo –cites al hilo, cruces al pitón contrario- pero sellada por tres virtudes: la ligazón, el ajuste y la entrega. Una manera medio desmayada cuando sintió al toro casi en la mano y en tablas, que fue donde pasó lo gordo.
    Castella, algo de paso, firmó una pulcra y caligráfica primera faena, se atragantó a veces con las reacciones celosas del tercero, que se aplomó luego, y solo pudo ser testigo impotente de la súbita aflicción del quinto.
    FIN
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    Mensaje  Morón Sáb 09 Abr 2016, 00:29

    Sevilla 8abr2016

    Los mostradores de los puestos de pescado del Mercado de la Feria, de la calle Feria, huelen a limpio y a mar. Hay un puesto de flores a la entrada del callejón de la calle Calderón y parece que son las flores y no la pesca. He visto pelar gallos de mínimo calibre. Me he quedado admirado. No conozco ciudad donde más y mejor se cultive la destreza en el oficio. El oficio que sea. A esa destreza se le llama en la ciudad "arte".

    El puesto 110 del mercado tiene nombre propio: La Cantina. Es un bar de pescado y marisco. Con terraza. La mitad de las sillas y mesas de la terraza están pegadas a los muros de la iglesia de Ómnium Sanctorum , uno de los templos mudéjares de la Sevilla vieja. Desde la barra, se contempla como si se tuviera encima la torre de la iglesia, que fue mezquita y construcción almohade. El pálido ladrillo gastado por el tiempo. La gracia pesada de las torres morunas y luego cristianas. La terraza estaba poco concurrida. Se venden ostras francesas a dos euros la pieza. Lubina a la plancha. La gamba, la cigala, la sepia, la cañadilla. No es de fritanga. Al lado de la cantina, un puesto con quesos del país, de las sierras de Sevilla y Cádiz. Y uno de cabra de Soria con trufa negra.

    El mercado está vivísimo y, aunque fue rehabilitado y reconstruido, conserva el alma de los viejos mercados de barrio. El de pescado está separado del de carnes y verduras por un callejoncito. En un contenedor de basuras, los desperdicios verdes de puerros de grueso calibre. El verde del puerro tiene su aroma penetrante. Junto al desecho de puerros, tres bicicletas. Un puesto de caracoles y carillas de Lebrija. Tortos de Peñaflor. Y un ordenadísimo puesto de libros de segunda mano. Me he comprado uno tomo del Viaje por España de Antonio Ponz, el viajero ilustrado que fue catalogando edificios nobles por todo el país. Y se emborrachó de Sevilla con solo abrir los ojos. Como Joseph Peyre, el romántico bearnés que vivió la Pasión de Sevilla como una epopeya y sintió que la religión es, además de un credo, una sensualidad apenas disimulada. Creo que los viajeros franceses entienden Sevilla mejor que los mismísimos italianos. Los genoveses fueron los años de Sevilla hace algún tiempo. Se nota. Mi blanco hotel, impecable, está lleno de franceses que hablan en voz baja después de las diez de la noche.

    En una de las paredes del templo de Ómnium Sanctorum hay un cuadro con todas las portadas de ABC donde aparecía un Papa recién elegido en el cónclave. Por la edad del ABC, el primero de todos es Pío X, y, luego, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. El Papa Francisco no cabía. He caído en la cuenta de que he conocido siete Papas.

    Abundan las tiendas de comida preparada en la calle Feria y en toda Sevilla. Feria es una calle singular y mundana. En una chatarrería nació Juan Belmonte. Poco después de mediodía la terraza del Vizcaíno estaba como si fuera domingo. Es terraza de pie, que no abundan. Los ojos no eligen destino, y a mí se me posan demasiadas veces en rótulos que anuncian casas de retiro para ancianos. Para gente que haya conocido al menos seis Papas de Roma. La tienda de libros de Padilla se ha trasladado a la calle Trajano. Una vieja querencia me lleva a la Alfalfa. Dos anchoas imperiales, una copa de barbadillo en La Trastienda. Y mucha gente en el centro. Han llegado los de Madrid.

    El azahar de los naranjos de González Abre se mete en la garganta y se pega en las pestañas.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 7ª de abono
    Un espectáculo de primera
    Templado, desatado y ambicioso El Juli, inspirado y a capricho un Morante entregadísimo, pura serenidad, valor mayúsculo y temple de Perera. Toros dispares de Victoriano del Río.
    Sevilla, 8 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 7ª de abono. Lleno de No hay billetes. Primaveral. Dos horas y cuarenta minutos de función.
    Seis toros de Victoriano del Río. Tercero y sexto, con el hierro de Toros de Cortés.
    Morante de la Puebla, silencio y saludos tras dos avisos. El Juli, una oreja y saludos tras un aviso. Miguel Ángel Perera, saludos tras un aviso y ovación.


    MUY LARGO ESPECTÁCULO pero más que notable. Un hormiguero de gente manando por las bocanas de los tendidos de sombra después del paseíllo, ambiente de cara expectación –no solo Morante y su parroquia, era la reaparición de El Juli en Sevilla tras dos años de ausencia, y la vuelta de Perera-, lleno hasta la bandera. Runrún de tarde grande. Una hermosa y variada corrida de Victoriano del Río. Dos toros –tercero y sexto, del hierro de Toros de Cortés- hicieron dispar la corrida y se enlotaron juntos. Casi dos gotas de agua los dos primeros -berrendo en cárdeno carbonero el uno, negro burraco el otro-, un cuarto que gateó de salida y se condujo muy a su manera, y, en fin, un quinto de mucho volumen por largo, pero la alzada justa.
    Astifinos los seis. Descarado ninguno. Buenas hechuras. El son, notoriamente distinto. Se rajaron dos toros: el primero de Perera, que galopó de partida con llamativa categoría, y el segundo de Morante, que tomó el portante a los quince viajes. Con los dos toros rajados, y en su querencia de tablas, Perera y Morante, Morante y Perera, firmaron dos faenas de gran emoción. Dos medias faenas, `porque la emoción se desbordó cuando la pelea fue en tablas. Donde tanto se defienden los toros. Solo que ninguno de estos dos lo hizo. No hubo embestidas boyantes –las faenas en tablas precisan de cortas distancias- pero sí embestidas claras y, dentro de un orden, dóciles.
    Hubo que provocarlas y hasta buscarlas, pero la paciencia tuvo recompensa. Morante alcanzó ese grado de ebriedad que distingue al torero encaprichado con un tesoro escondido. A toro rajado, rajado sin disimulo, y después de haber recorrido casi media circunferencia junto a las tablas, Morante se encendió en tres tandas de tanta calma como arrojo, no hubo viaje que no saliera templado y, luego, la caprichosa fantasía de un molinete de recurso, un recorte, un atrevido encaje. Un empeño del todo imprevisto y sin límite de tiempo. Un aviso antes de la igualada. Igualada fatigosísima porque el toro se encogía avisado en cuanto Morante lo enfilaba con la espada, y no le dejaba pasar. Tres pinchazos, un segundo aviso, una estocada excelente hasta la mano y, cuando iba a sonar el tercer aviso, dobló el toro. Puntillazo glorioso de Javier Araujo.
    El toro de Morante se rajó más de manso que otra cosa. El de Perera, no tanto. En la primera mitad de trasteo Perera toreó a compás, a ritmo compuesto. Cuando el toro se huyó y tocó forzarlo, el compás y el ritmo fueron idénticos. La quietud, insuperable. Perera, firme entre pitones como si las miradas del toro, unas cuantas, no fueran con él. Un ovillo, otro, trenzas de toreo cambiado. Fue el toro con el que más miedo pasó la gente. Un pinchazo, una estocada y cuatro descabellos. Una ovación de gala.
    Las dos faenas redondas, de un rigor técnico por todo magistral, fueron las dos de El Juli. Hilvanadas, cosidas, ligadas, cumplidas en un terreno inverosímil. Las dos fueron faenas pródigas y prolijas. En un ladrillo las dos. Señal de poderío, autoridad y dominio. Señal, por tanto, de ambición. Desatado desde que salió a quitar por chicuelinas en el primer toro de Morante, El Juli vino a Sevilla por todas. Y todo, salvo el descabello y no tanto la espada, funcionó con la precisión de un reloj. Tic tac, tic tac. Ni un toque en falso, a pesar de la abundancia de los trasteos.
    Exhibición del refrescado repertorio de El Juli: el toreo con la izquierda arrastrando casi media muleta por la arena en el enganche del toro pero no al soltarlo, que es muy difícil; la sutileza de su toreo en redondo y enroscado, o tirado en línea, pero ligado sin perder pasos; las tandas breves abrochadas con el cambiado por alto o el genuino de pecho, el obligado, el de verdad; la gracia del molinete cosido con el de pecho; las trenzas de toreo cambiado y natural, sin ayuda en la mano suelta; y los cambios de mano antes del molinete o el de pecho. Repertorio abrumador, pulso formidable. Ni una sola vez se vio El Juli en apuros a pesar de pisar terreno de riesgo y de no ceder ni un palmo. La banda, en tarde de las de bravo por la música, subrayó las dos faenas de Julián más que gloriosamente. El largo trasteo con el quinto, con una memorable versión del Suspiros de España. La banda y la mágica acústica de la Maestranza. Y El Juli en pie de guerra.
    Además de esas cuatro faenas de altura, la corrida se llenó de cosas. La principal, el toreo de capa de Morante. Dos medias verónicas para las antologías, una revolera del todo fascinante, unas rarísimas tafalleras interpretadas como estatuarios pero rematadas como lances de castigo, delantales, una larga y, naturalmente, dos ramos de verónicas sencillamente sublimes: las del primer toro de la tarde, por su cadencioso empaque y su prestancia natural; las de cuarto, por su soberbio arrebato, por su música casi violenta que dejó al toro con medio pasmo.
    El Juli respondió a la antología de Morante con uno de los gestos de la corrida, que lo será, además, de la feria: irse a portagayola para esperar la salida del quinto, salida fría e incierta, y librarlo con una larga cambiada de rodillas improvisada. Perera, acompasado con el capote de manera nueva en él –sueltos los brazos, los hombros muy dejados-, se atrevió con un temerario quite por saltilleras en el tercer toro, en el platillo y de frente. Y también se fue a porta gayola a esperar al sexto, el más apagado de la corrida. El quinto toro se enceló en el caballo de pica durante más de cinco minutos en dos reuniones interminables. Fue el toro de los Suspiros de España. La banda premió con música a Curro Javier, un primer par al tercero extraordinario, y a sus compañeros de cuadrilla, un Javier Ambel cada vez más templado y el siempre presto Guillermo Barbero. El quite de la tarde, tras un derribo en varas, lo hizo El Juli.
    FIN
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    Mensaje  Morón Sáb 09 Abr 2016, 23:37

    Sevila 9abr2016

    Las estrelicias de la plaza del Cristo de Burgos están marchitas. O esperando su momento. No se sabe. Los botánicos aficionados las llaman Aves del Paraíso. Hay muchas en Madagascar. Hay heladerías que anuncian vainilla de Madagascar. Normalmente, la especias perdían su aroma al cambiar de tierra. La vaina de la vainilla es muy fina. Por eso el diminutivo. Los granitos negros tienen una dulzura distinta. Ni empalagan ni dejan de. En la cocina andaluza de toda la vida -o sea, de influencia romana y arábiga- ha uso variado de las especias. La hierbabuena es o era la reina de los guisos de olla. Pero no solo. En el Parque de María Luisa hay un frente de estrelicias formidable en primera línea de fuego. La flor, casi inmortal, flora prehistórica, parece la cresta de un pájaro exótico. La cresta y el pico a la vez. Sus colores púrpura y naranja son muy distintivos. Como las túnicas de los monjes birmanos.

    De vuelta al Mercado de Feria, pero solo para cruzarlo. Detrás del mercado, el restauradísimo palacio de los Marqueses de la Algaba, que fue el palacio de mayores volúmenes de la Sevilla renacentista y barroca. Los marqueses eran Guzmán, guzmanes, los grandes señores de la Conquista cristiana. El Centro Mudéjar de Sevilla se ha instalado allí, en dos de las salas rehabilitadas. Un vídeo cuenta en detalle la historia del palacio. Buen vídeo, buen relato.

    En el siglo XIX el palacio, abandonado por los marqueses, fue oKupAdo por vecinos sin techo. Las yeserías, las vigas y los canes, los artesonados, los azulejos de los zócalos, los mármoles genoveses de casi todas las columnas, los capiteles, los enlosados, o sea, casi todo el palacio salvo los cimientos fue pasto del vandalismo y el saqueo. Hay fotos de los 1860 y después que dan una idea del estado de la cosa. Siempre aparecen en las fotos la torre de Ómnium Sanctorum y los remates abaluartados del mercado con sus paredes encaladas. Lo gracioso es que en el patio mayor del palacio se instaló un teatro permanente pero de feriantes. El teatro de Hércules. La Alameda está cerca. La fachada del Palacio, dibujada a mediados del XIX por Joaquín Guichot -un pintor académico pero exquisito-, es preciosa. Se considera al nivel del palacio del Rey don Pedro en los Alcázares. No sé qué decir.

    Una mañana preciosa para pasear por San Luis, mi preferida entre las calles cinta de Sevilla. La iglesia de San Luis estaba cerrada a cal y canto. Su cúpula se divisa desde la azotea del Palacio de los Algaba. No tiene nada que ver con el barrio. Esa es la gracia. Nada de mudéjar ni almohade ni judío. Barroco puro y duro. Me ha chocado que el ambiente del palacio -su música de fondo, hilo musical- fuera Bach. El museíto del palacio tiene pocas piezas pero buenas. Cuadros explicativos breves y claros. Muy elemental.

    No sabía quién era López de Arenas, el nombre de una calle por la que cruzo a diario al ir a los toros y al volver, y he descubierto que fue un artesano de Marchena que escribió en 1633 el primer tratado de carpintería conocido en este país. Compendio de toda la carpintería mudéjar. La carpintería en blanco o de blanco, creo recordar. Un artista. Muy pequeña la calle. No es la cinta de San Luis, donde nacieron casi a la vez el cantaor flamenco Manuel Vallejo y el más importante dirigente comunista nacido y criado en Sevilla, y muerto en Moscú en el exilio, en 1944: José Díaz.

    Han reparado de maravilla la iglesia de Santa Catalina entera. Una joya. La plaza de los Terceros, a tope. Una librería de lance estupenda. He comprado una biografía de Ramón Carande escrita por su hijo Bernardo Víctor, que, hombre culto, lo dejó un día todo por los toros. Por seguir la temporada y hacer fotos. En blanco y negro. Y ya.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 8ª de abono
    Roca Rey, incógnita por despejar
    El torero clave de la generación emergente debuta en Sevilla sin suerte. Lote deslucido, mucho valor, ideas precipitadas. Ileso tras cogida tremenda. Dos buenos toros de Juan Pedro. Desdibujado Manzanares
    Sevilla, 9 oct. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 8ª de abono. Lleno. Primaveral. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. El Rey Juan Carlos, en el Palco del Príncipe, fue ovacionadísimo al aparecer. Las ovaciones se solaparon con los compases de la Marcha Real. Los tres espadas le brindaron la muerte de sus primeros toros. Brindis subrayados por nuevas ovaciones.
    Seis toros de Juan Pedro Domecq. El cuarto, sobrero.
    Enrique Ponce, una oreja y saludos. José María Manzanares, saludos y silencio. Roca Rey, saludos y vuelta.
    Pedro Chocolate picó muy bien al quinto. Pares notables de Luis Blázquez.


    SALTARON siete toros de Juan Pedro Domecq. El cuarto claudicó nada más tomar engaño, apenas cobró en varas, la gente de sol protestó, no está claro si Ponce quiso o no mantenerlo en pie, del caballo salió luego derribado y fue devuelto. La protesta venía coleando, pues el tercero de la tarde, con el que debutaba en Sevilla Roca Rey en ambiente de picante curiosidad, había asomado derrengado, estuvo a punto de sentarse varias veces y renqueó desencuadernadito después de picado.
    El palco apostó por el toro y lo salvó. Fragilidad incurable, el toro reculando y resbalando como un equilibrista. Roca Rey trató de hacerse sentir, tragó un parón debajo en una tanda con la zurda, no pareció tan tranquilo como suele, se oyeron voces pidiendo que acabara y la cosa terminó de estocada sobrada con fe algo desprendida.
    El sobrero, cuarto bis, se estiró de salida con buen aire, Ponce le dio capa y más capa antes de fijarlo, antes de llevarlo al caballo y después de llevado y traído. Una sobredosis de lances de doma que restaron y no sumaron. Después de banderillas, no podía el toro con su alma. Ponce pidió paciencia a quienes reclamaban que tirara por la calle de en medio y entrara a matar. Ni medias embestidas, todas rebrincadas, antes de pararse el toro y de empeñarse Ponce en un trasteo de aparente riesgo pero fondo artificioso.
    La idea de estar delante del toro casi en descaro provocó una ruidosa división de opiniones. La batalla del público la ganaron los defensores de la idea. Los cuatro primeros muletazos de trama fueron los cuatro únicos que consintió el toro. Una estocada caída. Ponce salió a saludar hasta la segunda raya después de arrastrado el toro. La cuadrilla le animaba a dar la vuelta al ruedo. No coló. Era el último toro que Ponce mataba en el abono de este año.
    El primero de los dos de lote, colorado, redondito y acucharado, con la cara de bueno que tanto retrata la que fue línea predominante en la ganadería –el toro artista, sí, pero muy astifino también-, se llevó su dosis masiva de capotazos de doma. Mansito en el caballo –dos picotazos-, estuvo a punto de cascarse en banderillas y, mientras Ponce brindaba al Rey Juan Carlos, se vino a tablas. No a acularse, pero sí a refugiarse. Estuvo encogido muchas veces. Entonces y luego, pero tomó despacio una primera tanda de muletazos medicinales. Excelentes dos a media altura con la mano buena de Ponce, la derecha. Ligados los dos en un palmo, Una pausa y otro toro: más entero de lo previsto, acaramelados viajes y suave trato de Ponce, que no pudo resistir la tentación de abrir tanda, dos veces, con el molinete protector tan de su concepto. La faena tuvo dos claves felices: el general ajuste y la despaciosidad. Faltó toro, faltó mano izquierda y hubo, de guinda, un postre de cuatro muletazos genuflexos rematados con un cambiado por alto bien trazado. Una estocada con vómito.
    También el segundo juampedro se apuntó al tambaleo general. El penúltimo Juan Pedro Domecq solía quejarse de lo mucho que los corrales exiguos de la Maestranza repercutían para mal en sus corridas. Las de los toros artistas. De artistas vino casi al completo esta corrida del sábado de preferia, una de las tres fechas mejores del abono. No le sobraron fuerzas al segundo después de sangrar; tampoco arrestos a un Manzanares poco convencido. Ni el generoso gesto de la banda –Cielo Andaluz, pasodoble predilecto de Manzanares- terminó de animar la cosa. Muletazos sin terminar, esdrújulo engaño, más de un final en el lomo. Una supina estocada.
    El quinto trotó y casi gateó en vez de galopar de salida. Fue el toro de la tarde. Se entregó en un primer puyazo tan severo como certero de Pedro Chocolate y volvió a pelear en el segundo viaje. Roca Rey se fue a los medios a quitar por saltilleras ceñidísimas, tres, y revolera. Quedó en claro el son del toro, algo tardo pero de ir con todo. Manzanares abrió a lo grande: de largo en los medios. Muy apaisada la muleta, abiertos los viajes, buena cintura, pero. Toreo sin ritmo. Otra vez dio la banda un concierto: versión sobresaliente del Martín Agüero. De regalar los oídos al torero, al toro y a todos los demás. Faena a menos, pasos perdidos al intentar el toreo al natural. Media estocada. Ocasión malograda.
    Más de dos horas de festejo y luz artificial al saltar el sexto, el más astifino de la corrida, colorado ojo de perdiz. Roca Rey lo saludo con lances de capote vuelto y sueltos, atacó por delantales que cosió con una chicuelina enganchada y un valiente revolera. Un galleo de frente por detrás para llevar al toro al caballo. Se le salían las ganas al torero limeño. Un brindis parsimonioso y una faena que iba a estar marcada por el afán –siempre al ataque Roca, impávido en estatuarios y en los cites encimistas- pero condicionada por la falta de celo del toro, que se fue parando poco a poco pero hasta hacerlo en seco. Pesaban las dos horas y pico de corrida, y la corrida toda, y la gente pidió a Roca que se fuera por la espada. Ni caso.
    Terne en la cara del toro, tratando de sacárselo en la suerte natural o por la espalda, y de pronto una cogida tremenda: el torero empalado, y asido al pitón pero colgado de él durante instantes interminables. La vuelta a la cara del toro como si nada fue premiada con una gran ovación de reconocimiento. Igual que el ajuste de la media docena mejor de muletazos de esa faena de tan angustioso final. Una estocada caída. El marte vuelve Roca Rey a escena. La corrida de Cuvillo. Morante y El Juli.
    FIN
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    Mensaje  Morón Mar 12 Abr 2016, 12:24

    Sevilla 11abr2016

    Vi ayer por la mañana un espectáculo magnífico: la poda de una las siete palmeras del jardincito del Instituto de Estudios Hispano-Americanos en Alfonso XII. Son palmeras de tronco fino, altísimas. De penachos pequeños que, al caer a plomo tras la poda, parecían grandes pájaros abatidos al vuelo. El podador fue trepando por el tronco gracias a un calzado con anclas de garfio que lo sujetaban con firmeza. Un ayudante desde la palmera vecina iba corriendo cuerda como en la escalada de roca. Batía bastante viento y la palmera se mecía y casi acamaba como una gigantesca espiga. La poda se hace con sierra mecánica. A una velocidad impensable. Me parece que son nueve las palmeras del jardín. Y acababan de podar ya siete. Eran poco más de las once de la mañana. Después de podadas, las palmeras son cuellos de jirafa. Esas palmeras de jardín tan sevillanas. A las puertas del Museo se agolpan los pintores caseros. Chispeaba, había que cubrir con plástico los óleos, las acuarelas. Es gracioso que los domingos convivan dos museos. El ilustre y el de rastrillo. La estatua de Murillo en la plaza es bastante mayor que la de Velázquez en la plaza del Duque. No mejor. Ponerse a comparar a Murillo con Velázquez no procede. Ni de las clases de palmeras de Sevilla. Algunas asoman por encima de tapias de conventos y palacios. Los jardines secretos.

    La Alameda estaba muy tranquila. Una lluvia fina, pero pocos paseantes. Llenos los cafés. Los tres grandes artistas del barrio están inmortalizados en otras tantas de distinto valor. Caracol, La Niña de los Peines y Manuel Jiménez "Chicuelo". A quienes consideran con toda razón a Chicuelo como el gran creador del toreo moderno -más que el propio Juan Belmonte- no les convence la estatua de Chicuelo. Por grandiosa. Pues Chicuelo fue un torero de frágil porte. Un capote de hierro es una contradicción. En la casa natal de Manolo Caracol, en la calle Lumbreras y en el llamado Patio de la Cartuja -un viejo corral de vecinos-, hay una placa que recuerda el hito. La voz de Caracol es un melódico trueno roto. "¡Ay, niña de fuego, ay, niña de fuego....!" La Niña de los Peines era puro arte. Voz de alma. Blablablá...


    Una exposición muy atrevida en Santa Clara revisa la relación de lo Sagrado de Sevilla y las vanguardias del primer tercio del siglo XX. Resulta que Francis Picabea, artista rompedor, estaba emparentado con el alcalde González Abreu, alcalde de Sevilla, y que eso abrió las puertas a los artistas, intelectuales y escritores radicales de la época. El resultado es un insólito juego de cosas. Bataille, que interpretó la tauromaquia como una cuestión sagrada, está bien representado. Lo más destacado, sin embargo, es en mi opinión la colección de cuadros e ilustraciones de los creadores radicales sevillanos. Particularmente, Mateos, muy perturbador. El cuadro de Gustavo Bacarisas sobre el tema de la Pasión es un tranquilizante, Y el claustro de Santa Clara, otro. ¡No había nadie en el museo! En un rincón de desguaces, la estatua de Fernando VII, maltrecha y tullida.

    Y, sí, la corvina de La Azotea con su crema de coliflor y queso manchego fundido es una delicia. Los carabineros de las fresqueras están alineados al estilo militar. El rojo del caparazón de carabinero es el más puro de todos los de su gama. En marisco. La pálida gamba es incolora. Discutían el otro día sobre el color del traje que estrenó Morante el viernes pasado, cuando las verónicas, las medias y la revolera. Y ahí, en la cámara transparente de La Azotea, estaban unas ostras de ese mismo color. La ostra francesa,
    que no se aburre.

    Vi también ayer la salida de la misa de 2 de San Lorenzo.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 10ª de abono
    Una corrida notable de Daniel Ruiz
    Con tres toros muy distintos y de nota para cada uno de los tres de terna. El de más bondad, para David Mora. El más serio, para Daniel Luque. El más espectacular, para El Cid.
    Sevilla, 11 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 10ª de abono. 4.500 almas. Soleado, fresco. Dos horas y cuarto de función.
    Seis toros de Daniel Ruiz.
    El Cid, silencio y palmas y pitos. David Mora, saludos y silencio. Daniel Luque, silencio y ovación tras un aviso.


    EN LA CORRIDA DE Daniel Ruiz saltaron dos toros notables. De hechuras y condición bastante diferentes. Un segundo lustroso, zancudito y engatillado; y un cuarto de amplio porte, abierto de cuerna, muy ofensivo, dos tremendas agujas. El peso oficial de uno y otro fue casi el mismo. 540 kilos. Pero el segundo parecía el hermano menor del cuarto. Serían de reatas de remoto parentesco.
    Con la manera de embestir ocurrió igual. El segundo fue toro pastueño de ritmo muy regular: el mismo aire templado al tomar el capote de David Mora en el recibo –siete lances bien asentados, y la media- que de principio a fin de una faena de hasta siete tandas y pico, por una mano y otra, en una distancia segura, más corta que larga, propicia para la inercia tan golosa del toro. Pegado a modo en la primera vara, el toro se repuchó en la segunda. En un quite ligero de Daniel Luque por chicuelinas, en el mismo platillo de la plaza, dejó sentir su son tan claro.
    La gente estuvo muy cariñosa con David –celebrado de verdad el brindis al público- y, además de eso, paciente, porque la faena tardó en calentar. Un principio sorpresa de improcedente toreo de rodillas en tablas, un intermedio de larga trama y toreo caligráfico, muy de acompañar viajes, y al fin una tanda de naturales de trazo severo, ligados, mandones. Entonces se arrancó la música. Un pinchazo, una estocada tendenciosa.
    El cuarto no solo fue mucho más aparatoso por fuera que el segundo. También tuvo el punto de temperamento que distingue a la bravura. No peleó en el caballo más que lo imprescindible, esperó en banderillas y en eso hizo patente su fondo temperamental. Fue toro de brindis en adelante pero no hasta el final porque al cabo de casi treinta viajes –algunos de ellos, extraordinarios- empezó a apuntar a tablas y a tomar su rumbo. Al venir de largo, sin hacerse reclamar ni dos veces, el toro hizo el surco. Planeó. Atacó humillando, y con todo. Una elasticidad nada común.
    El Cid brindó al público –era su segunda y última tarde de abono- y en la distancia, sin prueba previa, citó con la diestra. La primera reunión fue formidable; las cuatro que le siguieron, también. Por la entrega tan cierta del toro en las repeticiones. Y la claridad al tomar engaño en el primer cambiado por alto o de pecho con que El Cid abrochó ese arranque tan a toda trompeta.
    El toro empezó a pesar enseguida. El motor en las repeticiones. El Cid decidió ir abriendo cada vez más los viajes y eso acentuó la alegría del toro. Sin vuelo la muleta, pero el toro la seguía como a imán. Se arrancó la banda muy generosamente. Antes de que El Cid se pusiera por el pitón izquierdo. Y antes de tomar una decisión fatal: irse cerrando del tercio a las rayas en lugar de salirse a los medios y acortando distancias. Fue entonces cuando el toro dijo basta. Una estocada que hizo guardia en la suerte contraria, un pinchazo y una segunda estocada letal. La ovación en el arrastre para el toro fue la más sonora de lo que va de feria pese a no estar cubierto ni medio aforo de la plaza. Cuando El Cid se tomó, contra costumbre, la licencia de salir a saludar, se dividieron ruidosamente las opiniones.
    No se esperaba que la corrida de Daniel Ruiz fuera, en promedio, una de las dos más armadas de las siete en puntas que se llevan vistas este mes en Sevilla. Ninguno de los dos primeros –mansito y rebrincado el que partió plaza- imponía. Los otros cuatro sí. El lote de Luque fue tremendo: el tercero, de soberbio cuajo; el sexto, playero, terriblemente astifino. El quinto, único castaño de una ganadería donde esa pinta es abundante, fue de serio escaparate también.
    El imponente tercero tuvo más fijeza y nobleza que brío. Toro de seria conducta. El de más serio fondo de los seis. Parecía un toro de Madrid o Bilbao. Luque quitó a la verónica con redonda habilidad, templadamente, y el toro se dejó ver entonces. Y, luego, una faena de más a menos, más repetitiva o mecánica que retórica o imaginativa, firme, pero de toreo en línea, que en el fondo convino a un toro de despacioso embestir. También este tercero se arrastró entre palmas fuertes. David Mora no se encontró a gusto con el quinto. Golpecitos de viento que lo descubrían, intentos de traerse el toro a la voz más que con el engaño. Y el último capítulo: un arrimón imperturbable –torero encima, delante y enfrente, descolgado de hombros, hasta fácil- de Daniel Luque con el toro playero que no se defendió pero tampoco embistió. Muy largo el combate. Sonó un aviso como la campana en el boxeo.
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 13 Abr 2016, 00:32

    Sevilla 12abr2016

    Los troncos de los naranjos de la calle Lumbreras están pintados de blanco. Los de los álamos de la Alameda son de blanco natural. El blanco opalino de las alamedas urbanas. Se supone que el catálogo de los árboles de Sevilla estará elaborado con rigor alemán. Es fácil calcular que las palmeras son la especie más abundante, pero hay tantas clases distintas de palmera que te pierdes. Después de las palmeras, los naranjos. El aroma de la flor de azahar es el aroma natural de Sevilla en primavera. Frondas brillantes y espesas, árboles sanos. Las naranjas maduras caen por su peso y se revientan en las aceras empedradas. Naranjas de gran calibre. Los plátanos de paseo han dejado de plantarse, pero de talarse también. Quedan unos cuantos. El plátano es más tardío que el naranjo. Y me parece que árbol más de otoño que de primavera. Las alamedas son la brisa del verano. Etcétera.

    El viejo cuartel del Carmen, en la calle Baños, fue rehabilitado para su uso como Conservatorio Superior de Música hace quince años más o menos. El cuartel tenía dos patios de armas o banderas, como dos claustros. Uno, muy noble. Otro, no tanto. En torno al primero, la aulas de música. En torno al segundo, las de danza y teatro. La arquitectura militar andaluza, y la sevillana en particular, es muy sencilla pero está muy lograda. La rehabilitación del Cuartel del Carmen, también. Habrá problemas de mantenimiento: desconchones en las columnas almohadilladas del primer patio, y en las paredes pintadas de suave calimoche, como la carne del salmón. Las ventanas, muy severas, estrechan el espacio. Pero son obligadas en un centro donde se aprender y enseña a escuchar. La acústica es buena. De cara a la pared había esta mañana un cellista ensayando. Hermosa compañía. Hay carteles que prohíben mover de su sitio las sillas. Unas cuantas, no muchas. Entre los dos patios, una biblioteca de género que lleva el nombre de Miguel de Cervantes. Cervantes tiene escritas sobre la Sevilla de su tiempo historias tremendas. Los lugares de Rinconete y Cortadillo, una de las tres mejores novelas ejemplares, aparecen evocados en muchas placas de azulejo. Aquí estaba y aquí fue. La cárcel donde Cervantes concibió no pocas tramas estaba en el arranque de la calle Sierpes. Y donde estuvo la cárcel, está una estatua de piedra a la sombra de una pequeña palmera.

    Un viaje en autobús por todas las rondas. Torneo -en la parada del Liceo Francés y Baños-, la Resolana, la Macarena, Muñoz León, Capuchinos, María Auxiliadora, Recaredo. la interminable Menéndez y Pelayo. Y, luego, el Prado a un lado, al otro los Jardines de Murillo, y al frente, El Cid (Campeador) y el Parque de María Luisa. Palos de la Frontera, el maravilloso palacio de San Telmo, cruce del barroco francés y el sevillano supongo, Cristina, el puente de San Telmo, la plaza de Cuba, Pagés del Corro (¡estamos en Triana!), cruzamos San Jacinto, Clara de Jesús Montero, Chapina. Y aquí me apeo porque hay que revisar lugares de otra época. El Sol y Sombra, que emn feria parece abrir solo uno de sus tres recintos. El rancio. El de los grandes carteles de toros. Una mesa de franceses poniéndose las botas. Y Casa Martín, con su soberbio gazpacho. Ahora es raro beber gazpacho en Sevilla. Todo es salmorejo. Con su "hamonsito". La calle Castilla tiene el desgarro propio de las calles periféricas. Pero el paseo del río, por detrás de las casas de vecinos, es una delicia en día de lluvia. La lluvia que cae al río.

    El paseo en autobús -se ve la Cartuja en medio de su selvática islita- tiene un premio: la vista del arbolado de Torneo, gran jardín urbano. Si no habéis conocido la vieja Torneo, puro desarraigo, un muro ferroviario, no apreciaréis del todo lo que ese jardín tiene de edén. Un par de matrimonios de edad venían en el autobús hablando maravillas de un viaje a Moscú y San Petersburgo. Les había gustado más San Petersburgo. Por los canales del Neva. Por el lujo. El lujo deslumbra y ciega. No es útil.
    El 43 sigue llevando de Castilla a la Puerta de Triana. Antes, era al revés. De La Magdalena a Chapina. Pero cambiaron las cosas. No el curso del río.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 11ª de abono
    Pincha Jandilla
    Deslucida corrida de los Borjas Domecq padre e hijo y espectáculo pobre en fecha clave. Lote imposible para Morante. Fiel a su credo Urdiales, excelente con la espada. Terco López Simón.
    Sevilla, 12 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 11ª de abono. Casi lleno. Nubes y claros, fresquito. Dos horas y cuarto de función.
    Tres toros –3º, 5º y 6º- de Jandilla (Borja Domecq Solís), uno -2º- de Vegahermosa (Borja Domecq Noguera) que completaba corrida y un sobrero -1º bis- de Albarreal (Guillermo García-Palacios.
    Morante de la Puebla, silencio en los dos. Diego Urdiales, saludos y silencio. López Simón, vuelta al ruedo y silencio.
    Jesús Arruga prendió dos excelentes pares de pitón izquierdo. Brega sabia de Domingo Siro, bravo, además, con las banderillas.


    EN LA TERCERA DE LAS cinco tardes firmadas en el abono de Sevilla, Morante tuvo que salir a parar tres toros. Un primero de Jandilla que casi lo desarma en el recibo de capa, claudicante enseguida y desparramado por el suelo después de una sola vara. Liquidación por derribo y sin contemplaciones. Pañuelo verde. Al cabo de la corrida iba a saberse que el toro devuelto, negro zaino, muy astifino, 530 kilos, era el mejor rematado de los seis titulares.
    El sobrero de Albarreal, colorado ojo de perdiz, puntas bien finas, se pegó cuatro estrellones contra tablas de dos burladeros distintos pero sin rematar propiamente de salida. Tomó engaño trompicadito y solo pudo verse el apunte de cuatro lances de Morante. Cuatro apuntes. Las manos por delante antes de varas, el toro claudicó después de sangrar en dos puyazos sin entrega. Debió de torcer el gesto Morante. Cuatro muletazos garbosos, dos por aquí y dos por allá, y el toro al suelo. Un fiasco. Nada que rascar. Un pinchazo y una estocada.
    El tercero de los tres toros de Morante, del hierro de Vegahermosa, castaño albardado, seria cara, embestida inicial algo desarbolada, también cató el capote de Morante. Un manojo desigual de lances de mano alta, hilvanados, sostenidos con firmeza y dibujo en línea. Estaría escarmentado Morante. Solo que también este cuarto de corrida, alegre en banderillas, también besó el suelo de la segunda raya tan pronto abrió faena Morante. La cara arriba, derrotes de defensa cuando Morante trató de convencerlo con la zurda, no llevaba el toro dentro nada. Una estocada. Contaron que Morante y su cuadrilla vinieron a la plaza a pie. Un paseíto desde La Rábida –el hotel de la calle Castellar- hasta la calle Iris. No se sabe si hubo también paseo de vuelta.
    La corrida de Jandilla y Vegahermosa casi a pares se resolvió como un inesperado fiasco. Las dos ganaderías –tronco la una, rama de ese tronco la otra, raíz común- llevan cumpliendo temporadas muy regulares, de regularidad. Aquí, en una de las dos corridas clave de la semana de farolillos, se torció la racha. El segundo de sorteo, de Vegahermosa, atacadísimo de kilos y, por corto de cuello, acochinado, se empleó en el caballo, flojeó, escarbó y pareció toro de tres tandas y no más. Se ahogaba, más que embestir se lanzaba, medios viajes, ningún poder. Diego Urdiales lo trató con delicadeza. Como si el toro, 600 kilos, fuera de porcelana. Paciente pero opaco el trasteo. Puso condiciones el toro. A pesar de todo, la compostura toda fue hermosa. El remate de castigo cambiado por abajo, una salida muy airosa del torero por delante, un molinete vertical de acento clásico, una tanda tirada con tenazas. Y una estocada hasta la mano.
    Fue noble el tercer jandilla, el que más se movió y mejor se tuvo. El que más bramó. Y el que más muletazos consintió sin descomponerse ni protestar. Un buen arranque de faena de López Simón- cuatro muletazos en ovillo y el de pecho- y, visto el aire del toro, una faena sin particular expresión, de ajuste innegable pero excesiva rigidez. Remates desiguales de muletazos de tandas cortas, y el corte cuando se calentaba el toro. Muy encima el toreo con la zurda. Se suelen parar los toros con el torero encima. Este mismo. Una estocada.
    Los toros que cerraron fueron muy grandones. No estaban en tipo. Tocado de pitones y astifino el quinto, que cobró muy poquito en varas y se quedó tan crudo que en la muleta pegó trallazos terribles. El sexto coceó un burladero, escarbó, apenas sangró en dos picotazos y, sin embargo, ya echaba los bofes a los diez viajes. Toros de los de remolcar. Hasta aplomarse y llegar a afligirse. Urdiales trató de meter en la muleta al quinto y, aunque tuvo que aguantar dos o tres embestidas violentísimas, no soltó el engaño ni cedió terreno. Caro detalle. Hubo quien aplaudió en el arrastre al toro, que, además de violento, fue tardo y midió. López Simón quiso repetir arrimón a palo seco con el sexto. No le dejaron. La estocada de Urdiales al quinto, perfecta. Letal la de López Simón al sexto.
    FIN
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    Mensaje  Morón Miér 13 Abr 2016, 23:58

    Sevilla 13abr2016

    La armonía de los palacios, templos y casas de vecinos del barrio de San Lorenzo se debe a dos razones: el respeto por la altura, nunca más de tres, floridas azoteas, y la cuadrícula de calle en cinta que va a dar al río pero no por el mismo cauce. En esta calle donde vivo nacieron, además del mayor de los Machado y el maldito Sava, un poereta fundamental en la copla -Rafael de León- y un pintor que sin ser la octava maravllla retrató muy bien la ciudad: Gonzalo Bilbao. En Chapina estive un rato ayer ante la estatua de Alberto Lista, el maestro liberal del XVIII; y sus buganvillas. En un libro relevante -"Una de las dos Españas. Sevilla antes de la guerra civil", de Carlos Arenas- he aprenddio y sigo aprendiendo muchísimas cosas sobre la ciudad.

    La costa marinera de Triana -la calle Betis, Santa Ana- no es más que una parte ínfima del barrio. El Turruñuelo, el Charco de la Pava, la Vega de Triana, San Jacinto arriba, el Tardón. La Triana que nadie conoce. Colonias obreras, restos de industrias manufactureras ya destruidas. Nada que ver con la Sevilla de las postales.

    En el Muro de San Laureano, una lápida -La Piedra Llorosa- rinde homenaje a los 82 jóvenes sevillano fusilados en una de las revoluciones anteriores a la Restauración, En la estación de autobuses. menos triste de lo que suelen, hay un viejo tranvía fosilizado de la línea de Coria del Río, frito a grafitis. Hay barrios de bellas resonancia: La Corza, El Juncal, Heliópolis, Los Bermejales, el Tiro de Línea. Y más.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 12ª de abono
    Euforia desbordada: indulto de un toro de Victorino
    Dos toros sobresalientes, corrida diversa y brava, una exquisita faena de Paco Ureña –dos orejas-, otra más de batalla de Escribano con el toro indultado. Y, ay, festejo interminable

    Sevilla, 13 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 12ª de abono. 6.500 almas. Soleado, fresco. Dos horas y treinta y cinco minutos de función.
    Seis toros de Victorino Martín. El cuarto, Cobradiezmos, indultado por plebiscito.
    Manuel Escribano, silencio tras aviso y trofeos simbólicos del toro indultado. Morenito de Aranda, palmas tras aviso y silencio. Paco Ureña., dos orejas y palmas.

    FUE CORRIDA DE SEIS TOROS y no de dos, pero como si lo fuera: tercero y cuarto, de estilos y hechuras dispares, fueron sobresalientes. El tercero, alto y estrecho, negro entrepelado, descolgó de salida, empujó de verdad en un primer puyazo que tomó demasiado cerrado, galopó en un segundo de llamativa entrega y tuvo en la muleta, por la mano derecha, un son extraordinario. Algo perezosos los viajes por la izquierda. El aire de bravo hasta la hora de doblar. Se arrastró sin las orejas.
    Premio para una faena de Paco Ureña de muy rica técnica: la colocación, el encaje, el principio y el remate de cada mueltazo, tandas ligadas sin perder pasos, en desmayo relativo. La técnica, y el sentimiento, que contó incluso más. La técnica, para gobernar el pitón más resbaladizo y rematar con dos espléndidos pases de pecho. Toreo muy bien dicho, reposado, refinado. Las tandas fueron generosas: cinco y seis pases, mano baja, ni un solo tropezón. La mejor de todas, la última, cuando el toro empezó a pedir la muerte. El ambiente se embaló casi desde la primer reunión -no hubo tanteo de prueba ni castigo- y estalló de júbilo en varios pasajes. La estocada, cobrada a ley, bastó. Dos orejas. No cabía en sí de gozo el torero de Lorca.
    En pleno eco de ese recital, vino a soltarse un cuarto engatillado, cárdeno, bajo y anchito, de impecables hechuras. Escribano se fue a porta gayola para librar la larga cambiada de rodillas y, en pie, una gavilla de lances de limpio y amplio vuelo. Entonces sorprendió el toro con su codicia, prontitud, una manera de repetir que no se estila. Una escarbadura, amago de que el toro pudiera tardear. Y lo hizo antes de acudir como un cohete a una segunda vara en todo lo alto. Morenito de Aranda hizo un buen quite: dos verónicas y media. Para que se viera claro todo.
    Y al punto una faena de Escribano de entrega sin reservas, ritmo algo desigual al atacar por las dos manos. Muletazos estrepitosos, grandes fogonazos, redonda la pelea por la mano izquierda del toro. Estaba parte del público reclamado el “¡mátalo, mátalo!” cuando se abrió paso una petición de indulto al principio minoritaria pero encendida por el torero de Gerena con pausas, paseos, gestos cómplices con la gente, y el palco, mientras, no se atrevía ni a sacar el pañuelo del aviso. Ni el naranja del indulto. Euforia desbocada. ¡Indulto!
    Con el toro todavía de testigo vivito –y no coleando, porque eso es señal de mansedumbre las más veces-, los abrazos de Escribano y su cuadrilla tuvieron acento de conquista de cima mayor. El toro, tan bueno como bravo o noble, fue sencillo. Para ser de Victorino. Y si no lo hubiera sido, también. Escribano invitó a Victorino hijo a acompañarle durante una maratoniana vuelta al ruedo. Al pasar por el burladero de vaqueros y capataces, también fue invitado el mayoral a compartir el éxito, que Victorino celebró señalando visiblemente al matador. El matador que no mató.
    Dos toros muy relevantes –brava la corrida en varas sin excepción- pero tres decepcionantes, el primero y los dos últimos. Los tres de terna se embarcaron en faenas desesperantemente largas y planas. Ureña, porque se había pasado media hora soñando con la Puerta del Príncipe, que se abre con tres orejas y no dos. Escribano porque se amontona cuando no embiste en serio un toro. Morenito, porque se sentiría perjudicado. Y, sin embargo, el segundo de corrida, celoso y encastado, humillados, ágil y revoltoso, muy en victorino listo, pudo haber sido de alboroto. Sin la franqueza ni la clase de los dos sobresalientes. Pero bravo. La corrida más brava de la feria, aunque se discuta el indulto, que se discutirá. Victorino en candelero. “¡Nos hacía falta…!”, dirá el ganadero.
    FIN
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    Mensaje  Morón Vie 15 Abr 2016, 00:18

    Sevilla 14abr2016

    Los carteles de la barra larga del Sol y Sombra rezuman el rancio aroma de los jamones colgados del techo. Las estalactitas de Jabugo. Son mayoría en Sevilla los hosteleros que siguen trayendo los jamones del país, de la sierra de Aracena, y no de otras tierras de dehesa y de encinares que parecen pintados. Si hubiera que distinguir los jamones por su aroma y no por su grasa o por lo entreveros, creo que Jabugo se llevaría la palma. Huele a monte ese jamón. El Sol y Sombra es rancio en sí mismo. Los carteles no son de colección. Si lo fueran estarían protegidos en vitrinas acristaladas. Son papeles de un decorado ahora mismo singular. En algunos de los carteles hay pintaditas como las de los grafitis del tranvía amarillo de la estación de autobuses de la Plaza de Armas. "¡Júrame que me amas!", leí el otro día en una pared de la calle San Luis. Y al lado, con una flecha de respuesta: "¡No!"

    Las raciones enteras del SyS, calle Castilla, al final, antes de llegar al Patrocinio, son abundantísimas, inabarcables. Vi despachar a mediodía una cazuela de gamas al ajillo que podría cubrir una mesa camilla medio regular. Y ese pilpil de los ajos que flotan en el aceite. Otro aroma. Solo que casi todo lo que despachan en la tienda lleva sus ajos y su troceado de jamón. Los dientes de ajo enteros en algunos platos. Enteros con su pellejito hervido en aceite. Solo media razón de merluza al jerez. Porque, si la traen entera, puedes tener que cambiarte hasta de barra. Y un pan blanco con la corteza cuarteada, como el pan de Castilla, y un cestillo con cubiertos y una servilleta blanca con lunares rojos. Estamos en feria. El vino de la casa es el Glorioso. Una ganga. Creo que es garito predilecto de las excursiones de aficionados franceses. Mi hotel parece una colonia francesa. La gente habla bajito, mucho más que si estuvieran en Francia. Pour quoi? Parce que...! Es de admirar que la gastronomía del Sudeste de Francia rinda culto al ajo.

    A las dos de la tarde cierran las puertas de la iglesia del Patrocinio durante la semana de feria, pero a menos cinco he podido entrar a saludar a mi Cachorro tan venerado. Un Cristo protector. El Cristo de la Expiación, talla de un desgarro estremecedor. Muy bien iluminados el rostro y la cabeza toda. Los pómulos oliváceos y hundidos. Una mirada perdida o desesperada. No es tristeza, sino angustia. La leyenda dice que rostro y gesto están tomados de los de un gitano que apareció muerto un día y no lejos.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 13ª de abono
    Una faena emocionantísima de José Garrido
    El pequeño torero extremeño firma un trabajo conmovedor por el riesgo y el rigor con un violento e incierto toro de Cuvillo que lo cogió de lleno pero no llegó a herirlo
    Sevilla, 14 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 13ª de abono. Casi lleno. Primaveral. Dos horas y treinta y cinco minutos de función
    Seis toros de Núñez del Cuvillo
    Sebastián Castella, silencio en los dos. José María Manzanares, oreja y oreja. José Garrido, saludos tras dos avisos y palmas.
    Lidia notable de Javier Valdeoro, que puso, además, dos soberbios pares de poder a poder al sexto.


    CON EL ÚNICO TORO áspero y bronco de una dispar corrida de Cuvillo firmó José Garrido la faena más emocionante de la feria. El alma de la emoción fue, primero, el riesgo consciente: el toro se estuvo revolviendo, acostando y derrotando, y metiéndose y quedándose casi debajo por la mano derecha desde el primer envite, y Garrido tragó con carros y carretas sin pestañear. Tan guapamente.
    Parecía que la buena tanda de muletazos de horma con que abrió Garrido faena iba a ser como vaselina. Pero no. Al venir obligado a descolgar, el toro fue protestando más y más. Y más y más tuvo que consentir Garrido. En los tres o cuatro pases de pecho que abrocharon tanda, el viaje por arriba, el toro se empleó con relativa franqueza. Solo que al volver a jurisdicción –no se sabía de pronto de quién era el terreno, tanto apretaba Garrido- el toro medía con la mirada, la desparramaba y, gesto distraído, no parecía estar ni con el torero ni con el engaño, sino con alguien del callejón o del tendido.
    El riesgo supino de consentir trallazos pero también de irle Garrido ganado al toro la batalla a mordiscos y golpes de mano, y sin perder la compostura. La muleta, diminuta, salía suelta y volada de todas las reuniones. En todas las cuales el ajuste fue máximo. En el toreo con la diestra, de una tenacidad soberbia, y una ligazón que se antojaba imposible, se dejó ver la plástica de las faenas de poder y combate, que tienen el relieve de la verdad. En el toreo con la izquierda, la cosa fueron palabras mayores: el muletazo embarcado, el toro por los muslos mismos y rozándolos, y el remate en la cadera, muy glorioso. Al salir del muletazo, ya estaba puesto Garrido otra vez. Sin rectificar ni un palmo.
    Siempre protagonista en Sevilla, la música, generosamente regalada a Manzanares en el toro que se había jugado por delante de este tercer cuvillo, se resistió en el turno siguiente. Tal vez por eso fuera tan seca la emoción. La emoción que seca la garganta. En una última tanda antes de cambiar de espada, el toro, tomado en corto, desarmó a Garrido. Protestando hasta última hora.
    Con la espada de acero en la mano, Garrido tomó la discutible decisión de sentenciar la cosa con unas bernadinas de desigual ajuste pero abrochadas con un monumental pase de pecho. Costó igualar al toro, que en la suerte contraria se distraía, escarbaba y parecía esperar. Sonó un aviso mientras Garrido buscaba en vano cuadrar. La prisa debió de cegarlo: un ataque con la espada antes de tiempo y una cogida brutal pareció que por la sisa de la chaquetilla y que se resolvió con una paliza bestial de manso que no perdona presa.
    La taleguilla destrozada. Sin color Garrido, que ni se miró ni dolió pero tuvo que ser incorporado por su gente. Le echó Manzanares agua por el cuello. Garrido pidió la espada, otro pinchazo, un segundo aviso que no tuvo en cuenta el tiempo corrido del percance, una estocada más que notable, tres golpes de verduguillo. La ovación al rodar el toro fue formidable. Pitaron al toro en el arrastre. Tantas vueltas al ruedo de pacotilla, en Sevilla y no Sevilla, y esta faena de tragar saliva se saldó con un saludo desde casi la bocana de la tronera.
    Y de ahí a la enfermería, donde lo sedaron: una leve conmoción cerebral, un varetazo corrido en la pierna. Un milagro. En el sexto toro apareció Garrido con pantalón de calle. Estaría la taleguilla hecha unos zorros. Ya no quedaban toreros de los de dos taleguillas por tarde. Y ahora hay uno. Este joven, que hace solo un año tomó la alternativa aquí mismo. Y a quien el toro mansiloco de la corrida de Cuvillo, el sexto, muy armado y sin fijeza, no dejó ni pelearse porque se iba. La estocada fue soberbia. Los lances de capa con que templó de salida al violento tercero, más que notables. Una tarde para sacar pecho. Paladín de la generación de los nuevos: Garrido.
    Por lo demás, una corrida de Cuvillo tan dispar como mal enlotada. Los dos toros de mejores hechuras y más lindo estilo, los de mejor nota, fueron los del lote de Manzanares, que tuvo a su favor a los músicos –como quites que salvaron la vida a dos faenas algo desvanecidas, corto el alcance, muleta pluridimensional, escasa apretura- y, desde luego, al soberano público de sol, y al de sombra también. Se dejaron dentro los toros no todo pero casi. Las dos estocadas fueron terminantes. Amén. El lote de Castella no fue tan completo. Bueno el primer toro, de ancha popa, acapachado, noble y fijo, de ganoso temple; de buen fondito pero desfondado a los diez viajes el cuarto. Con uno y otro estuvo el torero de Béziers más espeso de lo deseable.
    FIN
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    Mensaje  Morón Sáb 16 Abr 2016, 01:02

    Sevilla 15abr2016

    En los viajes a Sevilla y Cádiz se recomienda comer una vez al día una racioncita de coquinas. En La Trastienda las preparaba Juan el cocinero con ajito y aceite, y pan de mollete para rebañar. No todos los días se rastrea ni puede traerse la coquina desde la costa. Ni todos los días las hay. Diminutas almejas, se dejan paladear y parecen encontrar en el cuenco de la boca la misma nota salina del mar batido. Para que en la arena de playa o cala aparezca la coquina es imprescindible que el mar haya batido y dejado de batir. No es un mirlo blanco la coquina, sino una almeja diminuta y nada más. De tan pálido color parece transparente. Con un reborde de filete anaranjado. Y un puntito negro que es como el carné de identidad. Ayer escuché en el Sol y Sombra que habían llegado coquinas. Recién llegadas. Pero yo ya me había rebañado la cazuelita de merluza con sus filetes de ajo y no me cabía ni una sola coquina. Hoy fui a cumplir con el voto anual de la ración de coquinas. No hay medias raciones. La entera es generosísima. He leído en una entrada de google que en 100 gramos de coquinas entran dosis masivas de vitaminas B, B3 y B9, y de hierro, ácido fólico, potasio, selenio, calcio y yodo. No hay quien dé más. ¿Caras? No son baratas. La ración del SyS, doce euros, sale a un céntimo la coquina. Nada.

    Hay un cartel de una novillada en la Feria de Jerez de la Frontera de 1930 que, mientras saboreas el gusto de mar de una fuente de coquinas, te hace dar vueltas a todo. Novillos de Pedrajas y una terna rarísima: el barcelonés Gil Tovar, el norteamericano Sidney Franklin y el navarro Saturio Torón. Ya era empresario de Jerez entonces Eduardo Pagés, a quien los estudiosos del comercio del toreo deben un libro completo porque sin Pagés no estaríamos ahora comiendo coquinas. Ni Sidney Franklin le habría soplado al oído todas las maldades deslizadas en ese libro por lo demás espléndido que es Death in the afternoon. Muerte en la tarde. En Arles, donde los toros de Pascua alimentan una estupenda feria anual de libros taurinos, he visto este año que se está reeditando en traducciones nuevas al francés toda la obra taurina de Hemingway. Sidney Franklin no entendió la revolución de Chicuelo y sobrevaloró toreros de segunda fila. Pero advirtió que el toro de los años 30 era el más grande y bravo de todos los tiempos. Hasta entonces. Saturio Torón murió en la guerra civil peleando en el frente. Era de Tafalla. El único otro torero tafallés de cierto vuelo se apoda todavía Chicuelín. Gil Tovar murió en el olvido.

    San Telmo y la Fábrica de Tabacos son dos obras maestras de la arquitectura civil sevillana. La Fábrica, escenario argumental de la Carmen de Bizet y Merimée, se transformó en recinto universitario hace sesenta años y eso fue la salvación del edificio, preservado como si lo hubieran terminado de hacer ayer. Entre patios hay una exposición de vaciados de yeso de esculturas clásicas, romanas y griegas. En una vitrina se exponen las últimas publicaciones de la Universidad de Sevilla. Se ponen los dientes largos.

    El ficus plantado entre la Fábrica y San Telmo es un árbol de excepcional porte, de copa podada y redonda. Vale la pena esperar la parada del 21. De espaldas al Hotel Alfonso XIII, que es, comparado con sus vecinos, un edificio cargado de pretensiones estéticas. El jardín será bueno. El 21 empieza en la Plaza de Armas y termina en Antioquía, Damasco y Jerusalén, que son nombres de otras tantas calles periféricas.


    Oh, las bombas de chocolate de la Confitería de La Victoria, de Moguer, Huelva, con sucursal en San Pablo. Bombas de chocolate. Ni hierro ni selenio.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 14ª de abono
    Morante, punto y aparte
    Con un noble toro de Cuvillo, una faena memorable del torero de la Puebla vivida como una fiesta mayor. El Juli, raza de figura, herido en una arriesgada réplica. Valor y genio de Roca Rey
    Sevilla, 15 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 14ª de abono. Lleno de No hay billetes. Nubes y claros, ventoso. Dos horas y veintidós minutos de función. El Juli, intervenido en la enfermería de la plaza de una cornada de 15 cms. en el glúteo derecho de pronóstico grave.
    Seis toros de Núñez del Cuvillo
    Morante de la Puebla, silencio y dos orejas. El Juli, saludos y gran ovación recogida en el tercio y clamorosa en el callejón camino de la enfermería. Roca Rey, una oreja y .
    Picó perfecto al tercero Manuel Molina. Notables en brega y banderillas Álvaro Montes y José María Soler.


    Corrida de dos mitades. La segunda borró a la primera, que fue de solo toros colorados. Anovilladito un primero tan sin fuelle que, luego de emplearse en varas, a los diez viajes ya estaba pegando pequeños taponazos, de querer pero no poder embestir. Morante lo había toreado de capa cumplidamente en el saludo. Dos lances de prueba y un manojo de siete severas verónicas ligadas por las dos manos y el remate de media que más que medía fue un cuarto. Una faena diligente, breve, sin pausas ni apenas nada más.
    Nubes de Huelva, viento de poniente, cielos cerrados cuando saltó el segundo. Parecía el hermano mayor del primero. Astifino, como toda la corrida. Un derribo en la primera vara, caballo herido y Diego Ortiz ileso pero atrapado en la refriega bajo el peto. Un picotazo de Salvador Núñez, de trámite por orden de El Juli. Salió Roca Rey a quitar. Ruidosa salida. Dos tafalleras y dos caleserinas y una revolera. Ninguno de los cinco lances tuvo más valor que el del gesto. El gesto del desafío. De la revolera salió el toro maltrecho, los pitones enterrados en la arena, un volatín completo. El Juli se dio por aludido y decidió replicar. De largo: tres chicuelinas vertiginosas, de latigazo, dos medias y la revolera. Se celebró el invento. Y más que el invento, el gesto.
    A la hora de la pelea, un toro aplomado y remolón. El Juli abrió con cuatro muletazos genuflexos muy ajustados y el del desdén, y se salió al tercio. Sería por impaciencia, por no esperar al toro o por provocarlo. El viento no dejó elegir terreno ni distancia. Un trasteo sin relieve: ni baches ni vuelo. Una certera estocada al salto. El tercero, acapachado, hechuras más redondas que las de los dos primeros, fue el mejor de los tres. Estiradas de salida, son del bueno. Larga cambiada de rodillas en el tercio de Roca Rey para abrir boca, delantales, media y la revolera. En un quite Roca repitió el mixto de tafallera y caleserina, con la guinda de dos saltilleras. No hubo quórum.
    Galopadas del toro en banderillas, brindis al público y enseguida una faena de mayúsculo aguante, imperturbable firmeza, valor del seco. Solo que el viento se puso a levantar tales remolinos que ni los papelitos se posaban. No se le fue un pie a Roca. Un cambio de mano con un natural redondo ligado con el de pecho. ¡Música! Y a tragar quina cada vez que, descubierto, estuvo a tiro del toro, muy asustada la gente. Arrucinas, bernadinas de ajuste formidable, grandes pases de pecho. Una estocada desprendida. Y una oreja que el torero limeño agarró como un tesoro.
    La segunda mitad fue memorable: Morante, tocado por las musas y los dioses, en una faena de calidad suprema y singular sello. De las de dibujar a pulso de pincel y mano alzada el risueño toreo en redondo que en el canon moderno representa la idea misma del clasicismo. La figura dormida, suelto el brazo, encajado el cuerpo en la suerte cargada en todas las bazas, absolutamente todas. Tandas de cuatro ligados y abrochados con el cambiado por alto; un farol antes de ponerse con la izquierda para torear con la misma calma pero no el mismo ritmo.
    Y la vuelta a la mano de firmar antes de enroscarse en un molinete de magia: se le había caído la muleta en un remate –de llevarla tan prendida de los dedos- y del suelo la recogió para envolverse en ella y dejar el cuadro pintado casi del todo con un raro relámpago. Casi. Porque antes de cuadrar, toreó con la zurda a pies juntos –la escuela gallista antigua- y a la igualada se llegó con un sutil juego de manos. La banda acompañó el concierto con esa versión tan sinfónica del Amparito Roca –la percusión apagada, el pífano en solos- que parece patentada, nueva y otra. Una estocada, muerte lenta del toro, colorado, que, noble a rabiar, fue de los de llevárselos envueltos a casa como un postre de manteca. Dos orejas. Un clamor indescriptible. Se había vivido la faena de Morante como una verdadera fiesta, rubricado y subrayado cada uno de sus tiempos y celebrado como una monumental comunión pagana. Llegó a calmarse el viento al comienzo de faena.
    Los dos últimos cuvillos, negros, más armados que los demás, salieron agrios y difíciles. Y en particular el quinto. Torear después de los registros celestes de Morante era como echarle un pulso al demonio. Viento. Toro de cuerna arremangada, expresión de genio, un trote nada halagüeño, punteo del capote de El Juli, se volvió a buscar al dueño de la capa ya entonces, un segundo puyazo lo hizo rodar. Roca Rey estaba como el bicho que picó al tren: salió a quitar, con las vueltas del capote, el toro no consintió.
    El Juli apostó por el toro. Una apuesta carísima, porque ahora se había puesto el toro gazapón –venía al paso y midiendo- y adelantaba por las dos manos. Todo paciencia en esta baza El Juli. Con la voz, más alta de lo que se entiende por hablarle a un toro, se fue convenciendo a sí mismo. No era sencillo. Hasta que después de una docena de opacos muletazos con la diestra, Julián se echó la muleta a la zurda, le pisó al toro su terreno, lo aguantó y le pegó una soberbia tanda de tres y el de pecho. Y enseguida, otra todavía mejor abrochada con temerario cambio de mano.
    Entró la gente en faena. Imponente la respuesta de El Juli. Y más después de una cogida vivida como un sobresalto. Lo cazó el toro en un regate en corto, le hizo un boquete en la taleguilla a la altura del glúteo y lo buscó en el suelo, y lo tuvo entre los cuernos hasta tres veces. El Juli se zafó del acoso, se llegó hasta la barrera cojeando y sin demora pidió las armas de nuevo. Una ovación de trueno cuando de nuevo estuvo puesto donde los toros hieren. Una tanda más con la izquierda, se arrancó la música, el clamor no dejaba ni escucharla. Dos pinchazos, una estocada. Al salir a saludar hasta el tercio, sonó la ovación más cerrada de toda la tarde.
    El sexto, la cara por las nubes, ninguna fuerza, reservonería defensiva solo consintió a Roca Rey un arrimón descomunal, de los de intercalar en el toreo en la suerte natural con el cambiado por la espalda en terrenos y distancias inverosímiles. Cabezazos del toro, ni un temblor de Roca. Tremendo, no tremendista. Dos pinchazos. Toro afligido antes de doblar.
    FIN
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    Mensaje  Morón Dom 17 Abr 2016, 23:03

    Sevilla 16abr2015

    Muchos de los tesoros de Sevilla están escondidos en los conventos. Hay conventos ricos y pobres. La venta de dulces por el torno, que llegó a ser en su día una costumbre en desuso, se ha convertido en patrimonio industrial y no solo culinario. Los dulces de Sevilla gozan de prestigio supremo. Las yemas de San Leandro, por poner el ejemplo más ilustre. Hay que reservar, como en los restaurantes de lujo.

    Es fantástico el catálogo de delicadezas del Convento de la Madre de Dios, en la calle de su nombre, que baja desde la Candelaria a las traseras de Pilatos y San Agustín. Convento de dominicas. Dice uno que conoce ese mundo bien y mejor que las magdalenas de Madre de Dios son, digamos, pecado mortal. La magdalena de Proust sería por comparación un humilde bollito de leche. He visto esas magdalenas en su bolsa de plástico con un atadijo azul celeste y solo con la mirada me he comido la mitad de una de ellas. Ya había pasado la hora del desayuno. De la cocina, cerca del torno donde se despachan las magdalenas, llegaba un aroma de dulce harina molida y pasta de huevo batido y leche. Los moldes de las magdalenas se patentaron en la Flandes de Carlos V. Sin molde no hay magdalena. Además, se ofrecen hasta casi veinte variedades de pastas de toda clase, todas hechas en esa cocina donde los ángeles del cielo amasan a diario dulces de nuez y almendra, y muchas ricuras más.

    Una magdalena no es un tesoro escondido. Pero el retablo de San Juan Bautista en la iglesia del convento es una de las más lindas maravillas que he visto en esta ciudad. La Virgen y el Niño del altar mayor, una talla muy bien iluminada, es obra maestra, pre barroca y tan lograda que ella sola cuestiona el sentido de la expresión tan artificioso del barroco. El retablo del Bautista es tan complejo, está tan lleno de cosas, historias y personajes -reyes judíos, paisajes bíblicos, historias de la vida de Cristo- que uno de puede estar horas contemplando y estudiando las piezas, no menos de cincuenta, del retablo. La talla del Bautista es magistral. Los conventos pobres, como este mismo, tienen la ventaja de su pureza: los suelos viejos, la azulejería remendada, las lápidas funerarias intactas, los artesonados arcaicos, la luz más pobre que clara, y eso acentúa el misterio.

    El coro es de otra época. A un lado y otro del altar mayor, los sepulcros en alabastro de la esposa y la hija de Hernán Cortés. Una Zúñiga. En San Bartolomé he rendido culto a los Montoto. Y el bar de Manué, en la plazuela de SAn Leandro, nos hemos tomado mi amigo el de los tesoros y yo una manzanilla mientras sonaba un cante bueno. A las dos de la tarde. Nada hacía presagiar la que se venía encima. El autobús de Sanlúcar y tal.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 15ª de abono
    Una sorpresa: Padilla, por la Puerta del Príncipe
    Un presidente generoso, una banda de música muy regalosa y el propio afán del torero jerezano, entregado, firme y temperamental con dos toros de discreta nota de Fuente Ymbro
    Sevilla, 16 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 15ª de feria. 7.500 almas. Nublado, fresco. Dos horas y media de función. El paseo se hizo con media hora de retraso.
    Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).
    Finito de Córdoba, silencio en los dos. Juan José Padilla, una oreja y dos orejas. A hombros por la puerta del Príncipe. El Fandi, silencio y una oreja.


    ESTUVIERON acondicionando el piso y parcheando el albero durante casi media hora. Cayó en Sevilla un chaparrón antes de los toros, estaba previsto que dejara de llover a las siete de la tarde, los toreros acordaron torear fuera como fuera, ni suspensión ni aplazamiento ni nada. A las siete en punto soltaron el primero de los seis toros de Fuente Ymbro. Uno de los cinco castaños de la corrida. Los cuatro primeros, casi idénticos. Solo que el que partió plaza salió baldado del caballo, hundió las manos en la arena muelle, claudicó, tardeó. Cortos viajes, un punto revoltoso. O sea, un toro muy deslucido.
    Finito lo toreó de capa con gusto y criterio: dos lances a pies juntos en el recibo, otros dos a compás abierto enseguida, dos verónicas sueltas y alguna cosita más porque ya se anunciaba toro frágil. Una faena de bello arranque –bandera, pases de horma- pero preludio de un fatigoso trasteo. No se empleó el toro en una sola embestida boyante. Un cabezazo, un desarme, un susto. Estaba posada en la arena una parda paloma perdida, que entonces, cuando el desarme, remontó el vuelo. Un pinchazo, una estocada baja.
    Padilla se fue a porta gayola – que en la Maestranza es en realidad un par de metros más allá de la segunda raya-, se santiguó varias veces, tardó el toro en asomar, y su coda: una larga cambiada de rodillas, apurada, pero con su carga de tensión. Otra larga en el tercio a renglón seguido, dos delantales, un par de sedicentes chicuelinas, una revolera. Gran jaleo.
    El público de los sábados de feria en la plaza de toros de Sevilla no tiene nada que ver con el del resto de la semana. El fenómeno no es nuevo, la fecha es fácil, hay quien regala la entrada, hay quien la vende, y hay quien la saca en taquilla sin más. En un tendido de sol y sombra, entre la música y la puerta de toriles, se dejó sentir desde el principio un grupo de unos mil y pico seguidores de Padilla. Del Rincón de Cádiz serían. El resto del sol pareció público de aluvión. Hubo quien se asustó tanto como la paloma perdida.
    Padilla decidió no lidiar el toro y descargó en Daniel Duarte. Hubo que cazar al toro con la vara, pues se asustaba al ver el caballo tanto como la paloma, que ya no estaba. Le dieron al toro capa y más capa. Padilla quitó por sedicentes chicuelinas. Morante puso el viernes el listón de las chicuelinas de Chicuelo a tal nivel que las comparaciones se hicieron inevitables. Tres pares de banderillas del propio Padilla, tercio morosísimo porque el toro esperó pero arreó. Y una faena de dos o tres partes. Primero, de rodillas por alto, tanda concluida con desarme. Luego, la muleta al hocico, una serie en redondo de limpia técnica. Se arrancó inesperadamente la banda de música, que ya no paró. Un segundo tramo de discretas soluciones. Y un tercer capítulo con circulares, un cuerpo a cuerpo, manoletinas –no de las mejores- y una estocada. Solo al quedar cuadrado el toro calló la música, que nunca en esta feria había regalado tanto una faena. Ni siquiera las de Manzanares, el gran consentido de la banda.
    El Fandi esperó al tercero en tablas: dos largas cambiadas de rodillas, lances de imán por delante y por los vuelos sin soltar toro, y media de remate espléndida. Dos puyazos. Un quite de lances de costadillo, media verónica de rodillas y los palos aquí para cuartear El Fandi con sus portentosas facultades, su puntería, su valor y su ajuste al reunirse y cuadrar. Fue un delirio. Sobre todo cuando Fandila se adornó corriendo por delante al toro, jugando con él. El toro fue la decepción, sin embargo. Se arrepentía a medio viaje, se había quedado sin aire, se paró casi en seco. En la suerte contraria una estocada.
    El último de los cuatro castaños casi idénticos, cuarto de corrida, se pegó dos estrellones de salida contra dos burladeros y, tal vez resentido, fue incierto al tomar capote: apretó o se frenó. Aire brusco. Lo picó con ganas Germán González, lidió perfecto Álvaro Oliver. Toro sin fuelle, estaba rendido enseguida. Lo trató con mimo Finito. Buenos muletazos de tanteo, dos tandas en redondo de bello dibujo, templadas, mano baja, lindo encaje. No duró más el toro, ya ajeno a la pelea cuando Finito se echó la muleta a la izquierda.
    Padilla se hincó de rodillas en la segunda raya frente a toriles para recibir al quinto, el toro más alto de todos, pero el de más justo trapío. Brochito. Salida distraía, ataque a destiempo, Padilla tuvo que tirarse en plancha mientras largaba capa. Otra larga en el tercio, lances algo desmantelados, dos medias, un revolera espumosa. Se celebró el invento. Dos puyazos al relance, un quite de El Fandi por navarras, una carrera de Padilla hasta el mismo platillo para brindar tres pares de banderillas de desigual acento, clavadas caídas. “¡Viva la madre que te parió, Huan Hosé…!”, gritó una señora con acento de Sanlúcar, donde la jota se aspira como una hache inglesa.
    Brindis de faena al gentío. De rodillas, el toro de largo en carrera sin gobierno, cuatro muletazos sin aire, dos de pecho. ¡Y la música! La música, el Martín Agüero del maestro Franco, que aquí no casaba, porque es pasodoble solemne. Y de faenas largas. Esta de Padilla, muy afanosa, tuvo por virtud la brevedad. No descolgó el toro, pero no paró de moverse. Algún trallazo. Padilla y su experiencia: circular en molinillo con su circular de vuelta, toma, zumba, daca, una con la izquierda, un molinete de rodillas, donde fuera y como fuera. Luz artificial. Pararon los músicos, ya era hora. Se perfiló de largo Padilla con la espada en la suerte contraria, el brazo por delante, atacó el toro, gran estocada. Profusión de pañuelos. Una oreja. Tardaron el cortarla mucho tiempo. Y más en lacear el toro y prenderlo de las mulillas. Presión ruidosa para que el palco cediera y con una segunda oreja se abriera la ilustre Puerta del Príncipe. Cedió el presidente. Le habría gustado el trabajo tanto como a la señora de Sanlúcar. Muchos abrazos a gente del callejón durante la larga y emocionada vuelta al ruedo de Padilla.
    Era de noche al soltarse el sexto. A porta gayola El Fandi. Toro mansito en el caballo, deslumbrado, pero de atacar de bravo en banderillas. No dejó a El Fandi redondear sus juegos florales. Una seria faena de poder y habilidad. Una buena estocada. Y una salida nocturna por la Puerta del Príncipe con la que nadie contaba.
    FIN

    La vara de medir las calidades del toreo de capa se había fundido después de las dos últimas tardes de Morante. Y la de medir el sentido de la lidia, tras la resolución siempre sucinta y capital de El Juli, también.
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    Mensaje  Morón Dom 17 Abr 2016, 23:06

    Sevilla 17abr2016

    Entonaré primero la palinodia: la guía de ayer, con el itinerario del Convento de la Madre de Dios, era un absoluto desbarre. Le di vueltas en la cama al disparate: pero cómo vas a bajar a la Puerta de Carmona desde la calle de Madre de Dios...! No. Olvidé mencionar la calle Vírgenes, donde vive Carmen Laffón, pintora muy de mi gusto -de la melancolía sin duelo, los suaves colores, la Sevilla transparente- y decir, de paso, que los eruditos sospechan que en esa calle estuvo el teatro romano de Híspalis. Eso y más me contó mi impagable cicerone. Un paseo por la Alfalfa y su entorno prueba. Hoy lo he repetido por sacarme del error. No he podido parame en el Bar Pastor, donde sirven buenos coloniales -conservas portuguesas, queso de Azeitao- y rioja gran reserva de Azpilicueta a precio ridículo. El bar tiene un mirador para contemplar tres o cuatro puntos clave de la Alfalfa: el Candilejo, con su curvita de ballesta, la plaza de la Alfalfa ya sin pájaros, la torre de San Isidro y Casa Manolo. La tienda de los calentitos no se ve desde la terraza. Hoy estaba cerrado.

    La estación de autobuses del Prado es, en mi opinión, bastante más graciosa que la nueva de Plaza de Armas. Los murales de la sala de taquillas son interesantes. Se han reducido las líneas. Pero todavía funcionan Los Amarillos y Comes. Con destinos a Arahal, a Paradas, a Marchena y a toda la costa de Cádiz entre Cádiz y Algeciras. Buenos destinos. En la Hostería de la estación, una carta suculenta: Pringaíta de La Algaba, el mantecaíto, el capote de melva, el caballito de jamón, los tomates de Los Palacios, la ardoría (salmorejo) de Osuna, el paé ibérico de Constantina al oloroso. Y arroces, porque Sevilla es la primera provincia de España en la producción de arroz. En las cristaleras de la hospedería y su terraza aparecen grabados los nombres de casi todos los pueblos de la provincia. Siempre hay que separar Sevilla provincia y Sevilla capital. Y Triana, por donde he paseado sin mayor sobresalto. He encontrado algo apagada la zona de Pureza y Betis.

    La estatua menos hermosa, digamos, de Sevilla se encuentra, ¡vaya por Dos!, en la Alfalfa, en la Cuesta del Rosario. Es una alegoría ridícula de Clara Campoamor, la ilustre feminista que tan nervioso ponía a don Manuel Azaña. Porque era una pelmazo importante. Bastante gente por los Jardines de Murillo. Muy bonito el recorrido del Circular desde República Argentina al Prado. Me da pereza salir de Sevilla. Se me pasará.

    TOROS. Crónica de la corrida de Sevilla
    Sevilla: 16ª de abono
    Rafaelillo y los miuras, pareja perfecta
    El torero murciano vuelve a acreditar su maestría con los toros de Zahariche. Dos cumplidas y redondas faenas con un lote propicio. Castaño, tratado en Sevilla con cariño y respeto muy particulares
    Sevilla, 17 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 17ª de abono. 8.500 almas, tres cuartos largos. Primaveral. Dos horas y veinticinco minutos de función. Sacaron a saludar a Javier Castaño después de romperse filas.
    Seis toros de Miura.
    Rafael Rubio “Rafaelillo”, gran ovación tras un aviso y una oreja. Javier Castaño, saludos y silencio tras un aviso. Manuel Escribano, saludos y.
    Buenos puyazos de Juan José Esquivel, Chicharito y Alberto Sandoval. Notable brega de Álvaro Oliver y Lipi. Brillantes pares de Pepe Mora y Fernando Sánchez. Dos quites a punto de Jaime Padilla.


    EL MIURA MÁS en Miura, es decir, el toro más complicado y de reñir con él fue el quinto, cinqueño, 550 kilos, hechuras armónicas, muy serio. Antes de él saltaron cuatro miuras de llamativa nobleza. De espléndida lámina el tercero, cárdeno, coletero y cinchado, ancho y corto de manos. Muy bien rematados los otros tres también. Al descararse de salida –sello Miura- fue muy ovacionado el primero, zancudo pero de ágil y elástico cuello. Esos cuatro toros galoparon en banderillas. El galope propio del toro bueno de la casa: un tranco acompasado. El bueno que no se distrae ni mide ni reniega ni sorprende con cambios de temperamento inesperados.
    De la violencia clásica del miura en el segundo tercio no hubo noticia hasta que no llegó la hora del quinto, que esperó por las dos manos, hizo hilo con quien pasó en falso y pretendió atizar estopa. En los medios Fernando Sánchez le puso un par más que notable. Con ese quinto tocó sufrir pero no tanto como otras veces. En la distancia corta protestó el toro, que se empleó en el caballo con tanta entrega como el que más.
    Todos, empezando y terminando por ese quinto, fueron prontos en varas, pero cada uno de los cuatro primeros peleó de una manera. Singular el detalle del largo y alto segundo, que cabeceó el peto en la primera puya –los cuernos por las nubes- pero salió del castigo casi planeando. Muy entregado el primero de todos, de particular fijeza. Hubo quien protestó por la dureza del primer puyazo –estupendo picador Esquivel- pero se enceló el toro al ser herido. Y un miura encelado en un peto con el caballo atrapado contra las tablas no atiende a razón.
    Ese primer toro fue, sumando todo, el toro de la corrida. Y, luego, el cuarto. A los dos les dio fiesta mayor Rafaelillo, consagrado ya como maestro consumado en la especie Miura, no importa el género. A los violentos y a esos dos de esta última tarde de feria de Sevilla también. O al toro aquel del último San Isidro, que fue, dentro de las de su género, la mejor faena del abono. No coser y cantar, porque ante el toro de Miura se siente siempre un íntimo recelo, pero sí una facilidad, una resolución y una claridad de ideas sobresalientes. Y firmeza, y recursos, y listeza, y adivinar la intención de cada uno de esos dos toros sin dejarse sorprender ni en una sola baza. Sin miedo: el primero de la tarde, dolido de la divisa, cabeceó con ese nervioso dolor de los toros de magro cuello, y el torero murciano lo vio, sin embargo, claro. La calma de principio a fin; la colocación; la administración de los tiempos, distancias y terrenos; la ligazón y el temple, que fueron arma decisiva. Y el salero, que no es nuevo en Rafael pero ha ido ganando enteros. El salero genuino y no impostado: los cambios de mano por delante en los cuartos muletazos de tanda antes de abrochar con espléndidos pases de pecho de los de verdad. Calma, además, cuando se empezó a apagar y hasta a pensárselo ese primer toro. Un soberbio desplante. Con el ambiente volcado, no entró la espada. Un pinchazo, media ladeada, tres descabellos, un aviso. Una de las grandes ovaciones de la semana y de la feria. Y fiesta de parecido calibre con el cuarto, que brindó a Javier Castaño. A ese cuarto lo esperó de rodillas más cerca de los medios que del terreno propio de la porta gayola, lo libró con larga científica y lo templó con lances seguros y poderosos. Faena de las de alegrar con la voz al toro, de tragarle dos recaditos en el momento justo, de traerlo en distancia sin obligar pero sin dejar de gobernar. Al hocico la muleta por la mano izquierda, una tanda mixta de tres y tres naturales, una hermosa salida al paso. La gracia mayor de una trinchera en el mismo platillo para abrir una tanda en redondo de mano baja y el dibujo en semicírculo. Un desarme por abusar, pero solo por eso. Una estocada soltando el engaño. Una oreja muy cara.
    Recién salido de un severo tratamiento de quimioterapia –se ha sabido ahora que en otoño se le detectó un cáncer en un testículo- Javier Castaño tuvo arrestos para aceptar el siempre desafiante compromiso de una corrida de Miura. Lo resolvió con suficiencia. Ni siquiera el a veces incierto aire del quinto llegó a incomodarle. Al segundo lo toreó con gusto y despacio, por alto en una apertura clásica, por bajo con las dos manos, y en línea, en el tramo grueso y algo largo de la faena, que puso a prueba la entereza del torero leonés, su sabio oficio. A los dos toros los mató por arriba Castaño. La gente lo trató con un cariño y un respeto imponentes.
    El último toro de la corrida y la feria, casi 650 kilos, muy destartalado fue tan grande como menguante: buenos comienzos, deslucido final ya vacío de fuerzas, reculadas, bufidos, algún cabezazo, monumental desgana. El tercero, en cambio, sin estar sobrado de poder, humilló de verdad, fue pronto y tuvo fijeza. A uno y otro se fue Escribano a saludarlos a la zona mixta entre la porta gayola, que es el umbral de toriles, y el tercio. Dos largas de gran seguridad, toreo de capa por debajo de muchos quilates y bello acento. Tres pares de banderillas para cada toro: Escribano y sus pausas exageradas entre par y par. El abuso de tiempos muertos, que son en el toreo tiempos vacíos, y privan a la faena que sea de la emoción propia. Eso pasó en tiempo de bonanza –el tercer toro, al que se tiró un espontáneo- y más todavía en el toro del triste final.
    FIN
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    Mensaje  Morón Dom 24 Abr 2016, 00:36

    Zaragoza 23abr2016

    "¡Viva Aragón!", gritó uno a mitad de faena del quinto toro. En el momento más espeso de la corrida, cuando la cosa se había puesto ya de pesos pesados. Todo pesaba como una losa. Ni el grito patriótico ni nada. San Jorge: el Día de Aragón, el patrón de esta tierra tan singular partida en dos mitades distintas por el padre de todos nuestros ríos. El Ebro famoso. Qué gusto verlo al menos dos veces por año. El río que nos trae y nos lleva.

    Una mañana de sol espléndido. Una feria del libro en los soportales del Paseo Independencia. Puestos y más puestos, de editoriales de vario color. Es admirable la manera en que han crecido los temas aragoneses: historia, ecología, paisajismo, sociología -la voz de alarma penúltima con el gravísimo problema de la despoblación de zonas rurales de Huesca y Teruel, y de la propia provincia de Zaragoza-, guías de naturaleza, biografías, libros de memorias y fotografía, almanaques, un rastreo constante de los años de la Guerra de España, que aquí se libró con más dureza que en ninguna otra parte, y otro rastreo cada vez más a fondo de la primera posguerra. Mucha gente hacía cola para las firmas. Abundancia de puestos de literatura infantil, niños con padres, padres con niños, muchos cochecitos, un aluvión de gente.

    Y por eso mismo a la una de la tarde estaba el Tubo casi desierto. Sitio en la barra del Pascualillo, donde Curro Romero tiene un altar sencillo pero de arte. Arte zaragozano: una gotita de guasa. Buen vino. En Casa Lac (Ricardo Gil), calle Mártires, el milagro de encontrar taburete en la barra a casi las dos. La barqueta de tomate con pimientos, el cebollino en salsa chardonnay, la tapa de pochas con sus piparras, los pimientos del cristal con su salsa secreta, la torrija con helado de vainilla... Y un café bastante bueno. Ni caro ni barato. Calidad. Hay albóndigas de lubina. Hay muchísimas cosas más. Pero no es temporada de tomate ni de calabaza, y no sirven salmorejo -el mejor jamás catado por mí- ni la crema de calabaza con no sé cuántas texturas. Y hay alcachofas, que son flores. Y hay que volver cuanto antes.

    Al salir de los toros, casi tres horas en la dura piedra, soplaba el cierzo. El barrio ha cambiado -enseguida haré una segunda descubierta- pero ya he visto que el cuartel de policía de la avenida Clavé ha cerrado para siempre. No la comisaría de General Mayandía, pero se han llevado las agujas del reloj de la fachada. Ya contén otoño que el paisaje nevado de la estación de Canfranc desapareció tras el último traspaso de poderes. La Sex Shop de la esquina de Clavé y Madre Sacramento ha cerrado definitivamente.

    El verde de los tilos de Independencia cegaba tanto como el sol de abril. ¡Viva Aragón!

    TOROS. Crónica de la corrida de Zaragoza
    Zaragoza: 1ª de la feria de San Jorge
    Un estreno muy desequilibrado
    Debut de López Gibaja con corrida de toros en una plaza de primera. Dos toros de formidable cuajo e interés, tres de muy pobre nota. Firmeza de Juan del Álamo
    Zaragoza, 23 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Zaragoza. 1ª de San Jorge. 4.000 almas. Primaveral. Cerrada la cúpula de teflón. Luz artificial durante todo el festejo. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Se permitió abandonar la plaza al arrastre del cuarto a Joselito Adame, que torea el lunes en Aguascalientes.
    Seis toros de Antonio López Gibaja.
    Joselito Adame, saludos y silencio. Juan del Álamo, que sustituyó a David Mora, silencio tras un aviso y silencio. Saúl Jiménez “Fortes”, saludos tras aviso y silencio.
    Paco María picó con categoría al segundo. Dos notables puyazos de Óscar Bernal al cuarto. Buenos pares de Miguel Martín y Fernando Sánchez.


    ERA EL ESTRENO DE Antonio López Gibaja con una corrida de toros en plaza de primera. Los dos primeros toros, los de la puesta de largo, fueron dos pavos monumentales. Formidables, tan serios de cara, y de todo lo demás, como bien rematados. Cinqueños, los dos pesaron algo más de 600 kilos. No se estilan toros con tanta plaza ni tanto cuajo. Dignos de ver, ejemplares de catálogo. El segundo, de cuerna en corona, manos muy cortas, era puro trapío. No tanto pero casi el primero, más en grandullón, de otra línea. Fueron los dos toros de la corrida, y en puridad los únicos. El cuarto, el solo colorado del envío, no tuvo mal aire, pero, muy castigado en el caballo y encelado con él durante un par de minutos, se aplomó y amagó con rajarse. Al cabo, un toro del montón o de tantos.
    Los dos colosos aparte, la corrida fue cuatreña, y el último de todos, con la edad recién tomada. Este sexto fue el de peor nota de los seis: topón, a cabezazo limpio, incierto y apoyándose en la manos. El quinto, de arboladura imponente pero el clásico juampedro culopollo, salió probón, midió, se dolió mucho, se rajó sin remedio. El tercero, rebrincado, hizo hilo en banderillas pero se aculó después del tercer par y, sin ser nada del otro mundo, fue toro a menos. Como se soltó justo después de los cinqueños gigantes, parecía enanito. No lo era.
    Corrida, por tanto, demasiado desequilibrada como para cumplir con los honores de una presentación de respeto. El raro detalle, por lo demás, de que el dúo de magníficos, a solo seis meses de cumplir de edad, no tuviera nada que ver con el resto. Absolutamente nada. El primero, que se escupió del caballo de pica, fue todo nobleza, metió la cara, repitió. Toro muy bondadoso. Lo ovacionaron con ganas en el arrastre. El segundo hizo un poco de todo: trotar, encelarse en el caballo pero irse suelto también, moverse con sorprendente elasticidad, claudicar al sentir el mínimo tirón, emplearse con calidad por la mano izquierda, rajarse y, en el terreno elegido para hacerlo, embestir con entrega y no desgana. Y, en fin, pegar un arreón de escalofrío cuando tuvo a Juan del Álamo delante verduguillo en ristre. Hubo división de opiniones en el arrastre. Señal de que el toro había provocado a la gente.
    Durante la lidia de los otros cuatro, incluido el manejable coloradito, el ámbito de la plaza vino a ser ocupado por el runrún de conversaciones dispersas y ajenas. Se estaría aburriendo la mayoría: los tres espadas pecaron por exceso y no por defecto. Por exceso de tiempo: cuatro faenas larguísimas, las dos de Juan del Álamo, las dos primeras de Joselito Adame y de Saúl Jiménez, que estrenó en esta fecha su nuevo apodo de Fortes. A secas. Con un logotipo en la furgoneta que tiene algo de blasón: sobre un fondo negro, la silueta dorada de una cabeza de toro.
    Juan del Álamo, firme y entero, sin desmayo en sus dos bazas y ante los dos toros más serios de cara – ¡los dos en el mismo lote!-, hizo las cosas de más valor. Solo que tardó más de la cuenta en encontrarle al inmenso segundo el pitón bueno, el izquierdo, que es la mano con la que mejor torea. Lo sujetó con inteligencia y recursos cuando el toro quiso darse a la fuga. Muy logrados los adornos finales con circulares de ida y vuelta, cambiada la una, en la suerte natural el retorno. Grandes pases de pecho. A la faena le faltó un primer pulsito para tener al toro en la mano diestra al principio de ese largo trasteo tan lleno de cosas. Al brusco quinto le bajó los humos con autoridad y, cuando el toro se rajó en tablas, se puso con él muy en serio. No fue solo terquedad. Una rara estocada contraria y tendenciosa en el primer turno. Otra tendida después. Discreta tarde con el capote.
    Adame anduvo facilísimo con los dos de lote, que fue el lote de la corrida. La facilidad incluyó dosis excesivas de toreo a suerte descargada por sistema pero enmascaradas por una consumada habilidad para trazas muletazos largos cosidos en tandas sencillas. Al cuarto lo trató con cariño de torero experto –una bonita tanda de estatuarios en la apertura- y mal disimulada idea de toreo por fuera. Al uno lo hizo guardia con la espada; al otro lo hizo rodar sin puntilla de entera desprendida.
    El lote de Fortes fue el peor. Con el sexto no quedó otra que abreviar. ¡Oh, aquellas antiguas faenas de aliño y castigo, desparecidas del repertorio…! Con el tercero anduvo empeñoso pero trabajoso. Como casi todos los trasteos largos, éste fue bastante plano, salpicado de tiempos muertos. Una tanda de bernadinas finales puso caliente a unos cuantos. Y antes de eso, un preludio entre pitones que no fue no temerario ni tampoco solución. Una estocada tendidísima primero; tres pinchazos y otra tendida después. Y un quite breve por chicuelinas, dos, y media soberbia. En el segundo coloso.
    FIN
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    Mensaje  Morón Dom 24 Abr 2016, 23:45

    Zaragoza 24abr2016

    Más que de bar al uso, el Praga, en la plaza de Santa Cruz, tiene aire de antiguo café. Un café puesto al día. Será el más sosegado espacio de todo el Tubo. Un alto zócalo de madera pintada de azul ultramar es clave del sosiego. En la pared mayor, un banco corrido de madera como los de las salas de espera de las viejas estaciones de ferrocarril. Hay dos collages de pintura que podrían ser murales, pero son de papel o de cartulina o cartón. De tintas muy delicadas -colores tenues, de amanecidas y ocasos, imágenes de la Praga imperial, y perfiles de las torres de Zaragoza intercalados o esbozados en nubes sueltas. Hermosos paisajes sentidos como una visión de seda.

    Hay, entre la sala y el oficio de servicios y cocina, una puerta de mármol verde tal vez de Macael. De traza italiana, con onduladas jambas curvas y un pequeño tímpano con un reloj. Las lámparas, circulares y planas, dan buena luz blanca. Los paneles pintados se iluminan con pequeños focos. Nadie grita, todo está limpito. Un vino bueno, dos euros. En las vitrinas, ninguna novedad: vinagrillos, fritos recién sacados, sin grasas, relucientes. Se vende el disco de jazz que editaron a la muerte de Juan Carlos Cifuentes, el Cifu de "Jazz porque sí", el gran programa de la medianoche de Radio Clásica.

    La terraza del Praga es casi tan tranquila como la atmósfera de dentro. Hay un cuadro al entrar en el Praga que parece una foto fija del café. De todo el edificio, en cuyos bajos se instaló el Praga con su paz, sus buenos veladores, sus cómodas sillas de respaldo, su enlosado de gres negro. El cuadro, pintado al modo de las representaciones urbanas de Antonio López, es escrupulosísimo en los detalles. El cielo es azul turquesa. Como el de Zaragoza en este día tan ventoso.

    Si sigues subiendo la calle de Santa Cruz, te encuentras con un cafetín que se llama Viva la vida, tal cual. Y luego desembocas en una de las venas que no arterias del Tubo. En una de las casas de Méndez Núñez vivió Cajal algún tiempo, pero no se especifica cuánto. De estudiante de medicina. Hay una tienda de ropa de novias y novios llamada Alma nupcial. Bonito ¿no? Hermógenes ha cerrado estos días por vacaciones. Las puertas de una terraza patrocinada por una marca de champán, enfrente del Pascualillo, estaban abiertas de par en par y, sin muro, se contempla una vista perfecta de San Gil, una de las mejores iglesias de Zaragoza. ¡Quién tendría la maldita idea de ponerle un chapitel de zinc a esa torre mudéjar tan neta...!

    Más que albóndigas de lubina, lo que sirven en Casa Lac son pastelitos de pescado con su salsa de cocerse el pescado, y pimienta verde en grano. La pimienta es deliciosa, pero poderosa. Lo mejor es, al postre, un chupito de cointreau. Para aliviar el picorcito. Casa Lac fue en su tiempo una confitería de lujo. Se nota en las maderas talladas y tan barroconas del techo. Hay que repetir barquetas de tomate con pimientos, aceite de Teruel y una cremita de pimiento también, y una gota de salsa de soja. Y rebañar quien sepa, quiera y pueda.

    En la salida de misa de 2 del Pilar, mucha gente. La capilla, casi vacía. Hoy tocaba manto blanco. El Pasaje del Comercio, en la plaza del Pilar, es magistral. Pero no tanto las tiendas y cafés que lo pueblan, La plaza es dificilísima. El cierzo, muy caprichoso, la estaba barriendo a esa hora. Arranca las coriáceas hojas de los magnolios y no puede con las frágiles espigas de las mimosas. La torre de la Seo me sigue pareciendo el edifico más bello de la ciudad. Ella sola.y sin entrar en los muchos matices de los muros de la catedral. Es muy bonita la plaza de San Felipe, con el Palacio de Argillo al fondo, donde el museo Gargallo, y los jinetes desnudos del saludo olímpico como guardianes del tesoro. La Torre Fortea se deja querer.

    El jardín de Averly, en la avenida Clavé, es de cuento de hadas. Ailantos altísimos. Una rejería niquelada, de un estilo que hizo estragos en la Zaragoza romántica. El edifico de viviendas está protegido, no sé qué harán. Había en el palacio Pignatelli un concierto de clarinetistas del Conservatorio, y otro de una coral del país. El día tiene solo veinticuatro horas. Los prunos del Portillo, mecidos por el viento, tienen brillo en las hojas de color granate. Los del Tubo parecen de cretona raída. En la calle Alfonso una violinista tocaba un tango triste pero no desgarrado. Y, luego, la muerte del cisne de los lagos. Chaikovski.

    TOROS. Crónica de la corrida de Zaragoza
    Zaragoza: 2ª de San Jorge
    Notables toros de Adolfo Martín y Alcurrucén en un concurso desierto
    De sobresaliente trapío, soberbio el de Adolfo en los dos primeros tercios. De hermoso son el de los hermanos Lozano en la muleta. Se lastima un inmenso ejemplar de Cuadri.
    Zaragoza, 24 abr. (COLPISA, Barquerito)
    Zaragoza. 2ª de San Jorge. 5.000. Primaveral, día ventoso, cerrada la cubierta plegable. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Un jurado declaró desierto el premio al toro más bravo de la concurso, y distinguió a Juan José Esquivel e Iván García como mejores piquero y banderillero de la corrida.
    Concurso de ganaderías. Toros, por orden de lidia, de Fermín Bohórquez, Cuadri, Alcurrucén (hermanos Lozano), Adolfo Martín, Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo) y Los Maños (José Marcuello).
    Rafael Rubio “Rafaelillo”, saludos y silencio. Luis Antonio Gaspar “Paulita”, palmas en los dos. Manuel Escribano, oreja tras aviso y silencio.
    Picó con criterio y acierto al cuarto Juan José Esquivel. Notables en brega y banderillas Pepe Mora, Javier Ambel e Iván García, que prendió al quinto dos pares soberbios. Buenos pares de tercero de Manolo de los Reyes.


    SOLO DOS DE LOS SEIS candidatos de la corrida concurso eran cuatreños: el cuarto, de Adolfo Martín, y el sexto, de José Marcuello. El uno, el de más artillería de todos, el de más trapío y, con mucha diferencia, el más bravo en el caballo: cuatro varas, y tan en serio las cuatro, que la prueba de bravura, pasada en ese tercio con nota sobresaliente, se acabó convirtiendo en prueba sacrificial. Sucedió, además, que, luego de galopar en los dos primeros pares banderillas pero no en un tercero ni tampoco en un tercero bis, arreó en la muleta casi tanto como lo había hecho de salida en el capote, cuando resonaba todavía una ovación corrida para premiar su presentación y su rotunda presencia.
    Cárdeno, bajo de agujas, larguito y lleno, ligeramente degollado, cornipaso y veleto, bizco. Tan descarado que daba la impresión de tener la cabeza torcida. La corrida que en marzo lidió Adolfo Martín en Valencia ha sido hasta la fecha la mejor presentada de la temporada. La más hermosa y en tipo, la más pareja. Solo desdijo entonces un sexto que se salió por la tangente. Este toro de Zaragoza habría completado un sexteto impecable, de escaparate insuperable.
    La cuarentena cumplida desde la corrida de Valencia ha obrado el efecto natural. El toro de la concurso sacó un gas, un poder y una gana que no llegaron a brotar en ninguno de los cinco hermanos de marzo, toros tempranos todos, tan nobles y tan de embestir a la mexicana. Los cuatro puyazos –corrido el primero, a ley los tres restantes, y galopando con son vivo al cuarto encuentro- fueron muy celebrados, especialmente el último. La salida de ese cuarto puyazo fue soberbia: un galope humillado que dejó retratado al toro. Sombrerillo, número 15. En la segunda tanda de muletazos desarmó a Rafaelillo, la muleta se quedó enganchada un buen rato de uno de los dos terribles garfios y el instinto por desprenderse de ella dejó al toro perturbado.
    De manera que las mutaciones obligadas en el toro de sangre Albaserrada tuvieron esta vez un precio caro. El toro empezó a soltarse, a quedarse corto, a revolverse a veces también y de pronto acusó querencia, el mismo punto donde tanto se había empleado en varas, y pareció toro rajado sin estarlo ni serlo. Una faena de Rafaelillo decidida pero solamente eso. Y una excelente estocada. El único toro ovacionado en el arrastre fue este cuarto.
    El toro santacoloma de Marcuello, protestado por falta de trapío –demasiado escurrido, cuerna playera, toro sin plaza-, tuvo rara personalidad en varas, cumplió pero volvió grupas cuando lo reclamaron para un cuarto puyazo, y, este sí, se rajó sin previo aviso después de moverse sin descolgar ni romper ni atender. Estuvo perdiendo mucho el tiempo con él Escribano: un tercio de banderillas interminable, una faena vestida de infinidad de cargantes paseos y tiempos muertos.
    El toro de Alcurrucén, tercero del concurso, cinqueño recién cumplido, fue una hermosura. Hondo. Tan ensillado que el lomo entre las agujas y la penca del rabo se hacía cuesta arriba; y cuesta abajo la distancia entre la cerviz y la cruz. Gran culata, como los viejos toros de Rincón, la sangre más cara de Alcurrucén. No demasiada cara. Como buen rincón, el toros se escupió de varas nada más sentir el hierro, pero había tomado capotes con alegría –el rabo enhiesto, viajes por abajo- y fue en la muleta el más completo de todos. Con notoria diferencia. Mucho mejores los viajes por la mano derecha, sobresaliente fijeza. La prontitud de la bravura. Una faena más circunstancial que de fondo de Escribano, abuso del toreo a suerte descargada, un trabajo mal medido. Quienes habían visto el son del toro protestaron. Un poquito nada más.
    Bohórquez echó un cinqueño cumplidor en el caballo, muy aplomado en la muleta y noble. Lo manejó con soltura sencilla Rafaelillo. El toro de Cuadri, casi 700 kilos, se repuchó en varas, se sentó un par de veces, se movió con diligencia y sin tardear. Pero se derrumbó en una embestida apurada y pegajosa, y al caerse se rompió una mano por los menudillos y quedó inválido. Paulita tuvo que cortar sin haber apenas empezado a decidirse. El toro de Fuente Ymbro, quinto, pareció resto de serie o mostrenco. Feo con ganas, cuerna a la camarguesa, testarazos al peto de pica, escarbaduras y una parada en seco. Paulita anduvo paciente y mató por arriba. Con el toro de Cuadri dejó en el saludo Paulita su marca de capotero de genio: lances volados, templados, dicen que gitanos.
    FIN
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    Mensaje  Morón Lun 02 Mayo 2016, 10:56

    Sevilla 1may2016

    El puente. Todos los garitos de la calle San Eloy, cerrados a cal y canto, salvo la tienda de especias del número 40, cuyos aromas orientales y morunos pueden con todo el azahar ya en horas finales. El Pando, único restaurante abierto. Pero no era hora de comer cuando bajé desde La Campana a Canalejas. El Donald está cerrado por reformas, abrirá dentro de nada, carta renovada, Mariano al frente del barco como llanero solitario y sus tortillas francesas babosas y espumadas. Ya quisieran los franceses cuajar esas tortillas Donald. Con o sin (jamón).

    Eso de vagón silencio de los Aves es bastante resbaladizo. Una pareja que vino desde Atocha a Ciudad Real se dejó en un asiento vacío el teléfono móvil, que no ha dejado de sonar hasta Santa Justa. Se lo entregué a una pareja de la policía. Me dieron las gracias. De nada. Al cruzar el término municipal de Cantillana, un cuarto de hora antes de aterrizar en Santa Justa, divisé los naranjales de Manili, cosecha terminada. Las pocas naranjas que resisten en el centro dejan caer a plomo sus frutos enormes. ¡Chap, ploff...! Siempre que cae una naranja por su peso aparece la sombra de Isaac Newton. Manili fue un torero de gran sentido lógico, como Newton, y por eso se lo rifaban los ganaderos para tentar. Es un hombre feliz. Leí una entrevista de Alfonso Santiago con él en 6 Toros y me dejó conmovido. ¡Un torero feliz!

    En la Plaza Nueva, la Feria del Libro. YA casi a la hora de cerrar. Piqué en las casetas de Renacimiento, de la Universidad de Sevilla y de la Consejería de Cultura. Una fascinante Historia de la Sevilla del siglo XX. Hasta 1950. Veremos. Me puso los dientes largos un libraco de dos tomos con las biografías de todos los parlamentarios andaluces del XIX. O sea, una historia de España casi entera.

    En Utrera hacen con cáscara de sésamo la auténtica regañá. Y los picos cortos. En La Azotea, calle de Zaragoza, carabineros de trapío y color indescriptibles, un pargo a la plancha con su arroz cremoso de calabaza, un buen vino tinto de Cádiz, donde no solo las manzanillas y los finos, y los olorosos y las cremas. Y, por cierto, ese postre de crema de naranja que tiene aroma de rosa. ¿Quéééé...? Lo que yo te diga.

    Mayo ha entrado con viento. Es la hora de la alergia del plátano. Y de las cáscaras de pipa de girasol, que debían estar prohibidas en Sevilla en tardes de toros. O vender las pipas peladas. La cáscara es alérgena a tope.


    Para todo hay horas: en el chaflán de San Eloy y La Campana, delante del escaparate del Zara, un cuadro de flamenquitos aficionados estaba tocando, cantando y bailando por bulerías a las 12 de la mañana. Y pasaban la bandeja. Y metían mucho ruido. Ayer escuche en Radio Nacional una deliciosa entrevista de Pepa Fernández con Tomatito, ese guitarrista singular que ha dado la vuelta al mundo varias veces. Y habló del compás con humildad, de la musicalidad como un don divino. Y pusieron una grabación de bulerías en solo de guitarra, de una de sus sesenta guitarras, que se te saltaban las lágrimas. A las doce del mediodía.

    TOROS. Crónica de la novillada de Sevilla
    Sevilla: 17ª de abono
    Convincente debut de Álvaro Lorenzo en la Maestranza
    Deslucida novillada de El Parralejo. El torero toledano firma dos faenas de rigor, valor y temple, muy meritorias. Soberbias verónicas de Ginés Marín. Entrega de Pablo Aguado
    Sevilla, 1 may. (COLPISA, Barquerito)
    Sevilla. 17ª de abono. 5.500 almas. Primaveral, soleado, bastante ventoso. Dos horas y media de función.
    Seis novillos de El Parralejo (José Moya)
    Álvaro Lorenzo, oreja y saludos tras un aviso. Ginés Marín, vuelta y saludos tras un aviso. Pablo Aguado, palmas y ovación.
    Buena brega Puchi y Rafael González con cuarto y tercero respectivamente. Pares notables de Candela hijo y Jesús Fini.


    ERA LA PRESENTACIÓN EN Sevilla de Álvaro Lorenzo y la despedida de Ginés Marín. La alternativa de uno y otro, dentro de dos semanas en Nimes. Álvaro, el día 14; al día siguiente Ginés. Y un tercer hombre en el cartel: Pablo Aguado, torero del país, tardío, valiente, algo de diamante en bruto, capaz y atrevido. Puede ser.
    Son y han sido dentro de su escalafón Lorenzo y Marín. Ginés, con su sello inconfundible de virtuoso. Lorenzo, con la etiqueta del temple, el seco garbo. La primera novillada de las seis del abono de Sevilla. El mejor cartel de las seis. El puente del Primero de Mayo había dejado Sevilla casi desierta. Y, en fin, novillos de El Parralejo, procedencia directa Jandilla vía Fuente Ymbro. Un chasco.
    Dos primeros de muy lindas hechuras que, sin ser de tocar campanas, acabaron siendo los mejores del envío; un tercero rajadito e inocuo; un cuarto mansito, apagado, desganado, perezoso empuje; un quinto sin fijeza, renegado, huido, a la defensiva y hasta en arreones por manso y no por pérfido; y un sexto sin aristas, entrega ni relieve. Poca fuerza, sinónimo de poca gana. Con eso no se contaba. La sorpresa ingrata de esta que se anunciaba como fiesta mayor.
    Hubo cosas de interés, mérito y carácter. Las dos faenas de Álvaro Lorenzo, de firmeza y ciencia la primera de ellas, de torero largo, paciente y templado la segunda, de valor de verdad las dos; una estocada extraordinaria del propio Álvaro para rematar a lo grande la primera faena, encarecida por el aire incierto del toro; toreo de capa clásico de altos vuelos, la verónica encajada, embraguetada, de manos bajas y despaciosa de Ginés Marín en el recibo espléndido del segundo de la tarde, la verónica a compás de Álvaro para fijar al cuarto en el saludo, y las dos series fueron de hasta siete lances cosidos el uno con el otro, de ir ganado terreno y de rematar bien fuera de las rayas con sendas medias; la maravillosa temeridad de Pablo Aguado para dejar su firma en la corrida con seis faroles de rodillas en los medios nada más soltarse el sexto toro.
    La aparición de los tres de terna en quites de vario color, logradísimas dos verónicas de Lorenzo al tercero, las dos en la media altura y a suerte cargada; un punto convencional el quite por chicuelinas despatarradas y frontales de Ginés al cuarto; otro quite precioso del propio Ginés por esas tafalleras revoladas y onduladas que Morante acaba de rescatar del baúl de los recuerdos y el túnel del tiempo.
    Hubo, además, la versión de novilleros enrabietados, presa de ataques de amor propio: la tenacidad de Ginés para buscar la manera de pegarle al manso quinto tres muletazos seguidos, y no fue posible; la entrega de Aguado en dos faenas de firmeza y verticalidad conmovedoras, y apuntes de toreo en semicírculo y a cámara lenta, ajustadísimo.
    Y hubo aciertos y errores. Ginés pecó de precipitación al abrir faena con el segundo de largo y de rodillas, una tanda que violentó al novillo, pero supo dibujar segundas mitades de muletazo por todo excelentes, ligar en el sitio y dibujar a pulso. Hasta que se vino abajo el toro. Y, en cambio, la lúcida sabiduría y el valor de ley del toledano Lorenzo para tragar en los dos turnos de muleta los parones, las miradas, los reniegos y hasta las pruebas de los dos novillos. Los dos se fueron al desolladero bien toreados.
    Lo que pasó es que la fiesta se fue a las dos horas y media, los avisos no fueron gratuitos y la gente acabó cansada.
    FIN


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